Un crimen de repercusión mundial ha sido
perpetrado por el gobierno estadounidense en las cercanías del aeropuerto
internacional de Bagdad. Utilizando misiles aire tierra desde un dron, ha sido asesinado el general
iraní Qasem Soleimani, jefe de la fuerza de élite Quds de la Guardia
Revolucionaria del país islámico. Dos automóviles han sido impactados por los
proyectiles, acabando también con la vida de otros nueve militares, entre los
cuales se encontraba también Abu Mehdi Al Muhandis, el subdirector de las
fuerzas de seguridad de Irak. La misma relatora de las Naciones Unidas ha
tenido que reconocer que se trata de una alevosa ejecución extrajudicial,
medida que vulnera todas las normas del derecho internacional. Quien ha ordenado
directamente la muerte del general ha sido el mismo presidente Donald Trump,
justificándose en que aquél era culpable de los diversos ataques cometidos en
la región contra personas e instalaciones norteamericanas y que planificaba
otras acciones cuyos objetivos apuntaban a intereses occidentales. Para más
inri, y sin una mínima mueca de pudor en el rostro, ha agregado que hace tiempo
debió ser asesinado Soleimani. La reacción de los gobiernos más importantes del
orbe ha sido tibia y lamentable, pues mientras el portavoz del Kremlin ha
señalado que el atentado puede iniciar una escalada bélica en el Medio Oriente,
el representante de Pekín ha hecho un llamado a la calma a Washington, y el
vocero de Londres ha pedido a las partes implicadas comprometerse con una
desescalada en el conflicto. Y el mismo presidente francés Emmanuel Macron ha
declarado su adhesión a las fuerzas aliadas que encabeza EE UU. Es decir,
ninguno ha condenado abiertamente el crimen, contentándose con frases vagas y
genéricas sobre las consecuencias del mismo. Tampoco han subrayado la
intolerable violación de la soberanía de un Estado para ejecutar a un ciudadano
de otro Estado, hecho que igualmente reviste una grave infracción a la Carta de
las Naciones Unidas. En realidad, nada de esto sorprende, son los gestos
cómplices del poderoso contemporizando con quien se le parece.
Queremos entender al personaje que ahora
ocupa la Casa Blanca, pero no hay modo, su figura escurridiza e inaprehensible
se resiste a toda comprensión. Cada medida que toma es peor que la anterior,
nunca sabemos a qué atenernos, salvo a la certeza de que la próxima vez será un
desatino más escandaloso que el anterior. Su decisión de reconocer a Jerusalén
como la capital de Israel y trasladar su embajada allí casi al comenzar su
mandato, fue una monumental insensatez, se mire por donde se mire, una
provocación burda que dinamita desde sus cimientos lo poco que queda del
proceso de paz entre israelíes y palestinos, el disparador seguro de un
levantamiento de protesta e indignación en el mundo árabe en lo que
probablemente sea la próxima intifada, quizás la más sangrienta de las últimas
décadas. Su negacionismo ante el cambio climático, estulticia que lo llevó a
decidir la salida de EE UU del Acuerdo de París; su necedad para comprender el
dramático asunto de las armas nucleares al decretar la salida de su país del
tratado que Irán había suscrito con las potencias occidentales; su cruel y
estúpida política migratoria, que ha dejado terribles secuelas en cientos de
familias latinas escindidas; su apoyo tozudo al juez Kavanaugh, elegido
finalmente para el Supremo y denunciado por acoso sexual por tres mujeres, una
de las cuales testificó ante el Senado; su empeño insensato desde hace un
tiempo en una absurda guerra comercial con China; su trabazón en un combate de bravatas con el presidente
norcoreana Kin Yong-Un que hizo temer lo peor a la comunidad internacional, son
algunos de sus vergonzosos dislates. En los próximos días el Senado debe examinar
y debatir el proceso de destitución del presidente, conocido como impeachment, aprobado en diciembre por
la Cámara de Representantes, juicio político abierto por sus trapacerías con el gobierno
ucraniano para afectar la candidatura del demócrata Joe Biden. Todas estas
tonterías, y muchas más, convierten al personaje en un genuino caso de soberbia
ignorancia y desfachatez clínica. El legendario periodista Bob Woodward,
protagonista de las impactantes revelaciones que terminaron con la renuncia del
presidente Nixon, publicó el año 2018 un
libro explosivo, donde detalla los entretelones de cómo se manejan los asuntos
de política interna y externa de la Casa Blanca en manos del magnate
republicano. El notable escritor Philip Roth lo llamó con gran acierto el
“bufón presuntuoso”, el típico exhibicionista que no tiene ningún reparo en
ser, como si la cosa no fuera grave y cómica a la vez, el hazmerreír de la
política mundial.
Otro argumento usado por el hombre del pelo
anaranjado es que la desaparición del general Soleimani evitará una guerra,
cuando es precisamente lo contrario, pues a las pocas horas de conocerse los
hechos, el Ayatolá Alí Jamenei, máximo líder de Irán, ha declarado que la
venganza será severa para los ejecutores del número dos del régimen. La hija
del fallecido ha pronosticado que se vienen días oscuros para la superpotencia.
Los aliados de Washington en la región,
Arabia Saudita e Israel, han encendido sus alarmas sobre posibles represalias
del régimen de Teherán. Trump ha encendido la chispa que desencadenará una reacción
de proporciones impredecibles en una zona del mundo que vive prácticamente en
un polvorín. Su irresponsabilidad no tiene límites y su falta absoluta de tino
es incalculable; los ciudadanos estadounidenses no sé si serán conscientes de a
quién han elegido para ocupar el cargo más grave del planeta, pero cuando lo
hagan tal vez ya sea demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario