A casi cien años de su publicación, he tenido la oportunidad
de leer una de las novelas que los críticos han considerado entre las cinco que
fundaron la denominada narrativa de la tierra. Se trata de La vorágine,
de José Eustasio Rivera, poeta, escritor y diplomático nacido en 1928 en Neiva,
en el departamento de Huila, Colombia. Desde muy joven dio a sentir su
inclinación por la poesía, siendo reconocido pronto como uno de los autores más
prometedores en dicha carrera literaria. Estudió educación y posteriormente
derecho y ciencias políticas. Como abogado, integró la delegación colombiana
designada por el gobierno para el trazado de la frontera con Venezuela. Allí es
donde tiene la ocasión de internarse por primera vez en las selvas del Orinoco
y del Amazonas, sufriendo también los embates de una región inhóspita y
salvaje.
También integró la representación de su país para la
celebración de los centenarios de la independencia de México y el Perú, en
1921. Ese mismo año publicó su primer libro, Tierra de promisión, un
volumen de 55 sonetos de estirpe modernista, a contrapelo de lo que en ese
momento se imponía en el continente con la irrupción de los movimientos de
vanguardia. Luego de visitar algunos países de Latinoamérica, se dirigió a los
Estados Unidos, donde lo sorprendió la muerte en Nueva York mientras gestionaba
la traducción de su novela al inglés. Los informes médicos diagnosticaron
derrame cerebral ocasionado por la fiebre palúdica, enfermedad que habría
contraído en sus incursiones por la jungla amazónica. Pero recientes estudios
de su caso hablan de la posibilidad de una cisticercosis, una infección de los
tejidos causada por parásitos.
La novela narra la aventura de Arturo Cova, un poeta
bogotano que se enreda sentimentalmente con Alicia, una muchacha cuya familia la
había prometido a un hombre mayor. Ante el escándalo que suscitaría en la
familia y en la ciudad, ambos deciden huir, iniciándose la peripecia que
primero los llevaría a la región de los llanos, para después penetrar en los
bosques densos de la manigua, donde serían testigos de la explotación del
caucho, que por esos años hacían de las suyas empresarios inescrupulosos como
el peruano Arana. El relato combina de esta manera la denuncia social y la
descripción lírica del paisaje; la vil explotación a que son sometidos hombres
y mujeres para extraer la goma de los árboles, así como la cruda presentación
de una realidad geográfica con el lenguaje refinado de un poeta citadino.
Al poco tiempo de errar juntos, un incidente separa a la
pareja. Otros personajes se van sumando a la trama, haciendo de esta travesía
una especie de inmersión en los infiernos para el protagonista, quien va
conociendo a tipos diversos como el coronel Funes, el Cayeno, Barrera, Ramiro
Estévanez y Clemente Silva, por un lado; y por el otro, a mujeres como la
nativa Griselda, la turca Zoraida Ayram y la cautiva Clarita. Cada quien tiene
asignado un papel en este tejido enmarañado de ambiciones y traiciones, de
venganzas y crímenes. Por ejemplo, cuando Cova se entera de que Alicia ha caído
en manos de Barrera, todo su derrotero apuntará a encontrarla y tomar venganza
de su captor. Simultáneamente conoce a Clemente Silva, viejo conocedor de la
intrincada región, quien vive con el objetivo de encontrar a su hijo Lucianito,
perdidas casi las esperanzas de hallar a su hija, también extraviada desde que
se fugó con un fulano.
El sorprendente relato de la leyenda de la Mapiripana,
realizada por un personaje de la novela, simboliza todo el embrujo y el destino
de quienes caen en las redes misteriosas de la floresta. Esta deidad fluvial subyuga
y pierde a los hombres, los imanta con su poder irresistible, como a ese
misionero abusador de niñas indígenas que, seducido por la belleza de la mujer,
cae cautivo en sus brazos. Luego ella alumbra un ser monstruoso, vampiro y
lechuza, que martiriza hasta la muerte al desgraciado. En ese mismo sentido se
sitúa Zoraida Ayram, la turca que encarna en su salvaje sensualidad a la selva
agreste y devoradora. Es el último escalón adonde desciende Arturo Cova, en
esta odisea ctónica en la que es atrapado por la manigua.
Cuando al final se produce el reencuentro de la pareja
inicial, Alicia está encinta y próxima a dar a luz, mientras en feroz contienda
se produce la muerte atroz de Barrera, devorado por los caribes, peces
carnívoros de los ríos amazónicos. Se separan definitivamente de don Clemente,
a quien el protagonista deja sus manuscritos donde está contando su peripecia.
Su decisión es dramática, pues significa adentrarse en lo más profundo del bosque.
Y cuando el texto llega a las manos del cónsul, el único comentario telegráfico
es que nuestros personajes se perdieron para siempre, devorados por la selva.
La vorágine es una narración que se lee como sugiere el título, lenta y pausadamente al comienzo, para hacerse al final vertiginosa, precipitándose el lector en un vórtice de hechos y acontecimientos que lo conducen al desenlace en un trágico final. Al filo de su centenario, la novela se yergue como un hito referencial de la novelística desmitificadora de la naturaleza, lejos de la visión idílica y bucólica del romanticismo e incluso del modernismo en boga.
Lima, 6 de agosto de 2023.
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