sábado, 4 de noviembre de 2023

Mujeres, vida, libertad

 

El 16 de septiembre del 2022 fue asesinada Jina Mahsa Amini, una joven iraní de origen kurdo detenida en las calles de Teherán por la policía de la moral -un anacronismo flagrante- por no llevar correctamente el hiyab, el velo islámico de uso obligatorio para todas las mujeres según lo dictamina la sharía. Estuvo algunos días en manos de sus captores, hasta que repentinamente se anunció su muerte. Al parecer, todo indica que en la comisaría fue maltratada, torturada de tal manera que perdió cruelmente la vida.

Al revelarse la noticia, miles de jóvenes iraníes se volcaron a las calles para expresar su protesta por el crimen. Fueron semanas enteras en que hombres y mujeres tomaron las vías públicas, culpando al régimen fundamentalista que los gobierna, por el a todas luces alevoso asesinato de una chica de 22 años que sólo había cometido la falta de no usar como debía la prenda que el poder identifica con la moral y las buenas costumbres. Es increíble que, a estas alturas de los tiempos, todavía existan países donde alguien puede ser penalizado por la forma como va vestido.

Por otro lado, la primera semana de octubre la Academia sueca anunció que la ganadora de este año del Premio Nobel de la Paz era Narges Mohammadi, una activista iraní por los derechos humanos, encarcelada en la prisión de Evin de la capital, por su lucha de tantos años en favor de los derechos y las libertades de las mujeres que viven bajo el opresivo régimen teocrático del país islámico, una realidad que precisamente saltó a la vista de todo el mundo a raíz de la muerte de Mahsa Amini.

Los dos hechos guardan una estrecha relación, no sólo porque la activista promovió desde la cárcel -donde purga una pena injusta impuesta por las autoridades judiciales, que obedecen al poder omnímodo del Ayatola Ali Jamenei-, una valiente protesta quemando el bendito velo islámico junto a sus compañeras de cautiverio, sino porque al ser reconocida por un premio de categoría mundial, se coloca su caso en un lugar visible para escarnecer la política autocrática y ortodoxa que caracteriza a la dictadura religiosa del país persa.

La situación de las mujeres en los países del Medio Oriente, específicamente en Irán, parecen ancladas en la Edad Media, donde una férrea legislación perseguía todo atisbo de libertad para cierto grupo de personas en la sociedad. Es de no creerse que en pleno siglo XXI, cuando en buena parte del planeta se van conquistando gradualmente los derechos a una plena participación de las mujeres en la vida nacional, haya remanentes de una visión estrecha y restrictiva en torno a la forma cómo el género femenino debe regir sus vidas. Me recuerdan, a veces, a esas disposiciones absurdas que imperan aún en algunos centros de enseñanza de Occidente, donde con el pretexto de la disciplina, se obliga a los estudiantes a cumplir reglamentos obsoletos en materia de libertades humanas.

Cómo puede ser posible, además, que, por exigir la plena vigencia de estos elementales derechos humanos, un ser humano, una mujer como Narges Mohammadi en este caso, sea encarcelado en nombre de una moral que fija sus parámetros en aspectos externos, superficiales, de las personas. Todo indica que las concepciones religiosas que pretenden normar la vida secular de los ciudadanos en cualquier sociedad, pecan de ingenuidad o ridiculez, o ambas cosas a la vez, para no mencionar los caprichos inverosímiles que pueden nacer de supuestos textos sagrados escritos hace siglos.

La familia de Narges ha tenido que huir del país hace varios años, víctima del acoso permanente y la hostilidad de las autoridades. Su esposo y sus dos hijos, a quienes no ve desde hace catorce años, viven actualmente en Francia, esperando el momento en que el gobierno de los ayatolas, presionado por la comunidad internacional, por los organismos de derechos humanos, por galardones como el mencionado, decida conceder la libertad a una mujer víctima de disposiciones retrógradas y totalmente desfasadas de época. Esto en paralelo al esclarecimiento de la muerte de Mahsa Amini, cuyos ejecutores deberían terminar en los tribunales y finalmente condenados por el delito cometido. Apuntala esta exigencia, la reciente concesión del Premio Sájarov a esta enésima víctima de la censura, la persecución, la opresión, que desgraciadamente aún imperan en algunos países de nuestro planeta.

 



 

Lima, 1 de noviembre de 2023.

No hay comentarios:

Publicar un comentario