sábado, 1 de febrero de 2020

El asesino de la corbata


    Un orador político se dirige a una pequeña multitud en una calle de Londres al pie del Támesis, cuando una pareja de entre el público dirige su mirada de casualidad al río y ve el cuerpo de una mujer flotando en sus aguas, está semidesnuda y con una corbata atada al cuello. Dan la voz de alarma y toda la gente da la espalda al candidato para acercarse al muelle y observar la macabra escena. Es el impactante inicio de la película Frenzy (Frenesí, 1972) de Alfred Hitchcock, el maestro indiscutible del suspenso. La policía rescata el cuerpo y empieza su tarea a la caza del asesino, siguiendo las pistas que va recogiendo a través de diversas evidencias.
    En una fonda de Covent Garden, llamada El Globo, un hombre joven se anuda una corbata parecida a la que habían usado para ahorcar a la mujer del río; está en una habitación lúgubre y desarreglada. Baja luego al primer piso, coge una copa y se acerca a la barra para servirse un cognac, instante en el que ingresa el encargado del bar y le pide cuentas. El mesero reacciona acremente y se suscita un altercado, producto del cual este es despedido ante las protestas de la camarera que había tratado de interceder por él. El hombre sale molesto del local y se encamina por las callejuelas del mercado de esa zona comercial; va en busca de Rob, un comerciante de frutas que viste muy atildadamente dirigiendo su negocio. Al enterarse de la suerte del hombre, le ofrece ayuda, por lo pronto posada y dinero. El hombre le agradece pero rechaza el dinero y sale con dirección a la empresa matrimonial de su exesposa Brenda.
    El encuentro es desastroso, salen a luz las recriminaciones y pendencias de antaño, más por el espíritu confrontacional del hombre –quien atraviesa una mala racha– que por la actitud de la mujer, más bien contemporizador. Se calman los ánimos finalmente y deciden encontrarse para cenar en el club de ella. Otro encuentro que termina mal por el reaccionar irascible del hombre. Salen del lugar y un taxi los lleva a la casa de la mujer, él insiste en acompañarla un momento, pues luego va a dormir a un asilo de menesterosos, al no tener dinero suficiente para un hotel. Allí tiene otro escarceo violento con un asilado que pretende robarle los billetes que su exmujer le había colocado en el bolsillo del pantalón sin que él lo supiera.
     La siguiente secuencia es truculenta: Rob hace una visita a la agencia matrimonial de Brenda, la encuentra sola y comienza a reclamarle por el servicio solicitado que jamás le fue cumplido, ante lo que ella replica que ello sucede por los gustos excéntricos del cliente. Rob se exaspera y le propone salir a almorzar, ante cuya proposición ella, estratégicamente, acepta. En el momento en que ella se levanta, toma su cartera y se dirige a la puerta para salir, Rob la ataca sujetándola fuertemente para forzarla, le dirige algunas palabras que confirman sus pretensiones y finalmente abusa de ella para ahorcarla de forma inmisericorde con la corbata que lleva. Es en este instante en que el espectador ve confirmadas sus sospechas de quién es el asesino en serie de la ciudad, por más que algunas pistas apuntaban en primer lugar al modesto camarero de El Globo, como el hecho de que al regresar de almorzar la secretaria lo ve salir del edificio donde yace ya muerta la dueña del negocio. Este último dato resulta crucial para incriminar a Richard, quien es aprehendido por los agentes, llevado a juicio y sentenciado sumariamente. Sin embargo, valiéndose de una ingeniosa treta, logrará ser llevado al tópico para una atención médica, de donde logrará fugarse para ir en busca de Rob y tratar de vengarse de su delación.   
    Resuelto el misterio, lo que sigue no es sino la confirmación de una secuela de crímenes que siguen dando dolor de cabeza a la policía, cuyo jefe lentamente tiene que ir atando cabos para dar con el autor. La siguiente víctima será la camarera que, luego de pasar una noche en el hotel junto a Richard, regresa al bar para recoger sus pertenencias y la cámara nos hace ser testigos de la presencia de Rob charlando animadamente en el bar con otro personaje. Pero al enterarse la chica de que el administrador ha dado parte a la policía de su desaparición y del peligro que ello significa para el tipo a quien acompañó, ella abandona inmediatamente el local y, curiosamente, quien la aborda a la salida es nada menos que Rob, quien le ofrece ayuda y la lleva al departamento que ya conocemos donde termina consumando su nueva fechoría. El tratamiento cinematográfico alcanza el clímax,  su esplendor estético cuando, luego de trasponer la puerta el asesino y su víctima, la cámara retrocede lentamente descendiendo por las escaleras con un movimiento tembloroso que nos invita a imaginar la escena violenta que ocurre arriba.
    Esa noche Rob sale decidido a deshacerse del cuerpo de su víctima. Baja el bulto en una carretilla que lleva a un camión de papas aparcado cerca al muelle, mientras suenan las campanadas de la medianoche en una cercana iglesia. Viste de estibador, con gorra y mandil, que luego arroja a la calle. Estando de vuelta en su departamento, echado en el sofá y bebiendo un trago, repentinamente se pone en pie y se acerca a divisar por la ventana la noche silente y la ciudad dormida, e inmediatamente se acuerda de algo que empieza a buscar afanosamente por todo los rincones. No lo encuentra y desesperado sale a recuperar el objeto que se imagina está en posesión de quien acaba de ultrajar. Vuelve al camión, cautelosamente sube donde está la carga para localizar el bulto que hace unos minutos depositó allí. Pero en ese afán, siente que el camión se pone en movimiento, da unos giros y sale a la carretera. Toma la pista y avanza velozmente en medio del paisaje nocturno. La puertecilla de la tolva no ha podido cerrar Rob, el chofer tampoco se ha dado cuenta, y eso hace que a medio camino las papas vayan cayendo a la carretera, mientras aquel sigue buscando el prendedor con sus iniciales, hasta que logra dar con él luchando para arrancarlo de la mano entumecida de Bárbara. Cuando el chofer decide hacer una parada en un restaurante para comprar algo de comer, Rob aprovecha la oportunidad para salir del camión, esconderse en el baño, tomar algo y perderse en la oscuridad. El chofer emprende nuevamente la ruta y los productos que caen se hacen más evidentes, la policía se percata de ello y empieza la persecución, segundos en los que ve con asombro cómo cae un saco, las papas se desparraman y aparece un cuerpo desnudo. El vehículo se detiene, baja el chofer y la policía constata la identidad de la mujer.
    La escena final es memorable, al encontrarse de forma providencial el enfurecido vengador y el propio detective en la habitación de Rob, adonde ambos acuden por razones diversas. Uno para consumar su propósito y el otro para cumplir su misión. Cuando Richard se acerca para asestarle un golpe con una barra metálica a la persona que se acurruca en la cama, descubre horrorizado que no es Rob, sino el cuerpo sin vida de otra mujer víctima de la furia psicopática del comerciante. En el momento que retrocede espantado, hace su ingreso el perseguidor oficial del criminal, que al instante deduce la verdad de la escena que tiene ante sus ojos. Se oyen golpes secos subiendo por la escalera, el agente de la ley se parapeta tras la puerta, cuando hace su ingreso Rob arrastrando una maleta para sacar el cadáver que yace en el camastro. Mira a los dos intrusos y repentinamente le es revelado el triste final de su carrera delictiva.
    La magia narrativa de Hitchcock, supremo maestro de la intriga, es confirmada una vez más en este expectante filme.

Lima, 18 de enero de 2020.   
   


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