Pensé llamar este artículo “El robo del siglo”, que pudo ser
el titular de la página policial de cualquier diario, o el nombre de una
película taquillera de los años del cine negro, pero lo que estamos viendo en
el Perú, en estos días inciertos después de la segunda vuelta electoral, es un
fenómeno que rompe todos los moldes de lo conocido y de lo previsible. Ni bien
se supo que los resultados de las elecciones se orientaban a favorecer al
candidato de Perú Libre (PL), si bien es cierto por un estrecho margen, la
contendora de turno se apresuró a sacar de entre sus armas algo nunca antes
visto en nuestro medio político. Sabiéndose inminente perdedora por tercera
vez, decidió patear el tablero al puro estilo de Donald Trump en los Estados
Unidos y de Benjamín Netanyahu en Israel, es decir, dos modelos antidemocráticos
de comportamiento que toda la prensa del mundo señaló en su momento como una
afrenta al mínimo sentido de civilidad y decencia.
Con todo un poderoso tinglado a su favor, apelando de forma
alevosa al miedo entre la población, azuzando el terror psicológico en un nivel
paranoico inédito entre nosotros, pretende refugiarse en la presidencia de la
Nación para escabullirse de la justicia que ha pedido para ella treinta años de
carcelería por las serias y fundamentadas acusaciones que enfrenta. Esta señora
lo tuvo todo en sus manos: la prensa concentrada haciéndole campaña de una
manera desembozada y purulenta; el empresariado infundiendo el pánico entre sus
empleados para convencerlos de que estaba en juego su futuro laboral; un sector
de futbolistas de la selección nacional que, olvidando sus orígenes, decidieron
apoyarla abiertamente comprometiendo un símbolo deportivo nacional en ello; las
élites económicas que plantaron sus vergonzosos paneles en las principales
ciudades del país señalando el peligro que para ellas significaba el
“comunismo”, su gran bestia negra; algunos conductores de la televisión metidos
a vocingleros propagandistas de su campaña, en cada programa y a toda hora. Y
no obstante, todo eso no le alcanzó para derrotar en las urnas a su rival, a
quien por cierto todos ellos lo tildaron de todas las formas posibles, desde
“terrorista”, “chavista”, “comunista”, entre otros clichés, exhibiendo en ellos
todo un trasfondo de racismo y clasismo de la peor especie.
Daba la sensación de estar observando uno la serie El último bastión, estrenada en la
televisión nacional hace algunos años y subida recientemente a la plataforma de
Netflix. En ella, Eduardo Adrianzén describe los años que rodearon al momento
histórico de la independencia del Perú en 1821. Un grupo de criollos, aliado de
los españoles, jamás estuvieron de acuerdo con el proceso, sabotearon el
movimiento independentista hasta donde les alcanzó sus influencias y sus
fuerzas. Personajes encopetados de la Lima virreinal, con la mentalidad enteramente
carcomida por el desprecio y la inquina hacia los sectores populares, se
empecinaron en seguir manteniendo sus privilegios a costa del sufrimiento y de la
explotación de millones de compatriotas, a quienes jamás concebían como seres
con derechos, con alma. Tal como ahora, doscientos años después, lo seguimos
viendo en los rostros y los apellidos y las actitudes de quienes son los
herederos de los encomenderos y de las castas cortesanas de entonces. Una
ciudad, Lima, convertida efectivamente en el último bastión de la mentalidad
colonial que se resiste a considerar a todas las demás regiones en un mismo
nivel de ciudadanía, que las sigue mirando por sobre el hombro, buscando
desconocer y anular sus votos, valiéndose para ello de un sinfín de tramposerías,
mañas y leguleyadas.
Con un cinismo y sinvergüencería sin nombre, los secuaces de
la red criminal que ha tejido el fujimorismo en todos estos años, quieren
auparla al poder a toda costa, no importa si para ello pierden hasta el honor y
la dignidad en el intento, como el patético caso del novelista Vargas Llosa y
su hijo, o el de los operadores mediáticos Cateriano y Rospigliosi, conversos
fujimoristas de última hora, quienes deben ingresar ya al panteón nacional de
la infamia y la bajeza. Y con ellos, una lista interminable de sujetos de
comportamiento bajuno y miserable que se han prestado para seguirle el juego a
una banda de facinerosos que tienen como objetivo la captura del poder para
hacer de las suyas. No voy a mencionarlos ya por no seguir ensuciando estas
páginas, pero todos sabemos quiénes son, no se necesita ser muy zahorí para
identificarlos.
Al día siguiente nomás de los comicios, cuando ya veía que
los resultados no eran los que ella esperaba, salió ante la prensa a denunciar
“indicios de fraude”, sin presentar pruebas convincentes, tratando de manchar
la elección para tener el pretexto perfecto de deslegitimar al próximo gobierno
y anunciando entrelíneas lo que será su conducta en los siguientes cinco años,
tal vez parecidos o peores de los que fue capaz de hacer en el último
quinquenio, cuando desde el Congreso usó a las mesnadas de su bancada como una
chaveta, censurando ministros, vacando presidentes, obstruyéndolo todo por puro
afán de venganza. Y ahora hace lo mismo, entrando a saco en la ONPE y el JNE,
buscando robarse una elección que a todas luces le ha sido adversa. Si eso no
es un comportamiento criminal, entonces ya no sé qué cosa lo es. Tal como una
vulgar banda de cuatreros, ella y sus secuaces asaltan los organismos electorales,
victimizándose y culpando a todo el mundo de su tercera y consecutiva derrota.
Las marchas que organizaron durante la semana posterior a la
votación, con el clímax macabro del sábado que obligó a cerrar un centro de
vacunación para adultos mayores, los mismos que estos canallas usaron para
incrementar sus votos el domingo, pero que llegado el caso les importó un
comino dejarlos esperando su turno para estar mejor protegidos de la temible
enfermedad que nos agobia, no pudieron ser sino la mejor expresión de todo
aquello que lo tenían bien guardado durante todo este tiempo: racismo,
clasismo, xenofobia, aporofobia, y toda una serie de taras mentales y morales
que siempre los caracterizó. Por allí asomó su hocico inmundo la bestia
monstruosa del fascismo, lanzando consignas, gestos y señales que nos hacían
recordar a los abominables años previos a la segunda guerra mundial, con los
camisas pardas y negras desfilando por las calles de las ciudades italianas y
alemanas anunciando el apocalipsis que desatarían apenas unos años después.
Creo que esto ya es inconcebible, el fujimorismo ha cruzado
una línea de la que ya no hay retorno, ha sobrepasado todo sentido mínimo de
decencia y civilidad, mostrándose como lo que realmente es: una fuerza bruta de
hampones de la peor calaña, el lumpen empresariado en su versión psicópata y perversa,
publicando en las redes las imágenes de conocidos políticos, periodistas,
artistas y otras personas señalándolos como chivos expiatorios de su insania
desatada. Las mismas prácticas que usaron las huestes nazis y sus delirios
homicidas, o del Ku Klux Klan en los años de la guerra de secesión estadounidense,
con sus turbas asesinas desplegándose a escondidas por las calles y los barrios
con el fin de intimidar, violentar y matar a judíos, negros y católicos. No
vaya a ser que estemos comprobando, con pavorosa realidad, que la sigla de
identificación de la señora K había sido en verdad el anuncio cifrado del
potencial nacimiento de un KKK criollo. ¡Puro espanto! Lo que queda es denunciar
a los autores de esos crímenes anunciados, para que los tribunales se encarguen
de su justa pena.
El mundo debe saber lo que está a punto de suceder en el
Perú, el que una gavilla de salteadores, valiéndose de burdas e inverosímiles
triquiñuelas, impida la proclamación del presidente electo, burlándose de la
voluntad popular y afectando groseramente la libertad de elegir de miles de
hombres y mujeres humildes de nuestras regiones que rechazaron en las urnas el
proyecto autoritario y continuista de Fuerza Popular (FP), un partido mafioso
que reivindica la dictadura de los 90 y que jamás ha deslindado de los crímenes
y los robos del padre preso de la señora que no sabe perder. Los organismos de
derechos humanos, la comunidad internacional deben impedir que el fujimorismo
perpetre por enésima vez una de sus acostumbradas tropelías.
Lima, 13 de junio de 2021.
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