Sólo hay dos explicaciones para toda la controversia
suscitada en las redes sociales por la aparición de Tilsa Tsuchiya (1928-1984)
en los nuevos billetes de doscientos soles: ignorancia y mezquindad. El gran
desconocimiento de la obra artística de esta magnífica pintora peruana, junto a
ese deporte nacional, cuya práctica está muy generalizada, han creado esta
falsa polémica cuestionando su presencia numismática. Es más, surge de un gran
malentendido, pues algún obtuso ha sugerido por allí que cómo se puede
reemplazar a Santa Rosa de Lima por “esta desconocida”. En primer lugar, no se
trata de reemplazar a nadie, y con respecto a lo segundo, he ahí justamente el
motivo, pues de lo que se trata es de visibilizar a una mujer de notable
trayectoria en el arte peruano del siglo XX.
Creadora de una obra pictórica muy personal, Tilsa va
revelando su talento de una manera prodigiosa a partir de mediados del siglo
pasado, cuando luego de su paso por la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA),
de su estancia en Europa, adonde fue becada, y del gran aprendizaje que logró
para pintar y dibujar, expone sus primeras obras y al instante los críticos
descubren el genio innato, la originalidad de una artista formada al influjo de
tres mundos estéticos: el arte precolombino, el japonés y el europeo,
conjugando una propuesta única, singularísima, con pinceladas del surrealismo,
sin serlo plenamente, y una apuesta por el arte figurativo, a contracorriente
del extendido dominio que ejercía la pintura abstracta en los principales
círculos artísticos del país y del continente.
Cuando hablo de ignorancia, ello no parte de una simple
suposición. Cada vez que he preguntado a mis alumnos si conocen a pintores
peruanos o que me nombren a cinco de ellos, el resultado ha sido
invariablemente el mismo: el total desconocimiento de los artistas plásticos de
su país. Algo parecido sucede con los poetas o los músicos. Pasados de unos
cuantos nombres, consagrados y conocidos, no pueden mencionar a nadie más. Por
ejemplo, ¿cuántos conocen de la existencia del poeta Carlos Germán Belli o del
músico Celso Garrido-Lecca, dos de los artistas vivos más importantes del Perú?
Es clamorosa la indigencia en la formación artística de la educación peruana. Y
estoy seguro que lo mismo sucedería si planteamos el reto a cualquiera de esos
críticos ocasionales del mundo virtual.
A propósito de lo que está ocurriendo con Tilsa Tsuchiya, esa
misma reticencia a reconocer o valorar su obra ya lo padecieron tantos otros
peruanos notables a lo largo de la historia, o si no recordemos lo que pasó con
el mismísimo César Vallejo. Es cierta aquella aseveración que asegura que sólo
lo igual reconoce a lo igual, y ello explica la profusión de tanta necedad con
respecto a quienes se permiten hablar de Tilsa sin conocerla. Discípula de
Carlos Quizpez Asín y de Ricardo Grau, dos importantes pintores peruanos de la
primera mitad del siglo XX, formó parte de lo que se ha llamado, sin
exageración, la “Generación de Oro” de la escuela de arte limeña, grupo al que
pertenecieron Gerardo Chávez, Milner Cajahuaringa y Alberto Quintanilla, entre
otros. Tanto es así, que Tilsa fue la primera y tal vez la única estudiante de
nuestro país en obtener la nota 21, calificativo que obtuvo en su examen de fin
de carrera. Como los graduandos exhibían virtudes muy parejas en su evaluación
por el jurado, y todos ellos poseían méritos propios para alcanzar el consagratorio
20, ante el extraordinario trabajo de Tilsa Tsuchiya no podían los acuciosos
evaluadores sino inclinarse por unanimidad por ese puntaje inaudito.
Me puse a observar muchos cuadros de Tilsa, en una colección
de pintores peruanos publicada por el diario El Comercio hace ya varios
años. En el cuadro “Comensales”, un óleo sobre lienzo de 1968, se observan unos
brazos alargados hacia una mesa extendida, en cuyo centro domina un objeto
circular, que puede ser un pan, el alimento general, y al fondo, en la
cabecera, tres seres estilizados presiden la escena en una atmósfera sombría
donde predominan los rojos, grises y el negro. Otros comensales están apostados
en torno al mueble central. Y en “Músicos”, otro óleo sobre lienzo de 1964, me
encantan las figuras de los cuatro protagonistas: dos instrumentistas de
viento, un percusionista y el ejecutante de las cuerdas en el extremo izquierdo
del cuadro. Los rostros son geométricos y los dedos muy perfilados,
especialmente el del flautista del extremo derecho.
Dorsos desmembrados, figuras faliformes, senos
omnipresentes, sombras autónomas, animales marinos, árboles antropomorfos,
atmósferas brumosas, luces refractadas, objetos habitados, son parte de la
iconografía personal de la artista. En el cuadro que la crítica señala como el
más importante de su producción, “Tristán e Isolda”, un óleo sobre lienzo de
1974-1975, la pareja primordial se sostiene sobre una nube de fuego, que flota
en una densa neblina donde se perfilan montañas vaporosas. Los personajes están
frente a frente, uno de cuclillas y la otra de rodillas, mientras sus lenguas
desmesuradas se enredan en medio del blancor de una luz maciza. Tristán tiene
un cuerno en vez de frente, e Isolda una cabellera al viento. Se ha dicho que
la ausencia de brazos de todos sus personajes simboliza su desapego de las
posesiones materiales, y la carencia de frentes, el dominio de los sentimientos
frente a la razón. El título original era “El mito de la creación”, pero a
sugerencia de su amigo José Watanabe, lo cambió al de la pareja wagneriana.
El recorrido y reconocimiento de la obra de Tilsa Tsuchiya
son indudables, a pesar de la ignorancia que todavía permea a buena parte de
esa masa ajena a los vaivenes del arte y la cultura de nuestro país. En una
encuesta promovida por un importante diario local sobre el artista peruano del
bicentenario entre pintores, curadores y críticos de arte, el nombre de esta
pintora nacida en Supe en 1928 y fallecida en Lima en 1984, resultó ganador con
más menciones que cualquier otro. Además, uno de sus cuadros ha logrado hace
pocos años la más alta cotización, en el mercado del arte internacional, que cualquier
pintor peruano haya logrado alguna vez. Es decir, no sólo criterios
estrictamente estéticos validan su obra, sino que también lo hacen razones
económicas que son importantes en este mundo, cuyos estándares se miden por las
cifras que alcanzan sus productos en el tráfico comercial.
No hay motivo para no adentrarse en el gozo y el privilegio
del conocimiento de una creación formidable como la que nos ha dejado esta
artista excepcional. Su ubicación anecdótica en un billete nacional no puede
ser sino el pretexto para que todos los peruanos sepamos de ella y apreciemos
como se merece la riqueza y trascendencia de la belleza de su arte.
Lima, 4 de enero de
2024.
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