miércoles, 5 de febrero de 2020

La conspiración


    La forma cómo acabó el gobierno progresista de Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954, mediante un golpe de Estado que involucró a varios gobiernos de la región, entre ellos el de Rafael Leonidas Trujillo de la República Dominicana, bajo la batuta de la poderosa CIA y del propio gobierno de los Estados Unidos de América, con el presidente Eisenhower al mando, es el meollo argumental de Tiempos recios (Alfaguara, 2019), la reciente novela del Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa. Pero lo realmente sorprendente es conocer el entramado que estuvo detrás del embuste que sirvió de coartada para que se pusiera fin al más importante experimento democratizador en el país centroamericano, acusado falsamente de constituir una cabecera de playa del comunismo internacional para sentar sus reales en el continente. Todo eso fue posible gracias al genio demoníaco de dos personajes grises en sí mismos, pero que la historia ha registrado como los artífices de tamaña patraña: Edward L. Bernays, considerado el padre de las Relaciones Públicas y Sam Zemurray, el empresario aventurero que fundó la United Fruit Company, la empresa emblemática del capitalismo norteamericano en una época signada por las secuelas de la posguerra y una campaña insidiosa sobre las supuestas amenazas de la Unión Soviética en América.
    Zemurray propone a Bernays el cargo de director de relaciones públicas de la compañía, cuya mala fama en EE.UU. y Centroamérica era su principal problema. Éste ve ya atisbos preocupantes en el gobierno de Juan José Arévalo (1945-1950), un verdadero peligro para la empresa en Guatemala, entonces inventa el bulo de la amenaza comunista, convenciendo a los encorbatados señores del Directorio de la United Fruit reunidos en Boston.
    El otro hilo de esta madeja está constituido por la historia de Marta Borrero Porras, la hija del doctor Arturo Borrero Lamas, que irrumpe en la narración con su embarazo precoz a los quince años. Es obligada por el padre a casarse con el médico Efrén García Ardiles, el mejor amigo de aquél y autor del desaguisado. Se celebra la unión casi en secreto en un lugar apartado de la ciudad, y el doctor Borrero decide tajantemente olvidarse de la hija y dar por concluida su larga amistad con quien será el padre de su nieto. Después de cinco años de un matrimonio de conveniencia y de circunstancias, Marta Borrero abandona la casa común, a su marido y a su hijo, pequeño aún. Busca a su padre para pedirle perdón, pero éste la rechaza y desconoce como hija. Entonces es que consigue refugio y protección en el Presidente de la República, Carlos Castillo Armas, antiguo amigo de su padre y líder de la asonada golpista, de quien termina convertida en amante.
    El 15 de marzo de 1951 es elegido presidente de Guatemala Jacobo Árbenz, un político de tendencia liberal que había sido cercano colaborador de Juan José Arévalo y firmemente convencido de las bondades del sistema capitalista, tan es así que se declara admirador entusiasta del gobierno estadounidense, al que aspira tomar como modelo para edificar en su país una auténtica sociedad próspera y democrática. Esa misma noche, en la soledad de su escritorio y ante un vaso de whisky, lejos ya del ruido de la celebración de la victoria, decide dejar el alcohol, promesa que cumplió hasta el fin de su mandato.
    Por otro lado, Carlos Castillo Armas, desde su cuartel general en las afueras de Tegucigalpa, coordinaba la llegada de los mercenarios del Ejército Liberacionista que la CIA había reclutado para derrocar a Árbenz. El embajador norteamericano en Guatemala, John Envil Peurifoy, apoyó abiertamente  el accionar de los alzados, que desde Honduras preparaban el siniestro plan golpista. Pero antes, el coronel Carlos Enrique Díaz, jefe del Ejército, le pide la renuncia a Jacobo Árbenz, prometiendo respetar las reformas emprendidas, para aplacar así los intentos rebeldes de un sector del mismo, azuzado por el representante diplomático del gran país del norte. Una vez logrado el objetivo de la conspiración, y estando Castillo Armas en el poder, Enrique Trinidad Oliva, su jefe de Seguridad  y Johnny Abbes García, llamado el dominicano, son los encargados de la ejecución del plan que el Generalísimo Trujillo había trazado: acabar con Castillo Armas, el presidente que él ayudó a colocar y que no cumplió los tres pedidos que le hiciera antes de que accediera al gobierno mediante el golpe de Estado a Jacobo Árbenz. Abbes García encarga al cubano Carlos Gacel Castro, su chofer, llevar a Marta Borrero a San Salvador, donde él la esperaría. Ella no entiende lo que ha pasado, pero se deja conducir por el grandulón con gran temor hasta cruzar la frontera.
    Por su participación en la conspiración, Enrique Trinidad Oliva pasó cinco años en cárceles civiles y militares hasta que fue amnistiado. Pero al reconquistar su libertad, se encontró en la más absoluta miseria. Pide ayuda al turco Ahmed Kurony, quien había sido su testaferro en el negocio de los casinos que tuvo con Abbes García durante el período de Castillo Armas. Mientras tanto, Marta Borrero, ayudada por Abbes García, el nuevo jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), consigue trabajo como comentarista de radio en la Ciudad Trujillo, desde donde lanza feroces críticas a los liberacionistas guatemaltecos, a quienes llama “los traidores” y acusa del crimen de Castillo Armas. Oliva sería asesinado posteriormente en una calle céntrica de Guatemala, mediante una bomba que hizo explotar su auto, a pesar de que vivía bajo una identidad falsa después de su salida de prisión, donde purgó pena por su participación en el magnicidio. Por esta misma época miss Guatemala –como era conocida Marta Borrero– vive un episodio tragicómico con el Negro Trujillo, el hermano del Generalísimo y a la sazón presidente fantoche del país, al que casi le arranca la oreja de un mordisco el día que éste la invita a Palacio para hacerle una propuesta indecente.
    Luego del otro magnicidio, el de Rafael Leonidas Trujillo en la República Dominicana, Johnny Abbes García es enviado por el presidente Joaquín Balaguer al consulado en Japón, jugada que resultó una treta para alejarlo del país. Lo cierto era que había caído en desgracia; su mala suerte lo llevó finalmente a Haití, donde trabajó para Jean Claude Duvalier, Papá Doc, hasta que en un aquelarre monstruoso fue ultimado con su mujer y sus hijas por los tonton macoutes, las fuerzas auxiliares del régimen conformadas por expresidiarios y delincuentes comunes. Este dato es puesto en tela de juicio por la verdad histórica, mas estamos dentro de una ficción, donde lo único que importa, o debe importar al lector, es la verosimilitud de aquello que se narra.
    Buena novela, sobre todo por la intrigante historia que recoge los acontecimientos que rodearon a una de las tantas mentiras enormes que han servido a la potencia imperial para justificar sus terribles tropelías en diferentes puntos del continente. Sin alcanzar la intensidad de La fiesta del Chivo, otra ficción política, se lee, sin embargo con gran interés por la destreza que despliega el narrador para contarnos un pasaje del pasado de Latinoamérica que al parecer se repetía con bastante frecuencia. Tal vez no hemos superado del todo esta aciaga condenación cíclica que nos ha envuelto desde que tenemos memoria, a juzgar por recientes hechos en Bolivia que han suscitado la preocupación y la incertidumbre entre nuestros pueblos.

Lima, 24 de enero de 2020.  
   

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