Hay una tradición de Ricardo Palma que
narra la anécdota de un virrey que ante una real cédula emanada de la metrópoli
prohibiendo los impuestos abusivos que se cobraban a los indios, y por no
perjudicar a los aviesos intereses de sus amigos los corregidores, respondía
con una fórmula que le servía para burlar la orden haciendo ver que la
aceptaba: la acato pero no la cumplo.
Espero que don Ricardo no se moleste, donde quiera que se encuentre, por
haberle hurtado el nombre de su tradición para encabezar este artículo, pues me
sirve como anillo al dedo para ilustrar un hecho que ha desencadenado una nueva
crisis política en el país.
Se trata del adelanto de elecciones
propuesta por el Presidente de la República en su reciente mensaje de Fiestas
Patrias, ante el entrampamiento generado por la actitud del Congreso de
desvirtuar las reformas políticas impulsadas por el Ejecutivo merced a la
aprobación que mayoritariamente le brindó la población en el referéndum de
diciembre pasado, y al pedido de una cuestión de confianza que el Congreso
aprobó en teoría, pero que, haciendo el símil con la tradición de Palma, denegó
en la práctica. Frente a la tozudez de una mayoría parlamentaria irracional e
irascible, que se ha dedicado desde el inicio de este período de gobierno a
torpedear cuanta iniciativa hubiera en favor de la lucha contra la corrupción,
blindando a cuanto pícaro y bribón apareciera en la función pública, y cuyo
epílogo vergonzoso ha sido el mantenimiento del levantamiento de la inmunidad
en manos del Poder Legislativo, ha juzgado el primer mandatario que la única
salida estriba en una renovación completa de la representación nacional,
incluido él mismo.
No han faltado voces exaltadas que han
reaccionado como si esto fuera el fin del mundo, fingiendo defender
paradójicamente lo que antes pisotearon a mansalva. Una cohorte de fariseos y
leguleyos han salido a despotricar de la decisión presidencial amparándose en
motivaciones que a lo único que apuntan es a defender intereses de facción y no lo que el país necesita en estos tiempos de
urgencia. Es cierto que ingresamos a un espacio de incertidumbre, que es
atípico el escenario surgido y tal vez imprevisto el desenlace que puede
acarrear una medida de esta naturaleza, pero es el terreno al que han empujado
las mismas fuerzas de la reacción, el fujiaprismo pernicioso que ha prevalecido
torpemente durante estos años. La nación tiene el deber de arrancarse esa gangrena
si quiere pensar en términos positivos hacia el futuro, de otro modo seguiremos
chapoteando en el estercolero en que han convertido el país estas dos pandillas
de facinerosos.
Un personaje de la televisión, que oscila
entre el periodismo y la farándula, espécimen bastante común últimamente, se
hace el sorprendido cuando detecta el gran apoyo que ha recibido la decisión
presidencial de parte de buena parte de la población, de los
comentaristas, periodistas y analistas
políticos. Se permite deslizar adjetivos nada elegantes para calificar a
quienes han demostrado en público su respaldo no precisamente al presidente
–que en muchas otras cosas puede ser, y de hecho lo es, abiertamente
criticado–, sino a una posición de franco combate a quienes han exhibido y
exhiben sin el menor pudor su complicidad, contubernio o connivencia con la
corrupción, llámese caso Lava Jato, Cuellos Blancos del Puerto u otros. En el
colmo de la audacia, pide que le nombren una obra, una sola obra –dice el muy ladino–
de Vizcarra, cuando es evidente que aquella no puede ser otra que su frontal
desafío a las huestes aprofujimoristas. ¿Acaso no basta y sobra con una obra de
esta índole? ¿Una obra de orden moral en la que nuestra patria se está jugando
el honor? ¿No son nada, para ese señor, la decencia y el desprendimiento de un
jefe de Estado frente a las ínfulas de poder de aquellos que pretenden seguir
mangoneando como representantes mayoritarios del Poder Legislativo?
La realidad que afrontamos no está para
andarnos con remilgos, pues entre tanto siguen revelándose los nombres de
quienes en el Perú fungieron de asesores y colaboradores de la corruptora
Odebrecht, principalmente periodistas, lo cual aclara totalmente su
comportamiento de los últimos años, tratando en cada momento de traerse abajo
los acuerdos de colaboración eficaz firmado entre el Equipo de Fiscales y la
susodicha empresa brasileña. Ahora sí podemos explicarnos perfectamente sus
actitudes tan extrañas, tan a contrapelo de lo que se conocía del pasado de
algunos de ellos.
El fujimorismo se ha recompuesto y prepara
un ataque letal en contra del Ejecutivo; de ello dan muestras la elección del
nuevo presidente del Congreso y las recientes conformaciones de las comisiones
parlamentarias, hechos que, aparte de exhibir la estolidez de representantes de
esa agrupación al frente de importantes comisiones, no hace sino confirmar que
se avecinan para el Perú unas semanas y meses de gran agitación y crispación
política, razón demás para tomar una medida que zanje definitivamente con una
situación en verdad deplorable.
El hartazgo y la náusea presiden los
sentimientos de la gran mayoría de los peruanos cuando se menciona la palabra
“Congreso”, voz que ha terminado enmugrada por una cáfila de mastuerzos que la
han deshonrado, que ya no representan a nadie y que lo único que hacen es
fregar y fregar hasta límites inconcebibles. Y en vista de que el gobierno
prácticamente se ha quedado sin bancada, para no mencionar ya al partido, son
las calles el próximo escenario de lucha. Los ciudadanos tenemos el deber de
asumir esta tarea de saneamiento y limpieza, cuando vemos que la podre amenaza
con devorar el organismo entero de la nación. Es una cuestión, pues, de vida o
muerte. Una gran movilización ciudadana se impone como un deber moral
insoslayable. ¡Todos a las calles para salvar al país!, es la consigna de estos
tiempos.
Lima,
15 de agosto de 2019.