lunes, 29 de julio de 2019

Los intrusos


    Un tal Douglas revive un macabro episodio sucedido hace muchos años, algo que ha prometido leer a sus contertulios, pues está recogido en un texto escrito por la institutriz que se hizo cargo de unos niños en esa casona lejana de las afueras de Londres. Este es el inquietante comienzo de una de las novelas más perturbadoras de la literatura universal, cuyo título en español es Otra vuelta de tuerca, escrita por el insigne novelista inglés Henry James. Después de haberla atesorado durante muchos años, me he atrevido a abrir sus páginas y sumergirme en un mundo delirante y extraño, por momentos aterrador y otras veces francamente siniestro.
    Lo primero que nota la señorita … al llegar a la casa, situado en el pueblo de Bly, es la forma cómo la recibe la señora Grose, tan contenta, y la belleza angelical de la niña, Flora,  la menor de sus alumnos. Esa primera noche casi no duerme, más bien cree percibir dos sonidos naturales que la inquietan: el llanto de un niño y pasos frente a su puerta. El otro discípulo es el hermano de Flora, Miles, quien recién llegaría el siguiente viernes, al parecer expulsado del colegio y para instalarse en la casa. La anterior institutriz, también joven y guapa, se había marchado de vacaciones y al poco tiempo murió.
    Un día –una tarde más bien– en que la institutriz sale a pasear por los linderos de la casa, tiene una visión que la desconcierta: un hombre desconocido la mira desde lo alto de unas torres en la colina, luego desaparece y ella se queda con la incertidumbre, el misterio y el temor instalados en su alma. La misma persona se presentó nuevamente una noche que la señorita buscaba sus guantes para ir a los servicios religiosos con los niños después de un día de lluvia. El intruso estaba al otro lado de la ventana del comedor, se le veía de la cintura para arriba tal como la primera vez. Este extraño visitante es un pelirrojo de cara pálida y ojos penetrantes y horrorosos, según la descripción de la narradora. La señora Grose lo identifica como Peter Quint, el ayuda de cámara del señor cuando solía estar allí; pero Quint ya había muerto.
    Otra vez que sale a pasear con la niña a las orillas de un lago tiene otra visión: una mujer vestida de negro las contempla desde la otra orilla, especialmente a Flora, con una mirada de “empeño indescriptible”. Al comentar este hecho con la señora Grose, esta le informa que se trata de la señorita Jessel, la anterior institutriz. Una madrugada, Quint se aparece nuevamente, sentado en el rellano de la escalera, frente a un gran ventanal del salón de la casa por donde se filtran las primeras luces del día. Pero ahora la institutriz ya no tiene miedo y lo desafía, desvaneciéndose la figura en el espantoso silencio sobrenatural con que ambos se miraban.
    En otra oportunidad, al regresar de la iglesia, adonde no llegó a ingresar debido a un diálogo extraño con Miles, ingresa a la sala de estudio y encuentra a una joven mujer en su escritorio en actitud de escribir una carta; se miran por unos instantes y pronto la imagen se difumina. Es la señorita Jessel. Ante todo esto se decide a escribirle al tío de los niños, quien es su tutor. Prepara la carta y encarga al criado llevarla al pueblo. Ese mismo día los niños arman una jugarreta con el fin de que Flora se dirija al lago, presumiblemente para encontrarse con Jessel, mientras Miles toca el piano y también se encuentra con Quint. La maestra y la señora Grose buscan a la niña por la casa, y al no hallarla deciden ir al lago por indicación de la primera.
    En este escenario tiene lugar la discusión que termina separando a Flora de su maestra, quien decide que la niña debe irse de Bly con la señora Grose, para apartarla de esas malignas presencias. A la vez, determina que el niño se quede con ella para ganar la batalla, hecho que tiene lugar al final de la novela, pero con un saldo infausto: la muerte de Miles después de la última aparición de la cara blanca del condenado.
    Es una novela que se lee en permanente estado de tensión, aguardando a cada paso los signos y las huellas de lo desconocido, esos arcanos de la realidad que el hombre no ha aprendido a descifrar, que lo desconciertan y lo sumen en una espesa zozobra que casi nunca termina de disolverse, que acechan su existencia con un lenguaje que está más allá de la razón y que constituyen un permanente misterio para su mente. Una pequeña obra maestra que subyuga, consterna y admira.

Lima, 21 de julio de 2019.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario