domingo, 18 de abril de 2021

Almas muertas


Vistos los resultados de la primera vuelta del pasado domingo 11, el panorama se torna más sombrío aún por el triunfo parcial de dos fuerzas políticas que hacen temer un futuro incierto para el Perú. Hemos llegado al escenario más extremo, las opciones situadas en las antípodas se presentan ahora como alternativas de gobierno para este 28 de julio en que se conmemoran los 200 años de la proclamación de independencia. No podríamos haber elegido un momento más aciago para la celebración de una fecha simbólica, un acontecimiento que posiblemente no haya tenido todavía un contenido real para millones de peruanos que durante todo este tiempo sencillamente estuvieron al margen de los fastos independentistas.

Pero tal vez allí esté precisamente la explicación de una votación que ha dejado sorprendida a buena parte de la población, aun cuando en la última semana los sondeos electorales ya preveían una arremetida de un candidato que durante buena parte de la campaña estuvo entre los menos voceados. Un voto de protesta, de hartazgo, de descontento, de rabia contenida por mucho tiempo, una señal de que esos millones de compatriotas ya no creen en las promesas de los políticos capitalinos, en quienes sólo ven a una gavilla de ambiciosos sinvergüenzas que aspiran al poder con el único fin de seguir manteniendo sus privilegios. Las olvidadas masas de campesinos de nuestras serranías, hombres y mujeres que viven honestamente de su arduo trabajo en el campo, los enormes contingentes de jóvenes con una consciencia social en ascenso, los sectores obreros que reciben migajas de este sistema caduco, han determinado una salida que el hombre citadino ve con espanto.

No puede ser para menos, las capas medias acomodadas de la sociedad, ni qué decir los poderosos de siempre, han puesto el grito en el cielo ante el triunfo provisional de un partido político que de alguna manera es el portavoz de esos millones de peruanos tratados por todos los gobiernos de turno como ciudadanos de segunda clase. Pero lo más sorprendente es que una fuerza que representa lo peor de nuestro pasado reciente, como es el fujimorismo, haya recibido el respaldo suficiente para tener la posibilidad de pasar a la segunda vuelta, como si de pronto un ataque de amnesia colectiva hubiese sobrevenido sobre las mentes de miles de peruanos. Qué poco debemos querernos, cuán baja autoestima debemos tener, para haberle dado a la heredera del régimen putrefacto de los 90 la chance de convertirse en gobierno a partir de julio próximo. Es cierto que su votación no es significativa, apenas roza el 13 por ciento, pero estoy seguro que toda la derecha se alineará con ella en la segunda vuelta.

Claro que me preocupa también el otro candidato de la izquierda radical, cuyo programa de gobierno es tremendamente conservador en materia de políticas de género, en protección a la comunidad LGTBI y en otros derechos fundamentales de toda sociedad moderna, como el aborto, el matrimonio igualitario y la eutanasia. Me apena que en los próximos cinco años, sea quien sea que triunfe, las mujeres y otros colectivos verán recortados o reducidos sus posibilidades de alcanzar cotas de igualdad cada vez más importantes. Una derecha lumpen y una izquierda anacrónica no eran precisamente lo que el Perú se merecía en estos tiempos. Pero en fin, es lo que tenemos, y el próximo 6 de junio tendremos que ir nuevamente a las urnas para depositar nuestro voto con una sensación de derrota anticipada, de fracaso personal, de decepción contumaz.

Pero sigo pensando que el peligro mayor es el fujimorismo, a quien ya le conocemos las entrañas, sabemos perfectamente el tipo de partido que es, hemos experimentado en carne propia todas las tropelías y trapacerías que perpetraron en una década y más, pues aun siendo una fuerza opositora en el Congreso, su actuación ha sido verdaderamente lamentable y vergonzosa, una bancada de pillos y bribones que convirtieron el recinto parlamentario en un auténtico muladar. Eso probablemente no lo saben los más jóvenes, quienes tienen el deber de informarse para no cometer el peor error de sus vidas; pero los otros, los que aun sabiendo se hacen los tontos, esos no tienen perdón, porque van a entregar el poder de su país en el próximo quinquenio a quienes pisotearon la honra de una nación, a quienes saquearon el cuerpo y el alma de un pueblo, a quienes se comportaron como unos salvajes gañanes con nuestra incipiente democracia, desnaturalizándola, envileciéndola hasta el límite. Como dijo el periodista César Hildebrandt, el fujimorismo pudrió el alma del Perú, y yo digo siempre que la emputeció. El fujimorismo necesita un país de almas muertas para imponerse, como en la notable obra de Nicolai Gógol. Sólo un pueblo que ha perdido su dignidad, el emblema más valioso de su espíritu, puede aceptar un régimen que significó y significará el oprobio mayor para nuestra condición de ciudadanos.

Sólo quienes han olvidado las fechorías y barrabasadas de la dictadura fujimorista, pueden pensar que es el mal menor. Quienes tenemos memoria, porque no olvidamos cada suceso funesto, cada crimen, cada abuso, cada bajeza del fujimorismo, jamás aceptaremos ser gobernados por una organización criminal cuya lideresa está próxima a volver a la cárcel, investigada profusamente por la fiscalía y cuyos delitos están demostrados con cientos de pruebas que la justicia deberá aquilatar para dictar la sentencia que se merece. De sólo pensar que los montesinos, los rodríguez medranos, los becerriles, las marthas chavez, estarán de vuelta en un probable gobierno de la corrupción, el estómago se me revuelve y el alma se me encabrita. Una arcada de asco metafísico revuela mi espíritu al sólo imaginar una pesadilla siniestra de esa catadura. No, no es posible que el país pueda infligirse tamaño baldón. Ni el mismísimo Masoch nos recomendaría algo parecido.

No me resisto a copiar un fragmento de la novela de Gógol que resume el preciso instante en el que nos encontramos: «Era un camino más ancho y majestuoso que todos los demás, iluminado por el sol, y en él brillaban las luces por la noche, pero las gentes de alejaban de él y se encaminaban hacia las tinieblas. Y en cuantas ocasiones, aunque les orientara el pensamiento venido del cielo, retrocedieron y se desviaron, fueron a parar, en pleno día, a lugares infranqueables, se arrojaron unos a otros una niebla que los cegaba y, siguiendo unos fuegos fatuos, alcanzaron el borde de un abismo para después preguntarse aterrorizados: ¿Dónde está la salida? ¿Dónde está el camino?». No puedo concebir que el Perú se haya convertido en un siniestro valle donde pululan las almas muertas, desorientadas porque justamente están privadas de aquel elemento precioso que hace de un pueblo no simplemente la acumulación material de bienes y riquezas: la conciencia, esa luz del espíritu que nos guíe en medio de este maremágnum de cerrazón y obscuridad.

Tengo muchas dudas sobre Pedro Castillo, sobre todo por algunos integrantes de la agrupación Perú Libre (PL), especialmente sobre su líder y fundador, conocido misógino y homofóbico, además de estar involucrado en actos de corrupción, por los cuales purga condena; pero sobre Fuerza Popular (FP) y su lideresa poseo certezas absolutas, el pleno convencimiento de que su probable triunfo en la segunda vuelta, con el curioso aval de Vargas Llosa –que será materia de otro artículo–, significará para el Perú la muerte moral.

 

Lima, 17 de abril de 2021.


 

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