La violenta incursión del sábado 7 de octubre en Israel,
perpetrada por el grupo radical islámico Hamás, ha sorprendido al propio
sistema de inteligencia israelí, uno de los más sofisticados del mundo. La
magnitud del ataque ha sido de tal envergadura, que un ministro del Estado
judío lo ha comparado con lo que significó el 11 de septiembre para los Estados
Unidos. Burlando unas fronteras con gran control militar, los milicianos
palestinos han entrado por aire, mar y tierra a territorio hebreo. Se cree que
sólo una preparación de mucho tiempo puede haber producido algo así, y lo
curioso es que el servicio de inteligencia de Tel Aviv no lo haya detectado a
tiempo, pues el control que ejerce el gobierno de Benjamín Netanyahu sobre la
franja de Gaza es total. Lo tiene bloqueado de un modo absoluto, convirtiendo
al pequeño territorio de 40 kilómetros por 15 en la prisión abierta más extensa
del mundo.
Miles de cohetes y misiles han sido lanzados hacia
territorio israelí desde Gaza, donde domina desde 2007 el grupo que ejecuta
métodos terroristas. Pero la respuesta del país no se ha hecho esperar. Israel
aplica a Palestina los métodos que los nazis utilizaron contra ellos. Una nueva
shoá está en camino, o una nakba como dirían los palestinos, un
exterminio masivo de la población gazatí a manos de estos verdugos que, validos
de su condición de víctimas en el pasado, actúan ahora impunemente ante la
vista y paciencia de Occidente, ante la pasividad de las llamadas democracias
más avanzadas del mundo.
El señor Antony Blinken, secretario de Estado de Washington,
ha tenido el impudor de declarar que su país siempre apoyará a Israel. No
necesitaba decirlo, pues es bien sabido que la nación más poderosa del planeta
ha estado siempre del lado del régimen sionista. Mientras tanto, el ejército se
prepara para una invasión al norte de Gaza. Los palestinos huyen como pueden
tratando de evitar una inevitable masacre. El único corredor habilitado para la
salida, sin embargo, es bombardeado por las tropas israelíes, matando decenas de
personas, entre niños, mujeres y ancianos. Si la acción de Hamás el sábado 7 es
execrable por donde se le mire, cómo se puede calificar esta respuesta inicua y
criminal de las fuerzas armadas judías, sobre todo si pensamos en las vidas de
tantos inocentes que están atrapados en un callejón sin salida.
Si el mundo sigue en este plan de ojo por ojo, la humanidad
se quedará ciega, como dijo alguna vez el líder Mahatma Gandhi, figura capital
de los derechos civiles del siglo XX, muerto también a manos de un fanático
religioso. Ejercer el supuesto derecho a la venganza nos retrotrae a los
tiempos en que las ciencias jurídicas estaban aún en pañales. Han pasado sus
buenos siglos y, al parecer, hay naciones o individuos que las representan que
siguen creyendo que esa es la mejor forma de hacer justicia. No podemos
equiparar el accionar de una facción terrorista que tiene como objetivo
aniquilar al adversario, con la de un Estado democrático moderno que, por lo
menos en teoría, debe guiar sus políticas por valores que respeten los derechos
humanos. Quienes arguyen que la contraofensiva israelí se justifica en su
derecho a la defensa, no pueden pasar por alto los estándares del derecho
internacional que están en juego.
La solución es aparentemente bien sencilla, ideada desde el
inicio del litigio, a la caída del Imperio Otomano en 1917 y cuando, como
consecuencia del reparto de las potencias vencedoras de la primera guerra
mundial, todo el territorio de la Palestina pasó al poder del Imperio
Británico, bajo la condición de un mandato. Y no es otra que la creación de dos
estados, uno judío en Israel y otro árabe en Palestina. Sin embargo, tras 75
años de la creación del estado hebreo, no ha sucedido lo mismo con uno
palestino. La complejidad del problema tiene que ver con los intereses de las
grandes potencias en Medio Oriente, tal vez la región más convulsa del planeta.
El más monstruoso engendro creado por Israel, aquel que le
sirvió para arrinconar al ala más moderada de la comunidad palestina, la
recordada Organización para la Liberación de Palestina (OLP) cuyo líder
histórico fue Yasser Arafat, y cuyo partido Al Fatah gobierna la zona de
Cisjordania, es nada menos que este Hamás, la banda terrorista que ahora se
alza contra su benefactor del pasado, como suelen hacerlo las entidades cuya
existencia sólo se explica por razones utilizarías y pragmáticas.
El camino para encontrar una salida a este antiguo problema
es peliagudo y espinoso, a pesar de su sencillez, como señalé antes. Lo
terrible es que mientras tanto seguirán muriendo inocentes de uno y otro lado,
se seguirá derramando sangre de manera inútil y descabellada, poblaciones
enteras continuarán viviendo presas del miedo y la angustia, sobreviviendo en
la peor de las incertidumbres, no sabiendo en qué momento un arma letal acabará
con sus vidas ni cuándo serán empujados otra vez a la estampida. La sociedad
occidental, que blasona de su condición de civilizada y cristiana, no puede
permitirse esta barbarie en pleno siglo XXI. La situación humanitaria en Gaza
es una afrenta inaceptable para los pocos rasgos de humanidad que aún nos
quedan en este mundo.
Lima, 16 de octubre
de 2023.
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