sábado, 20 de agosto de 2022

Bogotá era una fiesta

 

Con motivo de la asunción al poder de Gustavo Petro en Colombia el pasado domingo 7 de agosto, surgen muchos símbolos que son importantes considerar para comprender la trascendencia de un hecho de esta naturaleza. Lo primero que debemos destacar es el triunfo, por primera vez en el país de Gabriel García Márquez, de un candidato de izquierda, que alcanza de esta manera la presidencia de la República después de 200 años de gobiernos en manos de las élites de siempre, como ocurre también en el resto de nuestros países de Latinoamérica. Otro rasgo inédito es que se trata de un exguerrillero, integrante del M-19, grupo armado que estuvo en actividad hasta fines del siglo pasado.

Si a esto le añadimos que en la vicepresidencia de la fórmula del Pacto Histórico figura una mujer como Francia Márquez -activista ambiental, feminista, afrodescendiente y natural de la región del Cauca-, el significado de dicho acontecimiento adquiere relieves de histórico, pues sólo ella encarna en toda su dimensión el gran salto adelante por la inclusión en una sociedad eminentemente conservadora como la colombiana. Poseedora de un poderoso mensaje de vitalidad, con un discurso que recoge las viejas aspiraciones de las clases menos favorecidas, con su apuesta rotunda y transparente por la igualdad y la justicia social, su presencia ahora en el poder es un primer ajuste de cuentas con la historia de su país, trajinada por la violencia y víctima de una estructura de exclusión y distanciamiento hacia las genuinas esperanzas de ese pueblo concreto que nombró el presidente en su discurso de investidura.

Desde muy temprano ese domingo las calles de Bogotá se prepararon para la fiesta, numerosos artistas tomaron las principales plazas de la ciudad para demostrar su regocijo y algarabía por la era de cambio que se inaugura con la llegada de Petro a la Casa de Nariño. Hombres y mujeres venidos de los distintos rincones de la patria, se agolparon en la Plaza de Bolívar para ser testigos e invitados de honor de esa jornada singular en que un presidente que representa la vuelta de página después de dos centurias de abandono, accede a la máxima magistratura de la nación para iniciar un período distinto en las vidas y los destinos de millones de colombianos y colombianas que siempre fueron sólo la comparsa anónima y olvidada de tantos gobiernos en todo este tiempo.

El gesto insólito de jurar el cargo y luego dirigir sus primeras palabras acompañado por la espada de Bolívar, traída por su expreso mandato ante la negativa inicial de su predecesor, reúne toda esa carga de gran simbolismo que mencionaba al inicio, pues entraña la presencia de una promesa: ella no podrá descansar en paz mientras subsista ese régimen de iniquidad y oprobio para millones de seres que después de 200 años aún no han podido vislumbrar las bondades de una real independencia y de una vida digna y justa para todos. La espada desenvainada seguirá siendo la imagen acusadora de una tarea incumplida.


Su discurso fue un sólido y rotundo alegato en defensa de los objetivos trazados en la campaña, como por ejemplo las imprescindibles reformas que reclama una población con grandes índices de desigualdad, una verdadera vergüenza y motivo de escándalo moral para cualquier sociedad que se precie de ser democrática, así como su firme propósito de brindar todo el apoyo que requiere la implementación de los acuerdos de paz, que implica tomar en cuenta las conclusiones y sugerencias de la Comisión de la Verdad, cuyo informe final fue entregado hace poco por su presidente, el padre Francisco de Roux.

Así como ocurrió con Chile en marzo, con motivo de la toma de posesión del presidente Gabriel Boric, la llegada de Petro a la presidencia despierta grandes expectativas en toda Latinoamérica, pues no sólo es la promesa de una campaña, sino un inmenso desafío para todo el equipo que llega con él a dirigir los destinos de un país asolado por décadas de guerra civil, por los cárteles de la droga y por una desigualdad clamorosa que es imprescindible restañar ya.

Abrigo firmes esperanzas en que este flamante gobierno pueda avanzar un trecho importante en favor de objetivos tan laudables. Es sin duda lo mejor que ha podido pasarle a Colombia, a despecho de quienes desde sectores retrógrados y reaccionarios de la sociedad siguen anclados en sus prejuicios ideológicos y sectarios que les impide vislumbrar horizontes más amplios y diversos para un país hermano que merece un futuro más justo y equitativo.

 

Lima, 13 de agosto de 2022.

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