El 16 de septiembre del 2022 fue asesinada Jina Mahsa Amini,
una joven iraní de origen kurdo detenida en las calles de Teherán por la
policía de la moral -un anacronismo flagrante- por no llevar correctamente el hiyab,
el velo islámico de uso obligatorio para todas las mujeres según lo dictamina
la sharía. Estuvo algunos días en manos de sus captores, hasta que
repentinamente se anunció su muerte. Al parecer, todo indica que en la
comisaría fue maltratada, torturada de tal manera que perdió cruelmente la
vida.
Al revelarse la noticia, miles de jóvenes iraníes se
volcaron a las calles para expresar su protesta por el crimen. Fueron semanas
enteras en que hombres y mujeres tomaron las vías públicas, culpando al régimen
fundamentalista que los gobierna, por el a todas luces alevoso asesinato de una
chica de 22 años que sólo había cometido la falta de no usar como debía la
prenda que el poder identifica con la moral y las buenas costumbres. Es
increíble que, a estas alturas de los tiempos, todavía existan países donde
alguien puede ser penalizado por la forma como va vestido.
Por otro lado, la primera semana de octubre la Academia
sueca anunció que la ganadora de este año del Premio Nobel de la Paz era Narges
Mohammadi, una activista iraní por los derechos humanos, encarcelada en la
prisión de Evin de la capital, por su lucha de tantos años en favor de los
derechos y las libertades de las mujeres que viven bajo el opresivo régimen
teocrático del país islámico, una realidad que precisamente saltó a la vista de
todo el mundo a raíz de la muerte de Mahsa Amini.
Los dos hechos guardan una estrecha relación, no sólo porque
la activista promovió desde la cárcel -donde purga una pena injusta impuesta
por las autoridades judiciales, que obedecen al poder omnímodo del Ayatola Ali
Jamenei-, una valiente protesta quemando el bendito velo islámico junto a sus
compañeras de cautiverio, sino porque al ser reconocida por un premio de
categoría mundial, se coloca su caso en un lugar visible para escarnecer la
política autocrática y ortodoxa que caracteriza a la dictadura religiosa del
país persa.
La situación de las mujeres en los países del Medio Oriente,
específicamente en Irán, parecen ancladas en la Edad Media, donde una férrea
legislación perseguía todo atisbo de libertad para cierto grupo de personas en
la sociedad. Es de no creerse que en pleno siglo XXI, cuando en buena parte del
planeta se van conquistando gradualmente los derechos a una plena participación
de las mujeres en la vida nacional, haya remanentes de una visión estrecha y
restrictiva en torno a la forma cómo el género femenino debe regir sus vidas.
Me recuerdan, a veces, a esas disposiciones absurdas que imperan aún en algunos
centros de enseñanza de Occidente, donde con el pretexto de la disciplina, se
obliga a los estudiantes a cumplir reglamentos obsoletos en materia de libertades
humanas.
Cómo puede ser posible, además, que, por exigir la plena
vigencia de estos elementales derechos humanos, un ser humano, una mujer como
Narges Mohammadi en este caso, sea encarcelado en nombre de una moral que fija
sus parámetros en aspectos externos, superficiales, de las personas. Todo
indica que las concepciones religiosas que pretenden normar la vida secular de
los ciudadanos en cualquier sociedad, pecan de ingenuidad o ridiculez, o ambas
cosas a la vez, para no mencionar los caprichos inverosímiles que pueden nacer
de supuestos textos sagrados escritos hace siglos.
La familia de Narges ha tenido que huir del país hace varios
años, víctima del acoso permanente y la hostilidad de las autoridades. Su
esposo y sus dos hijos, a quienes no ve desde hace catorce años, viven
actualmente en Francia, esperando el momento en que el gobierno de los
ayatolas, presionado por la comunidad internacional, por los organismos de
derechos humanos, por galardones como el mencionado, decida conceder la
libertad a una mujer víctima de disposiciones retrógradas y totalmente
desfasadas de época. Esto en paralelo al esclarecimiento de la muerte de Mahsa
Amini, cuyos ejecutores deberían terminar en los tribunales y finalmente
condenados por el delito cometido. Apuntala esta exigencia, la reciente
concesión del Premio Sájarov a esta enésima víctima de la censura, la
persecución, la opresión, que desgraciadamente aún imperan en algunos países de
nuestro planeta.
Lima, 1 de noviembre
de 2023.
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