sábado, 14 de mayo de 2022

Jauja en su historia

 

Un libro que ha aguardado por más de cuarenta años en mi biblioteca, y que apenas había hojeado ocasionalmente picoteando alguna información, lo he recorrido ahora sí de cabo a rabo. Los hallazgos son de gran interés, sobre todo para alguien que desee conocer un poco más de la historia de Jauja, y que por supuesto debiera serlo también para quien llamándose jaujino no puede desconocer aspectos centrales del devenir de su ciudad. El texto en mención es nada menos que Jauja Antigua (1964), del recordado periodista y poeta Clodoaldo Alberto Espinosa Bravo, testigo de buena parte de la historia de Jauja durante el siglo XX, habiendo nacido en el año 1900 y fallecido en 1969.

El libro es un compendio de artículos, notículas, relatos, reseñas, noticias y cartas que recogen los acontecimientos más relevantes de la provincia a través del anecdotario y la preocupación historiográfica del escritor, a lo largo de una vida fecunda, signada por la tragedia, a raíz del accidente ferroviario que sufrió en 1956, pero que nunca dejó que esa circunstancia desgraciada mermara un ápice su pasión por el saber y por difundir el conocimiento profundo de la ciudad que fue la materia central de toda su producción intelectual. El volumen que dormía en los anaqueles ha despertado para revelar todo el caudal de valiosa información que atesoraba, pues lo más importante de Jauja antigua es precisamente la cantidad de datos que aporta en cuanto a sus mitos, leyendas, sucesos políticos, sociales y culturales de la provincia y aledaños.

La dedicación a la historia por parte de Espinosa Bravo es notoria en muchos de los capítulos del libro, especialmente en aquellos donde revisa los hechos de la región desde épocas prehispánicas, cuando el origen y florecimiento de la civilización Wanka-Xauxa, o los episodios de la conquista a través de una lectura atenta de los cronistas. También figura el hecho trascendental del hallazgo del Acta de fundación de Jauja en los archivos peninsulares por el historiador Raúl Porras Barrenechea, quien tuvo el gesto de obsequiar una copia del mismo al autor, quien a su vez hizo todo lo posible porque fuera incorporado a los archivos de la Municipalidad de la provincia. Igualmente aparece el Acta de cancelación de la capitalidad de Jauja, cuando un grupo de vecinos notables, en reunión de noviembre de 1534, solicitó a Francisco Pizarro su traslado a la costa.

Detalles sobre la construcción de la Iglesia Matriz y el surgimiento del culto a la Virgen del Rosario; la fisonomía de la Plaza de Armas en los inicios de la presencia española; el nacimiento en la ciudad de Francisca Pizarro, la hija mestiza del conquistador; la configuración geográfica y política de Jauja durante la Colonia y la República; la participación de figuras heroicas, como fray Bruno Terreros, en los momentos álgidos de la patria; el encauzamiento del río Mantaro; el significado y trascendencia del Convento de Ocopa como foco civilizador en la zona central del país; el increíble episodio del abrazo de Maquinhuayo en los años aurorales de la independencia; la presencia de personajes importantes en la ciudad, como el expresidente Manuel Pardo, a raíz del Sanatorio para enfermos de tuberculosis; las fiestas tradicionales del pueblo, como el famoso Jala-pato; entre otros, dan cuenta de la diversidad de intereses de un autor cuya curiosidad y apasionamiento eran realmente admirables.

Sin embargo, quiero detenerme, en forma particular, en algunos datos que pueden ser de especial interés para un lector actual, sobre todo si es nacido en Jauja. Por ejemplo, saber que José Jacinto Ibarra, quien fuera diputado y senador, fue el principal gestor -junto a Manuel B. Cisneros- para la creación del legendario colegio “San José”, semillero de señeras personalidades de la provincia. Este centro de enseñanza nació como Colegio Municipal en febrero de 1858, siendo su primer rector don Antonio Díaz y Baca. Se nacionalizó en 1868, aprobándose la ley correspondiente el 20 de noviembre del mismo año. Se inauguró el 28 de julio de 1869, “siendo su primer rector don Manuel Mosquera, pedagogo huaracino”. El nombre del colegio tendría su origen en el del presidente de la República en cuya administración se puso en marcha su funcionamiento, José Balta, según costumbre de la época al crearse colegios, o en el propio nombre de su fautor, José Jacinto Ibarra, que por cierto es la denominación de la calle lateral del local actual del centenario recinto del saber.

Curiosamente sería el mismo Jacinto Ibarra quien presentó el proyecto de ley para la división de Jauja y por ende la creación de la provincia de Huancayo, hecho que se concretó en 1864. No faltará tal vez, por allí, un jaujino a rajatabla, que comience a mirar con otros ojos a este representante político y notable ciudadano, que tuvo la fortuna de estar tanto en un acontecimiento capital para el desarrollo educativo de la provincia, como en el controvertido nacimiento de una provincia que ahora ejerce la capitalidad de la región Junín. En fin, son los vaivenes de la historia, las muecas irónicas de un destino cuyos arcanos no podremos descifrar en su totalidad.

Otro dato interesante es aquel sobre la presencia en nuestra tierra del afamado compositor huanuqueño Daniel Alomía Robles, el archiconocido autor de “El cóndor pasa”, pieza notable de nuestra música nacional. Pero no sólo es eso, sino que estando en el distrito de Marco tuvo oportunidad de recoger la melodía de su “Himno al Sol”, otra de sus notables composiciones, de una belleza y ternura sin par. Escuchando tocar su quena a un indio de 117 años, el músico tuvo el convencimiento de que esos sones encerraban todo el drama y el misticismo del habitante del ande, sobrecogido por un sentimiento de hondo lirismo divino.

No sé si todos los jaujinos sabrán que en algún tiempo la ciudad tuvo su diario, como todo pueblo culto que posea el sentido de su trascendencia. Pues bien, el diario El Porvenir fue fundado en 1908 por Aníbal Motto Vivanco, otro hijo importante de la tierra, cuyo nombre ahora lleva la moderna avenida que nace en la Plaza de La Libertad y que enrumba hacia los distritos situados al este de la ciudad, como Julcán, Pancán y San Pedro de Chunán. Dicho periódico se publicó hasta 1963, donde por razones económicas dejó de salir, quedando Jauja huérfana de un medio de expresión fundamental para su propio desarrollo cultural.

De la misma manera, existieron en las primeras décadas del siglo pasado algunos clubes de renombre, de los cuales a duras penas subsisten algunos de ellos. Por ejemplo, el Hatun Xauxa Club, fundado el 6 de abril de 1928 por ciudadanos pertenecientes a familias conocidas de la ciudad, entre los cuales figuran nombres como Alfonso Ampuero Gutiérrez, Isaac Benavides Hurtado, Carlos Bonilla del Valle, Gabriel Bonilla Monge, Juan Pío Castro Fernandini, Ulises Castro Fernandini, Gerardo M. García Álvarez, Manuel Landa Vargas, Alejandro Palacios Castellanos, Sixto Monge Loli, Oswaldo Véliz Hinostroza, Juan A. Villanes Véliz, Artemio y Eduardo Villar Olivera. Por las informaciones orales que he recogido, este club dejó de existir alrededor de fines de la década del 60.

El emblemático Casino Jauja se fundó el 6 de abril de 1923. Se instaló el 29 de agosto del mismo año, teniendo como socios fundadores a José Manuel Noriega, Moisés Landa, Alejandro Yuli, César Méndez Ríos, Raúl Argüelles, Max E. Cordero, Alberto Castro Fernandini, Gregorio Suárez Galarza y otros. Su vigencia se prolongó por muchos años, funcionando en los altos del ala derecha del Concejo Provincial, por carecer de local propio. El objetivo de los socios fue justamente la construcción de su sede institucional, decisión que se fue postergando hasta quedar finalmente en el aire, sufriendo el desalojo del ambiente municipal que ocupaba hasta hace unos años. Este club fue centro neurálgico de la vida social de la ciudad, en cuyos salones se celebraban un sinnúmero de festividades de todo tipo: veladas culturales, fiestas de promoción, quinceañeros, etcétera. Casi no hay jaujino que frise la cuarentena que no se precie de haber sido partícipe de una de aquellas reuniones.

El Centro Social Jauja se fundó en Lima en 1954, instalándose la directiva el 31 de enero bajo la presidencia de Julio S. Morales Saravia. Reúne esta asociación a los jaujinos residentes en Lima, quienes en la actualidad ostentan un local propio en el distrito de San Miguel de la capital. Su amplio salón es escenario de diferentes actividades de corte festivo, cultural y patronal. Lo mismo se puede decir de la Sociedad Unión Artesanos, la más antigua institución de este tipo, fundada el 8 de mayo de 1890, cuya sede está en el céntrico Jr. Junín de la ciudad, y que también ha sido escenario de una variedad de actividades sociales de los habitantes de Jauja. Recuerdo haber asistido a presentaciones musicales, veladas literarias, fiestas promocionales y reuniones patronales en sus instalaciones. Tampoco olvido que allá por los años 80 mi madre accedió al cargo de presidenta de la institución, siendo, creo, la primera mujer en ocupar dicho sitial. Gracias a ella también pude conocer la biblioteca de la Sociedad, ubicada en el segundo piso del local.

Espinosa Bravo no era un estilista, su prosa posee ciertos rasgos retóricos y manieristas que resultan algo pomposos y altisonantes, pero ello no desmerece para nada su aporte historiográfico, por cuyas páginas uno puede pasearse con la placidez y la curiosidad de quien accede al pasado de una forma natural, encontrando siempre una información de primera mano sobre distintos tópicos relacionados con nuestra historia y sus protagonistas. Su lectura ha significado para mí un enorme servicio a mis propios intereses intelectuales, espoleando otras búsquedas y cotejando otros textos para tener una visión más precisa sobre Jauja y su historia.

 

Lima, 14 de mayo de 2022.


 

lunes, 9 de mayo de 2022

Una mujer ante el tirano

 Con el alma en vilo termino de leer Antígona, obra del autor griego Sófocles, una de las obras maestras del teatro universal. El destino de la hija de Edipo, rebelde e insumisa ciudadana de Tebas, que hace frente a una injusticia del rey Creonte, su propio tío, conmueve por su belleza trágica que atraviesa los siglos, para legarnos un mensaje que no ha cesado de alimentar tantas justas reivindicaciones de hombres y mujeres de todas las épocas y las latitudes.

Se puede hablar de protofeminismo en el caso de Antígona, una mujer que cuestiona y confronta el poder inhumano del rey, que le impide cumplir los rituales de la sangre. Su hermano Polinices yace insepulto luego de haber sucumbido con su hermano Etéocles en una lucha fratricida. Pero Creonte ordena que sólo se le rinda homenaje a Etéocles, acusando a Polinices de traidor y dejando su cadáver a merced de las aves y los perros. Antígona quiere darle sepultura, pasando por alto el edicto del rey, sabiendo que contravenir su autoridad le podría acarrear serias consecuencias. A pesar de ser consciente de este mandato, Antígona está dispuesta a cumplir el designio superior de los dioses. Busca el apoyo de su hermana Ismena, quien la conmina a acatar el dictamen de Creonte, consejo que aquella no tomará en cuenta.

Contraviniendo las leyes de la ciudad, la muchacha le rinde los honores funerarios a Polinices haciendo las libaciones respectivas ante su cuerpo sin vida, noticia que de inmediato llega a oídos del rey, quien ordena que Antígona sea aprehendida y llevada ante su autoridad. Estamos en el nudo de la tragedia, pues Creonte decreta sin miramientos su castigo que es la muerte. Ella acepta su sino con estoicismo, razonando que para ella emprender el viaje al Hades no es finalmente más que el motivo del reencuentro con sus padres y sus hermanos, pues su vida en este mundo ha perdido mucho de su sentido. Ella está comprometida con Hemón, hijo de Creonte, pero está dispuesta a renunciar al himeneo ante el llamado inexorable de su destino trazado por los dioses.

Los guardianes del rey llevan a Antígona al interior de una cueva, donde quedará encerrada con lo mínimo necesario, creyendo de este modo el rey que si muere su propia culpa quedará anulada. Entre tanto, Hemón ha tratado de convencer a su padre de la injusticia de su decisión, retirándose abatido al no obtener ningún resultado favorable. Creonte lo busca para requerir su obediencia, pero Hemón reacciona enfrentando a su padre. Éste logra esquivar la embestida, entonces Hemón dirige su espada hacia sí mismo, perdiendo la vida ante los ojos estupefactos del rey. Asimismo, el anciano Tiresias, ciego adivino de la ciudad, anuncia las desgracias que sobrevendrían si Creonte se empeña en mantener su cruel resolución. Pero el rey está cegado por la ira ante la desobediencia de Antígona, y no está dispuesto a retroceder por nada.

La noticia de la muerte de Hemón se desparrama por la ciudad, llegando por supuesto a oídos de su madre, Eurídice, quien en silencio se retira a su recámara y se quita la vida. Esta nueva desgracia hunde en la desesperación a Creonte, quien asume por fin su culpa, toma conciencia de que los sucesos desencadenados se deben exclusivamente a su terca voluntad y está dispuesto a repararla para evitar más desgracias. Promete liberar a Antígona y detener de este modo los presagios anunciados por Tiresias. Pero es demasiado tarde, pues cuando acude con sus guardias a la caverna donde está encerrada Antígona, ésta aparece colgada con el cinturón de su túnica. La tragedia se ha abatido contra este mortal que ha desafiado a los dioses, que ha pretendido hacer prevalecer las leyes humanas frente a las divinas, y que ahora deambula como un muerto que respira por los pasillos de su palacio, con la certeza de que los días que le quedan estarán signados por estos hechos que sólo han sido posibles por su envanecida y soberbia voluntad.

De las siete obras conservadas de Sófocles, ésta es probablemente, junto con Edipo rey, una de las joyas inmarcesibles de la dramaturgia mundial, la tragedia de una mujer que proclama su libertad y reta las inicuas leyes de una ciudad que el rey quiere hacer cumplir a cualquier precio, aun cuando ello entrañe una ofensa mayúscula a las leyes eternas de la vida, que manda cumplir los ritos tradicionales ante la muerte de un familiar, costumbre que es avalada hasta por los propios dioses. Antígona es el símbolo de la mujer que resiste con carácter indómito los abusos e iniquidades del poder de los hombres, que no retrocede aunque sea la misma muerte el final que le espera. También es quien encarna el destino trágico de una familia, señalada por los dioses para ser protagonista de las pasiones y los sucesos más terribles que se arrastran de generación en generación.    

                          

Lima, 8 de mayo de 2022.

 

Rostros bonitos, música fea

 

La dictadura de la moda debe ser una de las más brutales e inexorables que se ciernen sobre los hombres y las mujeres, pues somete a sus incautos esclavos a seguir una corriente por el sólo hecho de pertenecer al momento actual, exento por tanto de someterse al escrutinio saludable de la crítica y de estar sujeto a una apreciación justa bajo los elementales criterios del gusto y de una formación mínimamente regida por los juicios básicos de la estética. Sin embargo, uno puede ser indulgente si dicha dictadura recae por ejemplo en materias tan banales como la ropa y los calzados, pero ya resulta imperdonable si ello supone dejarse guiar por su férula en aspectos tan esenciales como el arte y la cultura, especialmente la música, una de las manifestaciones más excelsas del espíritu humano.

Es por ello que ver a jóvenes que comparten breves grabaciones de baile en las redes sociales como Instagram o Tik Tok, teniendo como sonido de fondo a la llamada música urbana, especialmente ese esperpento sonoro conocido como reggaetón, produce una sensación de especial desagrado por la incompatibilidad entre sus rostros lozanos, bellos y juveniles con esas supuestas canciones que son en verdad una argamasa impasable de voces espantosas, letras sórdidas y escabrosas, más el sonsonete insufrible de unos ruidos de instrumentos torturados por las manos implacables de individuos profiriendo chabacanerías que más que halagar los oídos los agreden de manera imperdonable.

Una de las formas del infierno debe ser viajar en transporte público, atestado de gente, las ventanas cerradas y encima al chofer no ocurrírsele mejor cosa que endilgarnos esa inmundicia auditiva que es el mismo golpeteo omnisciente que inunda toda la ciudad. Uno camina por cualquier avenida y de los comercios vecinos –restaurantes, barberías, zapaterías, etcétera– se vuelca a la calle el chorro insoportable de este tam-tam contemporáneo, la versión más burda y coprolálica de un arte que sinceramente no merece ser representado de esta manera. La música es la quintaesencia de la expresión artística, condición a la que aspiran todas las artes, el juego armonioso de melodía, ritmo y lenguaje universal, razón por la que todos quienes apreciamos grandemente su dimensión no podemos permitir que se le infiera una humillación de esta naturaleza, a manos de quienes haciéndose llamar músicos no poseen un ápice de ese sentido maravilloso de la creación de belleza a partir del sonido.

Alguna vez Vargas Llosa contaba que en un recorrido por un museo europeo había sido testigo de un suceso increíble. En medio de una multitud de curiosos, se exhibía una obra de arte que al parecer era la más apreciada por los ocasionales visitantes, y al acercarse para divisar aquello que concitaba la atención de manera excepcional, su sorpresa fue mayúscula al comprobar que se trataba de caca de elefante. Es decir, el arte ahora podía ser cualquier cosa, con tal de convocar el interés del espectador. Algo parecido quizás suceda ahora con este fenómeno del género en cuestión, presente en cuanta reunión festiva sea organizado por jóvenes y no tan jóvenes. Siempre me gustó hacer la analogía entre los sentidos del olfato y el oído, pues así como cuando uno transita por un lugar con cerros de basura y el olor inmediatamente nos suscita una repulsa hasta llevar a cubrirnos la nariz, de la misma manera cuando sentimos un sonido repulsivo quien se siente ofendido es el oído, no pudiendo a veces hacer lo propio ante tan inmundo sonido. Es lo que me pasa cuando oigo aquello que ni siquiera catalogo como música; la reacción es instantánea, no pudiendo tolerar un segundo su presencia mefítica.

Muchos críticos, artistas y melómanos están de acuerdo en que ese engendro contemporáneo que ha penetrado todas las capas de la sociedad, que incluso se ha impuesto en los grandes certámenes internacionales patrocinados por reconocidas organizaciones del espectáculo, no es música, será cualquier otra cosa menos música, pues de serlo ofendería la memoria de tantos grandes creadores que en esta materia han destacado tanto en la música académica o culta como en la popular, y cuyos nombres no podrían mezclarse con estos exponentes de la más vulgar manifestación de un arte como la música.

Tengo la certeza, sin embargo, que su fugaz apogeo tendrá pronto un ocaso gris y anodino, como todo aquello que no reúne la calidad suficiente para trascender en el tiempo, convencido de que es su transcurso el implacable juez que sabe poner cada cosa en su sitio. Mientras tanto seguiré combatiendo donde me encuentre contra su brutal intrusión, defendiendo los espacios que sean necesarios de su pérfida invasión, preservando los ambientes más personales de la contaminación auditiva que entraña su grosero atrevimiento.

 

Lima, 30 de abril de 2022.