viernes, 30 de agosto de 2019

Hostia sin consagrar


    Hay una tradición de Ricardo Palma que narra la anécdota de un virrey que ante una real cédula emanada de la metrópoli prohibiendo los impuestos abusivos que se cobraban a los indios, y por no perjudicar a los aviesos intereses de sus amigos los corregidores, respondía con una fórmula que le servía para burlar la orden haciendo ver que la aceptaba: la acato pero no la cumplo. Espero que don Ricardo no se moleste, donde quiera que se encuentre, por haberle hurtado el nombre de su tradición para encabezar este artículo, pues me sirve como anillo al dedo para ilustrar un hecho que ha desencadenado una nueva crisis política en el país.
    Se trata del adelanto de elecciones propuesta por el Presidente de la República en su reciente mensaje de Fiestas Patrias, ante el entrampamiento generado por la actitud del Congreso de desvirtuar las reformas políticas impulsadas por el Ejecutivo merced a la aprobación que mayoritariamente le brindó la población en el referéndum de diciembre pasado, y al pedido de una cuestión de confianza que el Congreso aprobó en teoría, pero que, haciendo el símil con la tradición de Palma, denegó en la práctica. Frente a la tozudez de una mayoría parlamentaria irracional e irascible, que se ha dedicado desde el inicio de este período de gobierno a torpedear cuanta iniciativa hubiera en favor de la lucha contra la corrupción, blindando a cuanto pícaro y bribón apareciera en la función pública, y cuyo epílogo vergonzoso ha sido el mantenimiento del levantamiento de la inmunidad en manos del Poder Legislativo, ha juzgado el primer mandatario que la única salida estriba en una renovación completa de la representación nacional, incluido él mismo.
    No han faltado voces exaltadas que han reaccionado como si esto fuera el fin del mundo, fingiendo defender paradójicamente lo que antes pisotearon a mansalva. Una cohorte de fariseos y leguleyos han salido a despotricar de la decisión presidencial amparándose en motivaciones que a lo único que apuntan es a defender intereses de facción y no  lo que el país necesita en estos tiempos de urgencia. Es cierto que ingresamos a un espacio de incertidumbre, que es atípico el escenario surgido y tal vez imprevisto el desenlace que puede acarrear una medida de esta naturaleza, pero es el terreno al que han empujado las mismas fuerzas de la reacción, el fujiaprismo pernicioso que ha prevalecido torpemente durante estos años. La nación tiene el deber de arrancarse esa gangrena si quiere pensar en términos positivos hacia el futuro, de otro modo seguiremos chapoteando en el estercolero en que han convertido el país estas dos pandillas de facinerosos.
    Un personaje de la televisión, que oscila entre el periodismo y la farándula, espécimen bastante común últimamente, se hace el sorprendido cuando detecta el gran apoyo que ha recibido la decisión presidencial de parte de buena parte de la población, de los comentaristas,  periodistas y analistas políticos. Se permite deslizar adjetivos nada elegantes para calificar a quienes han demostrado en público su respaldo no precisamente al presidente –que en muchas otras cosas puede ser, y de hecho lo es, abiertamente criticado–, sino a una posición de franco combate a quienes han exhibido y exhiben sin el menor pudor su complicidad, contubernio o connivencia con la corrupción, llámese caso Lava Jato, Cuellos Blancos del Puerto u otros. En el colmo de la audacia, pide que le nombren una obra, una sola obra –dice el muy ladino– de Vizcarra, cuando es evidente que aquella no puede ser otra que su frontal desafío a las huestes aprofujimoristas. ¿Acaso no basta y sobra con una obra de esta índole? ¿Una obra de orden moral en la que nuestra patria se está jugando el honor? ¿No son nada, para ese señor, la decencia y el desprendimiento de un jefe de Estado frente a las ínfulas de poder de aquellos que pretenden seguir mangoneando como representantes mayoritarios del Poder Legislativo?
    La realidad que afrontamos no está para andarnos con remilgos, pues entre tanto siguen revelándose los nombres de quienes en el Perú fungieron de asesores y colaboradores de la corruptora Odebrecht, principalmente periodistas, lo cual aclara totalmente su comportamiento de los últimos años, tratando en cada momento de traerse abajo los acuerdos de colaboración eficaz firmado entre el Equipo de Fiscales y la susodicha empresa brasileña. Ahora sí podemos explicarnos perfectamente sus actitudes tan extrañas, tan a contrapelo de lo que se conocía del pasado de algunos de ellos.
    El fujimorismo se ha recompuesto y prepara un ataque letal en contra del Ejecutivo; de ello dan muestras la elección del nuevo presidente del Congreso y las recientes conformaciones de las comisiones parlamentarias, hechos que, aparte de exhibir la estolidez de representantes de esa agrupación al frente de importantes comisiones, no hace sino confirmar que se avecinan para el Perú unas semanas y meses de gran agitación y crispación política, razón demás para tomar una medida que zanje definitivamente con una situación en verdad deplorable.
    El hartazgo y la náusea presiden los sentimientos de la gran mayoría de los peruanos cuando se menciona la palabra “Congreso”, voz que ha terminado enmugrada por una cáfila de mastuerzos que la han deshonrado, que ya no representan a nadie y que lo único que hacen es fregar y fregar hasta límites inconcebibles. Y en vista de que el gobierno prácticamente se ha quedado sin bancada, para no mencionar ya al partido, son las calles el próximo escenario de lucha. Los ciudadanos tenemos el deber de asumir esta tarea de saneamiento y limpieza, cuando vemos que la podre amenaza con devorar el organismo entero de la nación. Es una cuestión, pues, de vida o muerte. Una gran movilización ciudadana se impone como un deber moral insoslayable. ¡Todos a las calles para salvar al país!, es la consigna de estos tiempos.

Lima, 15 de agosto de 2019.

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