Una fulgurante novela corta, que retrata la
experiencia carcelaria –una prefiguración de aquella que vivió su autor en los
tenebrosos campos de concentración de la era soviética, el temible Gulag–, es la
inquietante y pavorosa Un día en la vida
de Iván Denísovich (1962), de Aleksandr Solzhenitsyn, escritor disidente de
la Rusia comunista de mediados del siglo XX, Premio Nobel de Literatura 1970.
El autor pasó alrededor de una década en los campos de trabajos forzados,
acusado de espionaje y actividades antipatrióticas por el régimen del Kremlin.
Iván Denísovich es el patronímico de
Shújov, el recluso protagonista que en la primera escena del relato escucha la
diana que dictamina los inicios de las jornadas en el campo, pero él decide no
levantarse. Sabemos muy poco de este hombre que ha llegado al centro
penitenciario para cumplir una condena de diez años por traición a la patria,
según el dictamen de las autoridades soviéticas. Nos enteramos, por ejemplo,
que va por el octavo año de prisión; que tiene una esposa y dos hijas mayores;
que un hijo se le murió y que en el campo realiza labores de albañilería. Está
próximo a abandonar el presidio, mientras es testigo de las condiciones de vida
de sus compañeros en el recinto invernal. Que fue capturado cuando huía del
ejército alemán y confundido como espía, y nada más.
El narrador testigo describe minuciosamente
las actividades que realizan los reclusos en una prisión con las condiciones
más extremas, empezando por el frío de las estepas siberianas que deben
soportar, con temperaturas que llegan a baja cero durante buena parte del día, seguido
del hacinamiento y el trato rudo que reciben de sus celadores; además de los
castigos a que son sometidos cuando infringen la más pequeña de las
disposiciones reglamentarias.
En esta novela el autor nos recrea la
atmósfera que impera en una sociedad totalitaria, donde los hombres son
víctimas de las tropelías del gobierno por la más ligera sospecha de
desobediencia y de discrepancia, debiendo sufrir toda clase de vejámenes y torturas
en las mazmorras más inclementes e inhóspitas. Lastimosamente, el siglo XX fue
pródigo en este tipo de castigos, pues hacia su primera mitad proliferaron,
tanto en Oriente como en Occidente, regímenes que conculcaron los derechos
humanos hasta niveles nunca antes vistos, pisoteando la dignidad humana de una
manera estremecedoramente brutal.
El libro se puede leer también como una
metáfora descomunal de la condición humana, una parábola del encierro en que
vivimos los seres humanos en un mundo lleno de exigencias y tribulaciones,
marcados por la consabida responsabilidad de asumir labores atosigantes y
absurdas con el sólo fin de la supervivencia; la representación, a esa escala
asfixiante que es la cárcel, de esta aparente comedia que muchas veces tiene
más de tragedia y de purgatorio terrenal.
Iván Denísovich participa de las labores a
que los presos están obligados, siendo testigo a su vez de los minutos y las
horas que para los demás transcurren en ritmos diferentes, de los trabajos
extenuantes que los llevan a inventar trampas y estratagemas para hacer menos
opresiva una privación de largos años de su libertad, de las pequeñas
esperanzas cifradas en las horas de las comidas, breves ceremonias que convoca
la desesperación por los pocos instantes en que pueden consagrarse a sí mismos,
olvidándose por unos minutos de las duras exigencias de cada día.
Solzhenitsyn sabía de lo que hablaba, pues
sufrió, como decía, los rigores del Gulag, esa experiencia siniestra en los
campos de trabajo del régimen soviético, donde purgó condena por sus críticas
al sistema político de lo que fue la extinta Unión Soviética, hecho que lo
llevó a exiliarse en Occidente, adquiriendo la ciudadanía estadounidense, para
finalmente regresar a su país en 1994, años después de la desintegración de la
URSS.
Un
día en la vida de Iván Denísovich es, pues, una de esas pequeñas obras
maestras que podemos leer con el deleite y la concentración de estar ingresando
a un mundo cerrado y autosuficiente que, sin embargo, trasunta todo el dolor y
la aventura que puede deparar la siniestra condición de haber perdido la
libertad y encima sufrir el escarnio y el oprobio de quienes se erigen en los
inquisidores de su tiempo.
Lima,
19 de junio de 2019.
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