A propósito de la emisión de un documental
en el programa de educación a distancia Aprendo en Casa, que ha implementado el
Ministerio de Educación para hacer frente a la emergencia que vive el país, y
el mundo también ciertamente, por la presencia que significa el nuevo
coronavirus, y con el fin de que los estudiantes puedan recibir sus clases a
través de diversos medios y plataformas, se ha suscitado una polémica sobre un
tema soterrado, pero que no por ello deja de ser crucial en nuestra realidad
social: la discriminación lingüística, una de las formas que asume un viejo
tópico de las relaciones de poder en la sociedad peruana.
Se trata de la emisión titulada “Los
castellanos del Perú”, dirigido a alumnos del quinto año de educación
secundaria, enmarcado dentro del tema sobre la diversidad lingüística del Perú.
El asunto no habría cobrado tanta relevancia, pues todos más o menos entendemos
que el problema descrito está presente más allá de que haya quienes quisieran
ignorarlo o esconderlo, si no fuera porque un conocido conductor de televisión
–cuyo nombre no merece ser mencionado, peor aún recordado– de lengua viperina y
comprensión obtusa, se lanzara a despotricar en su programa de marras contra el
contenido de dicho documental, pretendiendo rebatir las muy pensadas
reflexiones y aportes que brindaba el informe, sostenido en valiosas evidencias
e intervenciones de respetados especialistas en la materia, como es el caso de
los lingüistas Rodolfo Cerrón Palomino y Virginia Zavala, ambos notables
profesores universitarios e investigadores de la Pontificia Universidad
Católica del Perú.
Con gestos grandilocuentes y vociferando
estar muy convencido de lo que dice, como es su estilo, no hacía sino proferir
una sarta de prejuicios y falsedades sobre un tema que, evidentemente, no es de
su dominio. Se quejaba, por ejemplo, de cómo es posible que se llegara a
afirmar que en el Perú existía una variedad de castellanos, según las regiones,
los segmentos sociales y los estamentos económicos de nuestra variopinta
sociedad, pues según la Real Academia de la Lengua había un solo castellano,
que era el único que había que usar y respetar, proscribiéndose por lo tanto
todo tipo de expresiones «incorrectas» que eran usuales hallar entre la gente anónima
del pueblo. Finalizaba su infeliz perorata deslizando la calificación de «ignorantes»
hacia quienes defendían lo que él entendía era una barbaridad. Pobre hombre que
no se daba cuenta, no podía darse cuenta, de que quien estaba desbarrando por
todo lo alto era precisamente él, simplemente por obedecer, en sus reacciones,
a ciertas falacias y sofismas instalados en su errada visión del mundo, basado
en una concepción decimonónica de las teorías del lenguaje, caída en desuso por
los modernos enfoques científicos de los estudios lingüísticos.
Sin embargo, lo terrible y lastimoso del
asunto es que pareceres como el suyo abundan entre nosotros, a tenor de lo poco
que he leído en los comentarios de muchos tuiteros que, en cargamontón, se
abalanzaban contra publicaciones y declaraciones compartidas en dicha red
social por comunicadores y periodistas mejor informados. Es decir, ni siquiera
se tomaron la molestia, estoy seguro, de escuchar la intervención del Dr.
Rodolfo Cerrón Palomino, quizás uno de los mayores y versados lingüistas del
Perú actual, para lanzarse a repetir los eternos lugares comunes y las sandeces
que suelen soltar las personas que, llevadas solamente por su instinto y sus
vísceras, no poseen el mínimo conocimiento de lo que dicen.
Concretamente, la cuestión está clarísima.
Este idioma, que mayoritariamente hablamos en el Perú, traído por los
conquistadores españoles en el siglo XVI, ha tenido una evolución como
cualquier otra lengua en el mundo, diversificándose y expandiéndose de manera prodigiosa
por los territorios de nuestra América, de la misma manera que lo hizo cuando
nació en el norte de la península ibérica, al influjo de la presencia romana en
tierras hispánicas y su contacto fecundo con las lenguas preexistentes en
dichas regiones, diseminándose luego por la amplia geografía española,
enriqueciéndose a su vez con los sucesivos aportes de la llegada de los
llamados pueblos bárbaros y posteriormente de los árabes en el siglo VIII,
hecho que significó una poderosa presencia que nutrió la lengua de Castilla.
Estos acontecimientos, que indudablemente
han ramificado las formas de uso del idioma, realidad que se expresa en
los diferentes matices y colores que adopta el castellano, no pueden ser vistos
sino como importantes mecanismos que han potenciado al español hasta
convertirlo en una de las lenguas más importantes del mundo, con cerca ya de
500 millones de hablantes. Producto de ello son las variantes que adopta, esas
particulares maneras que asume en las diversas regiones donde se habla,
expresiones y modismos que no pueden ser consideradas unas mejores que las
otras, sino simplemente diferentes, cada quien con sus propias características,
ya sea en el campo fonético, sintáctico o semántico. Y si bien es verdad que en
cierta época la Academia se erigió en la institución encargada de velar por su
buen uso, cuidando de preservar, como se decía, su brillo y esplendor, ahora su papel se
limita a recoger, validar y fijar aquello que los verdaderos creadores de una lengua
realizan cotidianamente, o sea los usuarios que nos expresamos en esta hermosa
lengua de Cervantes. Decir, pues, que
hay una sola variedad que es la correcta, por más que ella sea la que
recomienda la Academia de la Lengua, denominada estándar, es caer en una visión
discriminadora y excluyente que obedece a evidentes motivos de dominio político
y de imposición de poder que trata de enmascarar sutiles actitudes de racismo.
La Academia, además, no puede instituirse en una especie de policía
lingüística, persiguiendo y penando las supuestas incorrecciones de los
millones de hablantes, como pretende el susodicho personaje, abogando por una
vuelta de la inquisición en asuntos de la lengua. Ello no puede avalar, no
obstante, las incorrecciones en el uso del idioma en los que se incurre por
desidia o descuido.
Un comunicado, firmado por decenas de
lingüistas sanmarquinos, más otro pronunciamiento de los docentes de la Sección
de Lingüística de la PUCP, con los que no puedo estar más de acuerdo, han
salido a desmentir los sesgados puntos de vista que el charlatán y deslenguado
conductor ha propalado con mucho descaro y mucha insolencia, poniendo los
puntos sobre las íes en una materia para la que precisamente están más
calificados que el prejuicioso, insidioso y mendaz espantapájaros de la
televisión.
Lima,
17 de mayo de 2020.