jueves, 11 de julio de 2019

Orgullo y prejuicio


    La llamada Marcha del Orgullo Gay que se realiza todos los años, en recuerdo de los luctuosos sucesos del 28 de junio de 1969 en el mítico bar The Stonewall Inn del barrio neoyorquino de Greenwich Village, desata cada vez una serie de polémicas, debates y discusiones, no todas ellas precisamente llenas de ponderación y ecuanimidad, por la sencilla razón de que con respecto al tema persisten aún en las sociedades del mundo occidental –pues en el lado oriental el panorama es francamente desolador– un conjunto de prejuicios alimentados por siglos de una educación de raíz judeocristiana que tradicionalmente ha condenado y estigmatizado una vivencia de la sexualidad humana, o expresión sería mejor decir, que no se compagina con las creencias establecidas de la religión que monopoliza las mentes y los cuerpos de estos lares.
    El asunto viene enfundado en una gama amplísima de manifestaciones que todavía se resisten al cambio, impidiendo la evolución y superación de esa mentalidad cerrada y dogmática que impera en ciertos agentes sociales protagónicos, que moldean el creer y el pensar de una colectividad que lentamente va despertando de esa asfixia ideológica, en aras de una más adecuada protección y promoción de un elemental respeto por los derechos humanos. Pues de eso se trata al fin de cuentas, de la simple consideración del otro como parte integrante de una sociedad que debe estar regida bajo el signo humanista de la convivencia democrática.
    Las fuerzas de la reacción se atrincheran preferentemente en algunos bolsones religiosos, que aún mantienen cierta influencia en la configuración de la vida social de las comunidades bajo su autoridad, que pretende ser moral aun cuando en muchos aspectos no hace sino canalizar una sarta de vicios discriminatorios que socavan dicha convivencia,  tergiversando el conocimiento científico que sustenta el entendimiento y la comprensión de un fenómeno del que todos somos parte de alguna u otra manera. Para ello se valen, sin dudarlo un momento, de los medios modernos de difusión de la información, como el caso de un videíto –entre muchos otros– que viene circulando por allí acompañado de un texto con el pretencioso y rocambolesco título de “Putin destroza la ideología de género”, donde el ex espía y autócrata ruso, exponente notorio de la homofobia, del machismo y de la misoginia más crudos, lo único que logra destrozar es a la lógica, a fuerza de sofismas y falacias que retuercen hasta el absurdo el recto sentido del pensamiento. Por ejemplo, equipara la identidad sexual humana a la elección de una mascota o a una graciosa fantochada, como si la identidad de género fuera un simple juego de disfraces, hablando de osos panda, psiquiatras, ballenas azules, narcisismo y otras sandeces por el estilo. En fin, nada que se pueda tomar en serio, proviniendo sobre todo de un fanático sectario que no disimula su homofobia.
    Para su propaganda insidiosa, tampoco tienen el menor empacho en utilizar a menores de edad, como ese otro vídeo de una niña dominicana recitando un discurso muy bien aprendido, dirigido al presidente de su país, atacando la supuesta “ideología de género”, texto obviamente redactado por uno de esos pastores ovejunos de ideas retrógradas y pensamiento retardatario y fundamentalista, muy parecido a quienes abogan en el Perú por traerse abajo el currículo escolar –que lo único que busca enseñar es la igualdad entre hombres y mujeres y el respeto hacia otras orientaciones–, grupos políticos y sociales que ya todos conocemos, enarbolando ridículas ideas trasnochadas que tienen la particularidad de haber nacido al calor de un espantajo que sólo ellas se han inventado, fantasmagoría que les sirve para esconder toda la intolerancia, la discriminación y los prejuicios que tienen empozados en sus espíritus obtusos.
    Hay una figura representativa que ha emergido hace relativamente poco como imagen de todo lo contrario, se llama Megan Rapinoe, la extraordinaria capitana de la selección estadounidense de fútbol femenino, campeona en el reciente Mundial celebrado en Francia, quien es una activista de la comunidad LGTBI que le ha plantado cara a Donald Trump, otro conocido homofóbico en el poder mundial, espetándole con duras palabras que por nada del mundo iría a la Casa Blanca si el presidente decide invitar al seleccionado de su país para el agasajo correspondiente. Es la forma como se tiene que enfrentar la matonería y bravuconería de quienes como el magnate de pelo anaranjado pretenden criminalizar todo tipo de movimiento o expresión que no se sujete a su estrecha codificación y esquematización de la realidad. Les haría muy bien a todos estos santos varones de la cucufatería hojear algunas páginas de El segundo sexo, fundamental libro de Simone de Beauvoir, para una cabal comprensión de lo que significa la identidad sexual, muy distinto al sexo biológico mis queridos homofóbicos, pues si bien ella lo hace con respecto a la mujer, muy bien se puede extender el concepto a todas las demás orientaciones que en esta materia se van haciendo más visibles en estos tiempos.
    Muchos han criticado el uso del término “orgullo” por parte de la comunidad LGTBI, hecho que evidentemente es explicable porque está avalado en razones de simple sentido común, pues, como dicen sus detractores, se puede sentir orgullo de un sinfín de cosas, como el haber logrado una meta en la vida, tener unos hijos con dones sobresalientes, haber producido una obra valiosa, aportar al desarrollo científico de la comunidad, etcétera, pero no por la sola condición de ser lesbiana, gay o transexual. Sin embargo, no debe dejar de considerarse el contexto histórico en el que surge dicho término adscrito a la lucha de un segmento vulnerable de la población –arrinconado y vilipendiado por quienes se han erigido en los portaestandartes de la “normalidad”, criterio éste a todas luces bastante discutible–, y que por ello mismo ha sufrido una resignificación, por cuanto simboliza una respuesta al trato humillante y vejatorio que ha recibido por mucho tiempo de parte de los estamentos oficiales y mayoritarios de la sociedad. Ante el despojo sistemático de sus derechos elementales como seres humanos, un exceso de estimación propia crea, me parece, una fuerza de reacción que con el tiempo tenderá a difuminarse en un justo balance en el que todos alcancen el mismo trato equitativo como integrantes de una auténtica civilización que se precie de respetuosa de los valores democráticos.

Lima, 10 de julio de 2019.    

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