sábado, 6 de enero de 2024

Tilsa

 

Sólo hay dos explicaciones para toda la controversia suscitada en las redes sociales por la aparición de Tilsa Tsuchiya (1928-1984) en los nuevos billetes de doscientos soles: ignorancia y mezquindad. El gran desconocimiento de la obra artística de esta magnífica pintora peruana, junto a ese deporte nacional, cuya práctica está muy generalizada, han creado esta falsa polémica cuestionando su presencia numismática. Es más, surge de un gran malentendido, pues algún obtuso ha sugerido por allí que cómo se puede reemplazar a Santa Rosa de Lima por “esta desconocida”. En primer lugar, no se trata de reemplazar a nadie, y con respecto a lo segundo, he ahí justamente el motivo, pues de lo que se trata es de visibilizar a una mujer de notable trayectoria en el arte peruano del siglo XX.

Creadora de una obra pictórica muy personal, Tilsa va revelando su talento de una manera prodigiosa a partir de mediados del siglo pasado, cuando luego de su paso por la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), de su estancia en Europa, adonde fue becada, y del gran aprendizaje que logró para pintar y dibujar, expone sus primeras obras y al instante los críticos descubren el genio innato, la originalidad de una artista formada al influjo de tres mundos estéticos: el arte precolombino, el japonés y el europeo, conjugando una propuesta única, singularísima, con pinceladas del surrealismo, sin serlo plenamente, y una apuesta por el arte figurativo, a contracorriente del extendido dominio que ejercía la pintura abstracta en los principales círculos artísticos del país y del continente.

Cuando hablo de ignorancia, ello no parte de una simple suposición. Cada vez que he preguntado a mis alumnos si conocen a pintores peruanos o que me nombren a cinco de ellos, el resultado ha sido invariablemente el mismo: el total desconocimiento de los artistas plásticos de su país. Algo parecido sucede con los poetas o los músicos. Pasados de unos cuantos nombres, consagrados y conocidos, no pueden mencionar a nadie más. Por ejemplo, ¿cuántos conocen de la existencia del poeta Carlos Germán Belli o del músico Celso Garrido-Lecca, dos de los artistas vivos más importantes del Perú? Es clamorosa la indigencia en la formación artística de la educación peruana. Y estoy seguro que lo mismo sucedería si planteamos el reto a cualquiera de esos críticos ocasionales del mundo virtual.

A propósito de lo que está ocurriendo con Tilsa Tsuchiya, esa misma reticencia a reconocer o valorar su obra ya lo padecieron tantos otros peruanos notables a lo largo de la historia, o si no recordemos lo que pasó con el mismísimo César Vallejo. Es cierta aquella aseveración que asegura que sólo lo igual reconoce a lo igual, y ello explica la profusión de tanta necedad con respecto a quienes se permiten hablar de Tilsa sin conocerla. Discípula de Carlos Quizpez Asín y de Ricardo Grau, dos importantes pintores peruanos de la primera mitad del siglo XX, formó parte de lo que se ha llamado, sin exageración, la “Generación de Oro” de la escuela de arte limeña, grupo al que pertenecieron Gerardo Chávez, Milner Cajahuaringa y Alberto Quintanilla, entre otros. Tanto es así, que Tilsa fue la primera y tal vez la única estudiante de nuestro país en obtener la nota 21, calificativo que obtuvo en su examen de fin de carrera. Como los graduandos exhibían virtudes muy parejas en su evaluación por el jurado, y todos ellos poseían méritos propios para alcanzar el consagratorio 20, ante el extraordinario trabajo de Tilsa Tsuchiya no podían los acuciosos evaluadores sino inclinarse por unanimidad por ese puntaje inaudito.

Me puse a observar muchos cuadros de Tilsa, en una colección de pintores peruanos publicada por el diario El Comercio hace ya varios años. En el cuadro “Comensales”, un óleo sobre lienzo de 1968, se observan unos brazos alargados hacia una mesa extendida, en cuyo centro domina un objeto circular, que puede ser un pan, el alimento general, y al fondo, en la cabecera, tres seres estilizados presiden la escena en una atmósfera sombría donde predominan los rojos, grises y el negro. Otros comensales están apostados en torno al mueble central. Y en “Músicos”, otro óleo sobre lienzo de 1964, me encantan las figuras de los cuatro protagonistas: dos instrumentistas de viento, un percusionista y el ejecutante de las cuerdas en el extremo izquierdo del cuadro. Los rostros son geométricos y los dedos muy perfilados, especialmente el del flautista del extremo derecho.

Dorsos desmembrados, figuras faliformes, senos omnipresentes, sombras autónomas, animales marinos, árboles antropomorfos, atmósferas brumosas, luces refractadas, objetos habitados, son parte de la iconografía personal de la artista. En el cuadro que la crítica señala como el más importante de su producción, “Tristán e Isolda”, un óleo sobre lienzo de 1974-1975, la pareja primordial se sostiene sobre una nube de fuego, que flota en una densa neblina donde se perfilan montañas vaporosas. Los personajes están frente a frente, uno de cuclillas y la otra de rodillas, mientras sus lenguas desmesuradas se enredan en medio del blancor de una luz maciza. Tristán tiene un cuerno en vez de frente, e Isolda una cabellera al viento. Se ha dicho que la ausencia de brazos de todos sus personajes simboliza su desapego de las posesiones materiales, y la carencia de frentes, el dominio de los sentimientos frente a la razón. El título original era “El mito de la creación”, pero a sugerencia de su amigo José Watanabe, lo cambió al de la pareja wagneriana.

El recorrido y reconocimiento de la obra de Tilsa Tsuchiya son indudables, a pesar de la ignorancia que todavía permea a buena parte de esa masa ajena a los vaivenes del arte y la cultura de nuestro país. En una encuesta promovida por un importante diario local sobre el artista peruano del bicentenario entre pintores, curadores y críticos de arte, el nombre de esta pintora nacida en Supe en 1928 y fallecida en Lima en 1984, resultó ganador con más menciones que cualquier otro. Además, uno de sus cuadros ha logrado hace pocos años la más alta cotización, en el mercado del arte internacional, que cualquier pintor peruano haya logrado alguna vez. Es decir, no sólo criterios estrictamente estéticos validan su obra, sino que también lo hacen razones económicas que son importantes en este mundo, cuyos estándares se miden por las cifras que alcanzan sus productos en el tráfico comercial.

No hay motivo para no adentrarse en el gozo y el privilegio del conocimiento de una creación formidable como la que nos ha dejado esta artista excepcional. Su ubicación anecdótica en un billete nacional no puede ser sino el pretexto para que todos los peruanos sepamos de ella y apreciemos como se merece la riqueza y trascendencia de la belleza de su arte.

 

Lima, 4 de enero de 2024.






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