Nada resulta más misterioso y sorprendente
que las actitudes de los seres humanos ante la realidad que enfrentan cada día,
premunidos de todo ese cúmulo de saberes y no saberes con los que pretenden
aprehender las inasibles verdades que constituyen el inconmensurable desafío de
este mundo hecho de certezas y dudas, de convicciones y aprensiones, de
hallazgos y búsquedas. Si bien es cierto que una vida humana es poca cosa
frente al infinito catálogo de las ciencias y las artes, de las humanidades y
la inalcanzable sabiduría, no deja de ser verdad que en cada uno de nosotros
anida una prometeica aspiración a poseer aunque sea una pequeña chispa de ese
fuego divino e inmortal del
conocimiento.
Todo esto viene a cuento por la recurrente
irrupción en la palestra de la discusión pública –en medio de esta fatal
pandemia que arrecia en el mundo entero, especialmente en nuestro país–, de un
producto químico que un grupo de personas promocionan como la panacea para la
nueva enfermedad. Lo curioso es que hace más de tres décadas que este hecho se
presenta cada vez que la humanidad asiste a la aparición de una patología que desafía a la medicina de una manera
frontal. Sucedió antes ya con el cáncer, el Sida y otras que en su momento
amenazaban a la población de modo peligroso y letal, y hasta ahora los hombres
de ciencia continúan luchando por encontrar el remedio para esos males, aun cuando
existen efectivos tratamientos desarrollados con los años con mucho esfuerzo y
trabajo de investigación.
Lo preocupante de todo esto es que mucha
gente, llevada quizás por la desesperación y la incertidumbre, cree a pie
juntillas en lo que propalan este puñado de farsantes y charlatanes con
respecto a los beneficios o efectos milagrosos de su pócima con ínfulas de curalotodo.
Es como en el caso de la política mundial que, ante el fracaso o desilusión
experimentados por los electores frente a algunos gobiernos democráticos en
diversos países, optan en la siguiente elección por un candidato oportunista
que sabe explotar aquel descontento y frustración con promesas ridículas y
ofertas simplemente electoreras. Entonces acuden prestos a darle su voto sólo
porque es diferente a una clase política que no estuvo a la altura de sus
expectativas. Y allí tenemos ahora a Estados Unidos, Brasil, Hungría y Polonia,
por poner algunos ejemplos, gobernados por verdaderos palurdos que lo único que
hacen es empeorar el estado de cosas, es decir convertir el remedio que
prometían ser en peor que la enfermedad. Así, en el asunto que nos toca, es el
bendito dióxido de cloro el que está en boca de tantos incautos que están
convencidos de sus virtudes curativas.
¿Pero cómo entender este fenómeno de
adhesión empírica, acrítica y anticientífica a un producto que los
especialistas más reputados de la comunidad médica mundial han calificado como
tóxico y dañino para el ser humano? ¿Por qué el empecinamiento y la tozudez de
tantísimos hombres y mujeres que, dándole la espalda a la ciencia, recurren en
su más extremo negacionismo a fórmulas probadamente nocivas y mortales?
Expertos en diversas especialidades médicas, como infectólogos, neumólogos,
epidemiólogos, etcétera, han demostrado
de mil formas posibles cómo actúa en el organismo humano ese preparado químico,
afectando irreversiblemente diferentes órganos y ocasionando secuelas graves
que pueden terminar en la muerte. Basados en un conjunto de creencias y mitos,
los propulsores de su uso ignoran voluntariamente todas esas explicaciones y se
someten ciegamente al dictado de sus prejuicios y fobias, arrastrando a otros
incautos al consumo de algo que está probado que no cura la Covid-19.
Inmunes a toda prueba científica, ajenos a
la amplia bibliografía que respalda la opinión de los especialistas, prefieren
acatar los pálpitos de su errática intuición, o dar crédito al testimonio
dudoso de familiares, amigos o conocidos, en una situación de grave emergencia
sanitaria, cuando está en juego algo tan valioso como la salud y hasta la vida
misma. Tal vez no sea del todo incomprensible esta conducta del ser humano, que
se entrega a las fuerzas desconocidas de lo mágico-religioso, pues la historia
de nuestra especie está precisamente saturada de ejemplos de este tipo, desde
los albores de la humanidad, cuando el hombre de las cavernas creía conjurar
los peligros que el mundo natural le presentaba, invocando la presencia de lo nouménico, hasta el muy moderno y
sofisticado ciudadano de la era tecnológica que cree aplacar los males del ser
humano con sucedáneos que actúan simplemente como placebos.
La ministra de Salud en su reciente visita
a Arequipa, región particularmente abatida por la pandemia, respondió al
gobernador de aquella circunscripción apelando con gran precisión a una
metáfora popular. Ante la demanda de la autoridad política para que el gobierno
central autorice el uso del dióxido de cloro entre su población, la integrante
del flamante gabinete reiteró que desde el gobierno no podían recomendar el uso
de aquél menjunje porque sería irresponsable y criminal, a pesar de que gente
como ese indescriptible señor lo reclamara apelando al sentir popular, pues eso
tendría el mismo valor que si se avalara la patita de conejo sólo porque así lo
exigiera el pueblo llevado por sus creencias tradicionales.
El director del hospital regional de la
misma ciudad, que unos días después brindó unas desafortunadas declaraciones
por un medio radial, repitiendo el pedido del gobernador, fue interpelado
severamente por otro médico, consultor de varios de medios de comunicación y
universidades estadounidenses, para que confirmara su inverosímil solicitud.
Lleno de vergüenza, o quizás por simple táctica, se retractó ante la opinión
pública cuando el colega le recordó su condición de profesional de la medicina,
de hombre de ciencia. Es que todos tenemos que entender que sencillamente la
ciencia se desarrolla sistemática y metodológicamente, con estrictos protocolos
y rigurosas pruebas, y no a través de experimentos voluntariosos, por muy buena
fe que exista, pues el azar y la apuesta, la simple intuición y la corazonada
no son los mejores guías en el progreso del conocimiento científico.
Lima,
15 de agosto de 2020.
Fotografía: bbc.com