domingo, 10 de julio de 2022

Hay futuro si hay verdad

 

Colombia ha sufrido los últimos sesenta años uno de los conflictos armados más prolongados y cruentos del hemisferio, con cerca de medio millón de muertos y otros tantos millones de desplazados y desaparecidos. Esta tragedia humanitaria parece estar llegando a su fin, ese es el anhelo de todos los colombianos y latinoamericanos, con la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad realizada el pasado martes 28 en Bogotá. Su presidente, el sacerdote jesuita Francisco de Roux, en una ceremonia acorde a las circunstancias, ha pronunciado un discurso muy sentido sobre las décadas de la violencia que ha padecido su país, incidiendo en la importancia del conocimiento de los hechos para no repetirlos. Se ha notado la ausencia en dicho acto del presidente Iván Duque, de visita en Europa, en un gesto bastante revelador, pues a lo largo de su mandato, que ya llega a su fin, poco o nada se hizo por apuntalar el trabajo de los comisionados y por implementar los acuerdos de paz firmados entre el gobierno y las Farc el año 2016.  

Quien sí estuvo presente es el presidente electo Gustavo Petro, quien asumirá las riendas del gobierno el próximo 7 de agosto. Esto da gratas esperanzas en medio de un clima de pesimismo por los años transcurridos sin ver materializados los puntos acordados en La Habana cuando el presidente de ese entonces, Juan Manuel Santos, llevó a cabo un encuentro positivo con los líderes de la guerrilla que habían decidido entregar las armas y encaminar a Colombia por un futuro de paz y reconciliación, arduo y saturado de obstáculos es cierto, pero fundamental para devolverle a toda la nación ese mínimo de tranquilidad y concordia que todo pueblo requiere para lograr su desarrollo y prosperidad.

Cerca de cuatro años ha trabajado la comisión bajo la batuta del padre Francisco de Roux, un hombre sumamente respetado por todos los sectores de la sociedad colombiana, filósofo, economista, sacerdote jesuita y voz dialogante de la comunidad religiosa. Durante ese tiempo han tenido la ocasión de visitar la mayor cantidad de poblados de las diversas regiones del territorio, escuchando los testimonios y dramas de miles de ciudadanos víctimas de una guerra demencial que ha transcurrido ante los ojos impasibles de un país jaqueado por los grupos guerrilleros, las fuerzas armadas, las bandas de paramilitares y los delincuentes del narcotráfico. Muchos de esos relatos son verdaderamente espeluznantes, tragedias que describen la vesania y bestialidad a la que puede descender el ser humano cuando es atrapado por la locura homicida del que piensa que el otro es sencillamente el enemigo.

Oyendo al padre Francisco, su elocuencia cauta y honesta, sus gestos mesurados y sabios, uno tiene la sensación de estar frente a un ser excepcional, alguien que a sus 79 años recién cumplidos ha forjado un espíritu poseedor de una agudeza tal que le permite entender en su cabal dimensión el laberinto inextricable de la condición humana, y que desde allí es capaz de proponer y preconizar salidas razonadas y justas a los increíbles callejones, en apariencia sin salida, en que cae el hombre cuando es jaloneado por las fuerzas oscuras del fanatismo, el odio, la venganza y la muerte. Esas ocho mil páginas de que se compone el informe son, como ha recordado el escritor Juan Gabriel Vásquez, el primer eslabón para pasar página a una era de horror y espanto que no debe repetirse jamás.  

Son tantos años en que el país entero vivió, como resume el padre Francisco, en “modo guerra”, sintiendo que la violencia que se apoderaba de todos los pueblos y ciudades era la forma única de la lucha política por el poder, un pueblo anestesiado por los sucesos que se iban precipitando arteros como si se tratara de una fatalidad inexorable. “¿Qué nos pasó a todos?”, es la pregunta que se hacen los comisionados, cuestionando la apatía o indiferencia de toda una sociedad que contemplaba con una mezcla de espanto y perplejidad, pero también paralizada por el miedo, lo que venía ocurriendo. Eran muy pocos los que levantaban sus voces demandando una acción frontal contra este enfrentamiento fratricida de los colombianos. Tal vez porque hacerlo les hubiese significado una segura condena a muerte de parte de alguno de los bandos enfrentados, tal vez porque confiaban que en algún momento iría a cesar la sinrazón desatada.

Es lo mismo que pasó en muchos de nuestros países, como el Perú, Argentina y Chile, donde después de duras épocas de terror llegó el momento de realizar el balance, para entender aquello que había pasado. Desde la memoria, desde la recuperación de lo vivido, se podría acceder posteriormente a la reconciliación y la reparación, con la promesa firme de no repetir jamás aquello que costó sangre, dolor y lágrimas para millones de ciudadanos. Lo terrible es que más del 80% de las víctimas fueron civiles, hombres y mujeres que no tenían ninguna razón de ser parte de la contienda, pero que sufrieron los peores castigos a manos de quienes se enzarzaron en aquella demencia cainita.

Celebro este logro la Comisión de la Verdad. Viene ahora un período de socialización de las conclusiones del informe, así como el seguimiento respectivo de su implementación en todo el cuerpo de la nación, con el fin de sanar heridas, restablecer la justicia, recuperar la paz y reconstruir la vida cotidiana bajo los cimientos del entendimiento, la armonía y el compromiso de edificar juntos el país que todos los colombianos merecen. He ahí la fe y la esperanza del padre Francisco de Roux, artífice de este magno instante en la historia del país de García Márquez, de la ubérrima tierra de las cumbias y los vallenatos, de la patria grande que soñó forjar alguna vez Simón Bolívar.

 

Lima, 9 de julio de 2022.


 

     

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