martes, 15 de junio de 2021

El último bastión

 

Pensé llamar este artículo “El robo del siglo”, que pudo ser el titular de la página policial de cualquier diario, o el nombre de una película taquillera de los años del cine negro, pero lo que estamos viendo en el Perú, en estos días inciertos después de la segunda vuelta electoral, es un fenómeno que rompe todos los moldes de lo conocido y de lo previsible. Ni bien se supo que los resultados de las elecciones se orientaban a favorecer al candidato de Perú Libre (PL), si bien es cierto por un estrecho margen, la contendora de turno se apresuró a sacar de entre sus armas algo nunca antes visto en nuestro medio político. Sabiéndose inminente perdedora por tercera vez, decidió patear el tablero al puro estilo de Donald Trump en los Estados Unidos y de Benjamín Netanyahu en Israel, es decir, dos modelos antidemocráticos de comportamiento que toda la prensa del mundo señaló en su momento como una afrenta al mínimo sentido de civilidad y decencia.

Con todo un poderoso tinglado a su favor, apelando de forma alevosa al miedo entre la población, azuzando el terror psicológico en un nivel paranoico inédito entre nosotros, pretende refugiarse en la presidencia de la Nación para escabullirse de la justicia que ha pedido para ella treinta años de carcelería por las serias y fundamentadas acusaciones que enfrenta. Esta señora lo tuvo todo en sus manos: la prensa concentrada haciéndole campaña de una manera desembozada y purulenta; el empresariado infundiendo el pánico entre sus empleados para convencerlos de que estaba en juego su futuro laboral; un sector de futbolistas de la selección nacional que, olvidando sus orígenes, decidieron apoyarla abiertamente comprometiendo un símbolo deportivo nacional en ello; las élites económicas que plantaron sus vergonzosos paneles en las principales ciudades del país señalando el peligro que para ellas significaba el “comunismo”, su gran bestia negra; algunos conductores de la televisión metidos a vocingleros propagandistas de su campaña, en cada programa y a toda hora. Y no obstante, todo eso no le alcanzó para derrotar en las urnas a su rival, a quien por cierto todos ellos lo tildaron de todas las formas posibles, desde “terrorista”, “chavista”, “comunista”, entre otros clichés, exhibiendo en ellos todo un trasfondo de racismo y clasismo de la peor especie.

Daba la sensación de estar observando uno la serie El último bastión, estrenada en la televisión nacional hace algunos años y subida recientemente a la plataforma de Netflix. En ella, Eduardo Adrianzén describe los años que rodearon al momento histórico de la independencia del Perú en 1821. Un grupo de criollos, aliado de los españoles, jamás estuvieron de acuerdo con el proceso, sabotearon el movimiento independentista hasta donde les alcanzó sus influencias y sus fuerzas. Personajes encopetados de la Lima virreinal, con la mentalidad enteramente carcomida por el desprecio y la inquina hacia los sectores populares, se empecinaron en seguir manteniendo sus privilegios a costa del sufrimiento y de la explotación de millones de compatriotas, a quienes jamás concebían como seres con derechos, con alma. Tal como ahora, doscientos años después, lo seguimos viendo en los rostros y los apellidos y las actitudes de quienes son los herederos de los encomenderos y de las castas cortesanas de entonces. Una ciudad, Lima, convertida efectivamente en el último bastión de la mentalidad colonial que se resiste a considerar a todas las demás regiones en un mismo nivel de ciudadanía, que las sigue mirando por sobre el hombro, buscando desconocer y anular sus votos, valiéndose para ello de un sinfín de tramposerías, mañas y leguleyadas.

Con un cinismo y sinvergüencería sin nombre, los secuaces de la red criminal que ha tejido el fujimorismo en todos estos años, quieren auparla al poder a toda costa, no importa si para ello pierden hasta el honor y la dignidad en el intento, como el patético caso del novelista Vargas Llosa y su hijo, o el de los operadores mediáticos Cateriano y Rospigliosi, conversos fujimoristas de última hora, quienes deben ingresar ya al panteón nacional de la infamia y la bajeza. Y con ellos, una lista interminable de sujetos de comportamiento bajuno y miserable que se han prestado para seguirle el juego a una banda de facinerosos que tienen como objetivo la captura del poder para hacer de las suyas. No voy a mencionarlos ya por no seguir ensuciando estas páginas, pero todos sabemos quiénes son, no se necesita ser muy zahorí para identificarlos.  

Al día siguiente nomás de los comicios, cuando ya veía que los resultados no eran los que ella esperaba, salió ante la prensa a denunciar “indicios de fraude”, sin presentar pruebas convincentes, tratando de manchar la elección para tener el pretexto perfecto de deslegitimar al próximo gobierno y anunciando entrelíneas lo que será su conducta en los siguientes cinco años, tal vez parecidos o peores de los que fue capaz de hacer en el último quinquenio, cuando desde el Congreso usó a las mesnadas de su bancada como una chaveta, censurando ministros, vacando presidentes, obstruyéndolo todo por puro afán de venganza. Y ahora hace lo mismo, entrando a saco en la ONPE y el JNE, buscando robarse una elección que a todas luces le ha sido adversa. Si eso no es un comportamiento criminal, entonces ya no sé qué cosa lo es. Tal como una vulgar banda de cuatreros, ella y sus secuaces asaltan los organismos electorales, victimizándose y culpando a todo el mundo de su tercera y consecutiva derrota.

Las marchas que organizaron durante la semana posterior a la votación, con el clímax macabro del sábado que obligó a cerrar un centro de vacunación para adultos mayores, los mismos que estos canallas usaron para incrementar sus votos el domingo, pero que llegado el caso les importó un comino dejarlos esperando su turno para estar mejor protegidos de la temible enfermedad que nos agobia, no pudieron ser sino la mejor expresión de todo aquello que lo tenían bien guardado durante todo este tiempo: racismo, clasismo, xenofobia, aporofobia, y toda una serie de taras mentales y morales que siempre los caracterizó. Por allí asomó su hocico inmundo la bestia monstruosa del fascismo, lanzando consignas, gestos y señales que nos hacían recordar a los abominables años previos a la segunda guerra mundial, con los camisas pardas y negras desfilando por las calles de las ciudades italianas y alemanas anunciando el apocalipsis que desatarían apenas unos años después.

Creo que esto ya es inconcebible, el fujimorismo ha cruzado una línea de la que ya no hay retorno, ha sobrepasado todo sentido mínimo de decencia y civilidad, mostrándose como lo que realmente es: una fuerza bruta de hampones de la peor calaña, el lumpen empresariado en su versión psicópata y perversa, publicando en las redes las imágenes de conocidos políticos, periodistas, artistas y otras personas señalándolos como chivos expiatorios de su insania desatada. Las mismas prácticas que usaron las huestes nazis y sus delirios homicidas, o del Ku Klux Klan en los años de la guerra de secesión estadounidense, con sus turbas asesinas desplegándose a escondidas por las calles y los barrios con el fin de intimidar, violentar y matar a judíos, negros y católicos. No vaya a ser que estemos comprobando, con pavorosa realidad, que la sigla de identificación de la señora K había sido en verdad el anuncio cifrado del potencial nacimiento de un KKK criollo. ¡Puro espanto! Lo que queda es denunciar a los autores de esos crímenes anunciados, para que los tribunales se encarguen de su justa pena.

El mundo debe saber lo que está a punto de suceder en el Perú, el que una gavilla de salteadores, valiéndose de burdas e inverosímiles triquiñuelas, impida la proclamación del presidente electo, burlándose de la voluntad popular y afectando groseramente la libertad de elegir de miles de hombres y mujeres humildes de nuestras regiones que rechazaron en las urnas el proyecto autoritario y continuista de Fuerza Popular (FP), un partido mafioso que reivindica la dictadura de los 90 y que jamás ha deslindado de los crímenes y los robos del padre preso de la señora que no sabe perder. Los organismos de derechos humanos, la comunidad internacional deben impedir que el fujimorismo perpetre por enésima vez una de sus acostumbradas tropelías.

Lima, 13 de junio de 2021.



 

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