En 1963 la Universidad Nacional Mayor de San Marcos publicó la tesis doctoral del escritor jaujino Edgardo Rivera Martínez, intitulada El Perú en la literatura de viaje europea de los siglos XVI, XVII y XIII, reeditado el año 2011 por la Fundación Manuel J. Bustamante de la Fuente, libro que he tenido oportunidad de consultar con la avidez que siempre despierta en mí un texto del autor. Subtitulada «Relaciones de corsarios y filibusteros», son observaciones, impresiones e imágenes sobre el Perú de este segmento de viajeros según su ocupación, sobre todo franceses, ingleses y holandeses. El motivo principal de la investigación es, en palabras del propio Rivera Martínez «el estudio del Perú como tema y motivo en la literatura europea, con excepción de la española, en los siglos XVI, XVII y XVIII». La tarea le llevó varios meses de trabajo en las bibliotecas de París, donde realizó sus hallazgos más importantes. La amplia bibliografía que acompaña la publicación da fe de ello.
Lo primero que debemos hacer es distinguir entre pirata,
corsario y filibustero, a partir de las motivaciones de cada uno de ellos, aun
cuando compartan el denominador común de asaltantes de mar. Mientras el pirata
es el bandido que actúa libremente por los mares a la pesquisa de alguna embarcación
a la que desvalijar o tomar prisioneros para exigir el rescate, el corsario lo
hace bajo la protección de una nación determinada, específicamente de un rey o
reina, como fue el caso de Inglaterra durante los siglos mentados. En el caso
del filibustero, nombre de origen holandés que significa «el
cazador del botín», su acción se circunscribe a la zona del caribe y las
Antillas, en la etapa posterior al crepúsculo de la piratería en el
Mediterráneo y en las costas adyacentes. Sin embargo, en el libro El
filibusterismo (FCE, 1957) de J. y F. Gall, la denominación alcanza a todo
aquel que ejerce el dudoso oficio de ladrón de mar.
Un aspecto que sorprende de estas relaciones es que estos
corsario, piratas y filibusteros, siendo hombres generalmente pragmáticos y de
pocas letras, hayan tenido la voluntad de registrar por escrito sus aventuras,
peripecias e incursiones. Esa impresión se atenúa un poco si consideramos que
algunos de ellos pertenecieron a la aristocracia de sus países, fueron validos
de la corte o caballeros de alguna orden, como es el caso de Francis Drake, el
mítico corsario inglés que actuó bajo la protección directa de la soberana de
Inglaterra. Otros nombres pueden ser los de Thomas Cavendish y Richard Hawkins,
que junto a otros personajes de la misma estirpe aparecen en el libro, mejor dicho,
los testimonios de sus viajes por los mares del Sur.
Los apuntes y anotaciones de varios de estos bucaneros
recalan en observaciones sobre la geografía de las costas de Chile y el Perú,
destacando su carácter yermo y neblinoso, además de las montañas que divisan en
lontananza, concluyendo que son las más altas que hayan visto en sus muchas
travesías, incluyendo el Pico de Tenerife, tenido en ese entonces como la
cumbre más elevada de la Tierra conocida. El autor distingue el estilo seco y
objetivo de la mayoría de los textos. Así describen el extenso litoral que va
de Chile al Perú. Muestran especial curiosidad por las llamas, auquénidos de
paso grácil que transportaban las cargas de los viajeros; las comparan a los
carneros europeos, por su complexión y abundancia de lana, y a las mulas por su
fortaleza para soportar los trayectos y el peso que llevaban.
Una planicie desolada y desértica, el clima templado y las
imponentes montañas divisadas o entrevistas desde la costa, son las comunes
impresiones de estos viajeros cuyo objetivo no era precisamente la
contemplación estética del paisaje, ni el afán científico por el conocimiento
de la geografía y las costumbres de los pueblos donde realizaban sus
incursiones. Su avidez y codicia por el oro y la plata, por los tesoros en
general, los hacía temibles en las costas por donde cruzaban. Los galeones
españoles eran su presa favorita, así como los poblados que encontraban a su
paso, los que eran saqueados sin misericordia ni contemplaciones. La ciudad
peruana de Paita puede dar testimonio de ello. La leyenda de El Dorado subyacía
en la imaginería de estos aventureros codiciosos que asolaban las costas del
Pacífico.
Tal vez habría que precisar que las relaciones de los
viajeros consignados, según lo reconoce el propio autor, carecían de un interés
propiamente literario, siendo las más de las veces apenas notas de una bitácora
de marinero, con algunos chispazos y aciertos descriptivos, apuntes de interés
histórico para el registro de una época singular de estas tierras, signada por
estos personajes más propios de una novela de aventuras, que fueron
protagonistas y antagonistas de la historia del comercio marítimo
internacional, y que estuvieron vigentes hasta el siglo XIX, cuando merced al
desarrollo de la tecnología, entraron en una etapa de obsolescencia y pronto
vieron su extinción.
Lima, 2 de agosto de
2022.
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