Con motivo de la asunción al poder de Gustavo Petro en
Colombia el pasado domingo 7 de agosto, surgen muchos símbolos que son
importantes considerar para comprender la trascendencia de un hecho de esta
naturaleza. Lo primero que debemos destacar es el triunfo, por primera vez en
el país de Gabriel García Márquez, de un candidato de izquierda, que alcanza de
esta manera la presidencia de la República después de 200 años de gobiernos en
manos de las élites de siempre, como ocurre también en el resto de nuestros
países de Latinoamérica. Otro rasgo inédito es que se trata de un
exguerrillero, integrante del M-19, grupo armado que estuvo en actividad hasta
fines del siglo pasado.
Si a esto le añadimos que en la vicepresidencia de la
fórmula del Pacto Histórico figura una mujer como Francia Márquez -activista
ambiental, feminista, afrodescendiente y natural de la región del Cauca-, el
significado de dicho acontecimiento adquiere relieves de histórico, pues sólo
ella encarna en toda su dimensión el gran salto adelante por la inclusión en
una sociedad eminentemente conservadora como la colombiana. Poseedora de un poderoso
mensaje de vitalidad, con un discurso que recoge las viejas aspiraciones de las
clases menos favorecidas, con su apuesta rotunda y transparente por la igualdad
y la justicia social, su presencia ahora en el poder es un primer ajuste de
cuentas con la historia de su país, trajinada por la violencia y víctima de una
estructura de exclusión y distanciamiento hacia las genuinas esperanzas de ese
pueblo concreto que nombró el presidente en su discurso de investidura.
Desde muy temprano ese domingo las calles de Bogotá se
prepararon para la fiesta, numerosos artistas tomaron las principales plazas de
la ciudad para demostrar su regocijo y algarabía por la era de cambio que se
inaugura con la llegada de Petro a la Casa de Nariño. Hombres y mujeres venidos
de los distintos rincones de la patria, se agolparon en la Plaza de Bolívar
para ser testigos e invitados de honor de esa jornada singular en que un
presidente que representa la vuelta de página después de dos centurias de
abandono, accede a la máxima magistratura de la nación para iniciar un período
distinto en las vidas y los destinos de millones de colombianos y colombianas
que siempre fueron sólo la comparsa anónima y olvidada de tantos gobiernos en
todo este tiempo.
El gesto insólito de jurar el cargo y luego dirigir sus primeras palabras acompañado por la espada de Bolívar, traída por su expreso mandato ante la negativa inicial de su predecesor, reúne toda esa carga de gran simbolismo que mencionaba al inicio, pues entraña la presencia de una promesa: ella no podrá descansar en paz mientras subsista ese régimen de iniquidad y oprobio para millones de seres que después de 200 años aún no han podido vislumbrar las bondades de una real independencia y de una vida digna y justa para todos. La espada desenvainada seguirá siendo la imagen acusadora de una tarea incumplida.
Su discurso fue un sólido y rotundo alegato en defensa de
los objetivos trazados en la campaña, como por ejemplo las imprescindibles
reformas que reclama una población con grandes índices de desigualdad, una
verdadera vergüenza y motivo de escándalo moral para cualquier sociedad que se
precie de ser democrática, así como su firme propósito de brindar todo el apoyo
que requiere la implementación de los acuerdos de paz, que implica tomar en
cuenta las conclusiones y sugerencias de la Comisión de la Verdad, cuyo informe
final fue entregado hace poco por su presidente, el padre Francisco de Roux.
Así como ocurrió con Chile en marzo, con motivo de la toma
de posesión del presidente Gabriel Boric, la llegada de Petro a la presidencia
despierta grandes expectativas en toda Latinoamérica, pues no sólo es la
promesa de una campaña, sino un inmenso desafío para todo el equipo que llega
con él a dirigir los destinos de un país asolado por décadas de guerra civil,
por los cárteles de la droga y por una desigualdad clamorosa que es
imprescindible restañar ya.
Abrigo firmes esperanzas en que este flamante gobierno pueda
avanzar un trecho importante en favor de objetivos tan laudables. Es sin duda
lo mejor que ha podido pasarle a Colombia, a despecho de quienes desde sectores
retrógrados y reaccionarios de la sociedad siguen anclados en sus prejuicios
ideológicos y sectarios que les impide vislumbrar horizontes más amplios y diversos
para un país hermano que merece un futuro más justo y equitativo.
Lima, 13 de agosto
de 2022.
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