A raíz del reconocimiento de la muliza, que se realizó el
año 2014, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación, vía una resolución
ministerial, se produjo todo un debate en los medios artísticos e intelectuales
de la provincia de Jauja, por la razón de que dicho documento legal no
mencionaba por ningún lado el aporte de esta ciudad en el proceso de creación,
desarrollo y práctica de este género musical emblemático de la región central
del Perú. El asunto no pudo ser más motivador para que un grupo de estudiosos y
cultores del género trataran de desvirtuar los vacíos en que incurrió la
instancia oficial al momento de otorgar el valor que ya merecía la muliza desde
hacía un buen tiempo.
Se suscitaron entonces debates, mesas redondas, discusiones
y ponencias donde se argumentaba con fundamento la presencia central de Jauja
en todo este proceso de consolidación de uno de los ritmos más apreciados,
selectos y exquisitos de nuestro cancionero nacional. De entre todo ese
material llega a mis manos el libro La muliza jaujina, del profesor
Nicolás Martínez Oviedo, compositor e intérprete reconocido de la provincia y
uno de los más acuciosos investigadores de la materia. Es él justamente una de
las voces más airadas que se alzaron cuando en dicho reconocimiento no se
nombró a Jauja para nada, descubriendo que una de las causas para este olvido
fue una clamorosa negligencia de las propias autoridades del Concejo
Provincial, quienes no enviaron en su momento la información requerida por el
Ministerio de Cultura. Lamentable dejadez de ciertos funcionarios para quienes
probablemente la cultura es la quinta rueda del coche de la gestión edil.
Sin embargo, como señala el prologuista, el debate sobre el
lugar de origen de la muliza se revela estéril, pues se trataría de todo un
proceso cultural de integración e intercambio, en una región que posee
singularidades propias. Lo novedoso, acaso, como apunta al finalizar su
introducción, es que la muliza en Jauja se baila, especialmente en los
carnavales; es más ligera y termina en huaino, a diferencia de las versiones
que se cultivan en Tarma y Cerro de Pasco. Además, la cuna exacta de esta
expresión musical sigue siendo un enigma, pues hasta ahora no se ha demostrado
de manera fidedigna el punto preciso de su nacimiento, a pesar de los muy
serios y considerables argumentos que sustentan unos y otros, si bien en el
caso de la muliza jaujina existe el poderoso fundamento de la historia, al ser
un territorio políticamente más antiguo y que en algún momento comprendió a las
mencionadas provincias donde también se cultiva la muliza.
Este fenómeno no es único. El hecho adicional de que las
áreas culturales casi nunca coincidan con las demarcaciones políticas, hace
difícil establecer teorías o hipótesis concluyentes. Es lo que pasa también con
el tango, sin ir muy lejos, pues es bien sabido que Uruguay y Argentina se
disputan su primacía, cuando la verdad es que en la cuenca del río de La Plata
se gestó y desarrolló esta expresión musical, teniendo además a uno de sus
máximos cultores y exponentes, como es Carlos Gardel, en medio de una
controversia sobre si su nacimiento fue en Francia, Uruguay o Argentina. En
fin, esto es lo de menos, pues lo importante aquí es cómo se forjó uno de los
géneros más significativos de Latinoamérica.
Volviendo a la muliza, se entiende el surgimiento del mismo
al tener presente el factor histórico, al suprimirse el monopolio comercial por
el rey Carlos III en el siglo XVIII, decretándose el libre comercio. Esto trajo
como consecuencia que los puertos de Cádiz, Sevilla, Callao y Cartagena de
Indias ya no serían los únicos habilitados para el tráfico de especies, sino
que surgen otros como Montevideo y Buenos Aires, más accesibles al Viejo
Continente y convirtiéndose en los principales centros del movimiento económico
durante la colonia. Esto trajo aparejado el surgimiento de un intenso tráfico
comercial entre el noroeste argentino y las regiones del altiplano boliviano,
peruano y la sierra sur de nuestro país, teniendo su punto de llegada la región
central, donde ya gravitaba Jauja como primera ciudad fundada por los españoles
en dicha zona, y la concurrencia de ciudades como Tarma y Cerro de Pasco en
cuanto a su significación agrícola, ganadera y minera en el caso de esta
última. Por tanto, los arrieros o muleros que hacían el largo camino, se
acompañaban en el trayecto de guitarras y cantos que iban surgiendo al calor de
los trabajos y los días, las fatigas y las nostalgias.
Todos coinciden en que la muliza posee la estructura poética
del zéjel, composición árabe-andaluza traída por los conquistadores; y que,
musicalmente, deriva de la vidala, género colonial originario del Perú, pero
muy bien aclimatado por cierto en las provincias argentinas de Tucumán, Salta,
Jujuy y Santiago del Estero. Otros sugieren que un antecedente podría ser
asimismo la chimaycha, especie de huaino cultivado en tierra tarmeña. Es
decir, la muliza es el producto de un interesante mestizaje al que concurren
distintas vertientes culturales que le dan su condición de expresión híbrida,
creación que amalgama todas las corrientes que han forjado nuestra identidad
nacional.
En el libro hay además testimonios de personalidades ligadas
al mundo de la muliza, así como un cancionero que abarca más de la mitad del
volumen. He leído con detenimiento las letras de las mulizas y recordaba mis
primeros poemas de amor, malos poemas por supuesto, pues al ser de temática
amorosa es muy difícil alcanzar la excelencia, que es la única condición de la
poesía, como nos lo enseñó el gran Rainer María Rilke, que en sus Cartas a
un joven poeta le recomienda que jamás escriba poemas de amor, por la razón
ya apuntada. Se advierte por ello un prosaísmo demasiado evidente, una retórica
al uso llena de lugares comunes, con una fraseología que ha echado mano a
recursos muy manidos de la peor poesía “romántica”. Hay varias que empiezan
bien, pierden brillo a medio camino y al final se enfangan en versos pueriles. Se
pueden salvar algunas estrofas bien construidas y uno que otro destello lírico
en ciertos versos de varias canciones. Es por ello que, después de un somero
análisis de las letras, sinceramente, creo que carecemos de un gran letrista de
mulizas. Tal vez pueda sonar muy lapidario lo que afirmo, pero mi juicio es
apenas una visión subjetiva y relativa, pues no descarto la probabilidad de
otras composiciones no insertas en el libro.
Hay aquí, en todo caso, un serio desafío para quienes van a
continuar con el legado, para que puedan elevar la calidad poética de una
melodía que es hermosísima, de una música entrañable que es representativa de
nuestra tierra. El libro es, sin duda, una valiosa contribución al estudio y
conocimiento de esta expresión artística del centro del Perú.
Lima, 25 de junio de 2022.
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