sábado, 11 de enero de 2020

El sucio jabón del racismo

    Cuentan los cronistas que cuando llegaron los españoles al Perú, allá por los lejanos días del año 1532, traían entre su tripulación al primer hombre de piel negra que pisaba  estas tierras, quien venía evidentemente en condición de esclavo o siervo de los conquistadores. Lo hicieron por el norte, frente a lo que actualmente es el departamento de Tumbes, y donde tuvieron ocasión de encontrarse con los primeros habitantes nativos de este inmenso territorio que luego sabrían era denominado Tawantinsuyu. Se trataba de los indios tallanes, naturales representantes de una de las miles de etnias que conformaban ese vasto reino. Después del saludo entre los respectivos jefes, intercambiaron algunos presentes en señal de respeto y amistad. Pero he ahí que nuestros antiguos compatriotas –si es lícito considerarlos de esta manera–, se percataron de una singularidad entre el grupo de los forasteros. El jefe llamó a sus ayudantes y en voz baja les ordenó algo. A los pocos segundos estos traían consigo un cubo lleno de agua que por indicaciones del jefe acercaron al visitante que había llamado su atención, quien sorprendido primero interrogó con la mirada al jefe español, el que con un gesto le indicó que hiciera lo que sus anfitriones le brindaban. El negro se aproximó al recipiente, se llevó el agua varias veces al rostro, pues había entendido que ellos creían que necesitaba lavarlo, mas al ver los aborígenes que el color del desconocido se mantenía tal cual, redoblaron su asombro.
    Esta anécdota histórica ilustra perfectamente una de las constantes en el proceso de integración y reconocimiento de la humanidad: el hallazgo del otro, del diferente, de aquel que posee características que lo distinguen sustancialmente de la propia tribu y de todas las demás. Las diferencias pueden ser desde las más inmediatas como el color de la piel, la estatura y el aspecto en general, hasta de costumbres, religión, idioma, etc., eso que denominamos cultura. Pero en ese proceso, largo y difícil por cierto, hemos ido aprendiendo que a pesar de esas diferencias, hay algo en común que nos hermana y unifica: nuestra condición de seres humanos. Sin embargo, mucha gente todavía, a estas alturas de la pretendida civilización, se sigue moviendo por el mundo como si esas diferencias implicaran una jerarquía, niveles de estratificación que separaran a las personas según convenidos y convenientes criterios de superioridad. En consecuencia, actúan como tal, arrogándose supuestas razones para discriminar, despreciar y maltratar al otro, especialmente basados en uno de esos rasgos, el más obvio de todos pero también el más superficial e intrascendente como es el color de la piel.
    Todo esto viene a colación de un reciente episodio, lamentable y repudiable a la vez, protagonizado en la prensa peruana por un aspirante a representante parlamentario. El diario El Comercio invitó para un debate, de cara a las próximas elecciones legislativas, a dos candidatos de sendos partidos en contienda. Al final del mismo, y luego de un careo de previsibles puntos de vista disímiles, el señor Mario Bryce, del partido Solidaridad Nacional (SN), alcanzó al señor Julio Arbizu, del partido Juntos por el Perú (JP), un jabón y algún otro utensilio de higiene, en medio de un ambiguo comentario sobre la suciedad. Para cualquier espectador, ese gesto entrañaba un evidente acto de discriminación de parte del candidato amarillo, pues aludía directamente al tono de piel más oscura del contendor en una clara muestra de racismo. Una actitud asociada, como ya lo han demostrado los historiadores y antropólogos, a una vieja tara colonial que aún pervive en las mentes de muchos seres que, aun cuando viven en pleno siglo XXI, su evolución se ha quedado anclada en los siglos XVI y XVII, esa época en la que todavía se discutía si los indios tenían alma o no. Arvizu, y la conductora del medio, inmediatamente rechazaron el despropósito del agresor, quien ha incurrido en el delito de discriminación, tipificado en nuestra legislación penal, razón por la que el exprocurador ha señalado que interpondrá la denuncia respectiva. El Pacto Ético Electoral, la Fiscalía y demás entidades concernidas también han condenado la grosera actitud del candidato y procederán en consecuencia. Lo natural sería que sea excluido del proceso electoral, pues una persona con esas credenciales antidemocráticas está descalificada de plano para ejercer un cargo de tanta relevancia política, por más que los últimos Congresos hayan desacreditado y envilecido dicha función hasta niveles abismales.
    Hace pocos día también, una escena callejera nos traía de muestra otro comportamiento parecido, cuando una señorona, de aquellas que guardan ínfulas de teóricos orígenes o procedencias, apostrofaba en un mercado contra los “serranos” que la habrían agredido, según su versión, y se lanzaba en una vergonzosa retahíla de insultos y amenazas en contra de quienes ella identificaba como gente de inferior condición que la suya. Es decir, la misma mentalidad anacrónica y reaccionaria que la exhibida por el candidato político de marras. Creo que es tiempo de que se sepa de una buena vez que este proceder no es sino una triste y patética demostración de la estupidez humana, ese infinito que para Einstein era incontrastable frente a la del universo, del cual, no obstante, se permitía abrigar alguna duda.

Lima, 9 de enero de 2020.    

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