jueves, 21 de mayo de 2020

Los colores del idioma


    A propósito de la emisión de un documental en el programa de educación a distancia Aprendo en Casa, que ha implementado el Ministerio de Educación para hacer frente a la emergencia que vive el país, y el mundo también ciertamente, por la presencia que significa el nuevo coronavirus, y con el fin de que los estudiantes puedan recibir sus clases a través de diversos medios y plataformas, se ha suscitado una polémica sobre un tema soterrado, pero que no por ello deja de ser crucial en nuestra realidad social: la discriminación lingüística, una de las formas que asume un viejo tópico de las relaciones de poder en la sociedad peruana.
    Se trata de la emisión titulada “Los castellanos del Perú”, dirigido a alumnos del quinto año de educación secundaria, enmarcado dentro del tema sobre la diversidad lingüística del Perú. El asunto no habría cobrado tanta relevancia, pues todos más o menos entendemos que el problema descrito está presente más allá de que haya quienes quisieran ignorarlo o esconderlo, si no fuera porque un conocido conductor de televisión –cuyo nombre no merece ser mencionado, peor aún recordado– de lengua viperina y comprensión obtusa, se lanzara a despotricar en su programa de marras contra el contenido de dicho documental, pretendiendo rebatir las muy pensadas reflexiones y aportes que brindaba el informe, sostenido en valiosas evidencias e intervenciones de respetados especialistas en la materia, como es el caso de los lingüistas Rodolfo Cerrón Palomino y Virginia Zavala, ambos notables profesores universitarios e investigadores de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
    Con gestos grandilocuentes y vociferando estar muy convencido de lo que dice, como es su estilo, no hacía sino proferir una sarta de prejuicios y falsedades sobre un tema que, evidentemente, no es de su dominio. Se quejaba, por ejemplo, de cómo es posible que se llegara a afirmar que en el Perú existía una variedad de castellanos, según las regiones, los segmentos sociales y los estamentos económicos de nuestra variopinta sociedad, pues según la Real Academia de la Lengua había un solo castellano, que era el único que había que usar y respetar, proscribiéndose por lo tanto todo tipo de expresiones «incorrectas»  que eran usuales hallar entre la gente anónima del pueblo. Finalizaba su infeliz perorata deslizando la calificación de «ignorantes» hacia quienes defendían lo que él entendía era una barbaridad. Pobre hombre que no se daba cuenta, no podía darse cuenta, de que quien estaba desbarrando por todo lo alto era precisamente él, simplemente por obedecer, en sus reacciones, a ciertas falacias y sofismas instalados en su errada visión del mundo, basado en una concepción decimonónica de las teorías del lenguaje, caída en desuso por los modernos enfoques científicos de los estudios lingüísticos.   
    Sin embargo, lo terrible y lastimoso del asunto es que pareceres como el suyo abundan entre nosotros, a tenor de lo poco que he leído en los comentarios de muchos tuiteros que, en cargamontón, se abalanzaban contra publicaciones y declaraciones compartidas en dicha red social por comunicadores y periodistas mejor informados. Es decir, ni siquiera se tomaron la molestia, estoy seguro, de escuchar la intervención del Dr. Rodolfo Cerrón Palomino, quizás uno de los mayores y versados lingüistas del Perú actual, para lanzarse a repetir los eternos lugares comunes y las sandeces que suelen soltar las personas que, llevadas solamente por su instinto y sus vísceras, no poseen el mínimo conocimiento de lo que dicen.
    Concretamente, la cuestión está clarísima. Este idioma, que mayoritariamente hablamos en el Perú, traído por los conquistadores españoles en el siglo XVI, ha tenido una evolución como cualquier otra lengua en el mundo, diversificándose y expandiéndose de manera prodigiosa por los territorios de nuestra América, de la misma manera que lo hizo cuando nació en el norte de la península ibérica, al influjo de la presencia romana en tierras hispánicas y su contacto fecundo con las lenguas preexistentes en dichas regiones, diseminándose luego por la amplia geografía española, enriqueciéndose a su vez con los sucesivos aportes de la llegada de los llamados pueblos bárbaros y posteriormente de los árabes en el siglo VIII, hecho que significó una poderosa presencia que nutrió la lengua de Castilla. Estos acontecimientos, que indudablemente  han ramificado las formas de uso del idioma, realidad que se expresa en los diferentes matices y colores que adopta el castellano, no pueden ser vistos sino como importantes mecanismos que han potenciado al español hasta convertirlo en una de las lenguas más importantes del mundo, con cerca ya de 500 millones de hablantes. Producto de ello son las variantes que adopta, esas particulares maneras que asume en las diversas regiones donde se habla, expresiones y modismos que no pueden ser consideradas unas mejores que las otras, sino simplemente diferentes, cada quien con sus propias características, ya sea en el campo fonético, sintáctico o semántico. Y si bien es verdad que en cierta época la Academia se erigió en la institución encargada de velar por su buen uso, cuidando de preservar, como se decía,  su brillo y esplendor, ahora su papel se limita a recoger, validar y fijar aquello que los verdaderos creadores de una lengua realizan cotidianamente, o sea los usuarios que nos expresamos en esta hermosa lengua de Cervantes.  Decir, pues, que hay una sola variedad que es la correcta, por más que ella sea la que recomienda la Academia de la Lengua, denominada estándar, es caer en una visión discriminadora y excluyente que obedece a evidentes motivos de dominio político y de imposición de poder que trata de enmascarar sutiles actitudes de racismo. La Academia, además, no puede instituirse en una especie de policía lingüística, persiguiendo y penando las supuestas incorrecciones de los millones de hablantes, como pretende el susodicho personaje, abogando por una vuelta de la inquisición en asuntos de la lengua. Ello no puede avalar, no obstante, las incorrecciones en el uso del idioma en los que se incurre por desidia o descuido.
    Un comunicado, firmado por decenas de lingüistas sanmarquinos, más otro pronunciamiento de los docentes de la Sección de Lingüística de la PUCP, con los que no puedo estar más de acuerdo, han salido a desmentir los sesgados puntos de vista que el charlatán y deslenguado conductor ha propalado con mucho descaro y mucha insolencia, poniendo los puntos sobre las íes en una materia para la que precisamente están más calificados que el prejuicioso, insidioso y mendaz espantapájaros de la televisión.

Lima, 17 de mayo de 2020.         
Diversidad Lingüística en en el Perú: cultural, diversidad, es ...

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