Sebastián Salazar
Bondy fue una figura axial en el panorama de la cultura peruana de mediados del
siglo XX. Su intensa labor se desplegó en campos tan diversos como la creación
literaria, la promoción de la cultura y el periodismo, por sintetizar de alguna
manera los uno y mil oficios que ejerció en favor del desarrollo del arte y la
literatura. Su talento como escritor se manifestó especialmente en la poesía y
el teatro, disciplinas que practicó a lo largo de su corta vida, así como en el
periodismo, la crítica literaria y todo aquello que estuviera asociado a esa
vida singular del espíritu que constituye el alma de los pueblos.
De toda esa
maraña de una florescencia heterogénea, destaca un librito que se publicó en
1958, un conjunto de breves piezas teatrales titulado Seis juguetes, que
he leído con gran placer, como si asistiera a una sala imaginaria de teatro
para gozar con ese espectáculo siempre fascinante de la puesta en escena de un
pedazo de la vida del ser humano. El volumen se compone de seis creaciones para
ser representadas en las tablas, pero que también se pueden leer como guiones
especiales para que cada lector pueda, como decía hace un momento,
escenificarlas en su imaginación en una privilegiada función personal.
El primer juguete
es una farsa en un acto titulada “Los novios”. En ella, dos personajes, un
hombre y una mujer, dialogan sobre su relación en una sobria habitación común.
Ella tiene un libro en la cama y lee; él, alternativamente camina por la
habitación y se sienta ante una mesa. Su conversación es una mezcla de
incertidumbre y absurdo, de misterio y amenaza.
“El de la valija”
es un juguete en un acto. Dos personas conversan en una estación de trenes
donde hay abandonada una maleta. El hombre trata de dormir en una banca y el
guarda le conmina a que se retire pues ello está prohibido. Inquiere por la
maleta, que el hombre no reconoce como suya. Cuando el guarda se apresta a
llevársela para tenerla a buen recaudo hasta que su dueño la reclame, le hombre
le convence para abrirla, pues, aduce, podría contener un cadáver, el cuerpo de
un niño o una bomba. Ambos se dedican a escudriñar su contenido luego de
abrirla con un alicate. Encuentran cigarrillos, lápices, cuadernos, un fustán,
una novela, entre otros objetos. Especulan que el dueño podría tratarse de un
profesor de ética. Finalmente, llega el propietario de la maleta y se desarma
todo el tinglado de suposiciones que creaban mientras la registraban los dos
primeros. Antes de concluir, el hombre inicial es obligado a retirarse y el
guarda se dirige a su oficina y vuelve con dos maletas y, libre ya de todo
testigo, se apresta a abrirlas.
“En el cielo no
hay petróleo” es un juguete en un acto con un argumento hilarante. La familia
Azcárate descubre un buen día un extraño líquido oscuro a los pies del abuelo
que descansa en su mecedora en el jardín. Luego de descartar que se trate de
una emisión orgánica del viejo señor, el nieto sugiere que puede tratarse de
petróleo -el oro negro- y que la familia podría hacerse de la riqueza anhelada
previa denuncia del hallazgo. Entre tanto, han llegado a la provincia tres
gringos representantes de la empresa extranjera que hará los estudios de
exploración petrolífera en la zona. Éstos confirman la hipótesis de Lucho, ante
las miradas ávidas de avaricia de Zoila y Pepa, su madre y hermana.
En medio de la
casi algarabía que empezaba a crecer entre los miembros de la familia,
vislumbrando su futuro inmediato como nuevos ricos, se presenta en la casa un
muchacho que comunica que viene de parte de la gasolinera de la esquina. Lo que
sucedía era que había una filtración ocasionada por la rotura de un tanque del
grifo. Al oír esto, se desvanecen como humo las esperanzas de la familia,
mientras despotrican del trío de extranjeros que vinieron a verificar la
condición del líquido en el jardín. Cuando todos habían creído que les caía el
petróleo del cielo, Manuel, el padre, les recuerda que “en el cielo no hay
petróleo”.
“Un cierto tic
tac” es otro juguete en un acto. Una mujer irrumpe en la oficina del doctor
Plácido Bonifaz pidiendo ayuda por un ruido que siente y que no puede con él.
El profesional hablaba por teléfono y hace una pausa, le pide a su interlocutor
que lo vuelva a llamar en diez minutos. Traba un diálogo con la mujer que ha
ingresado, quien le explica cómo se inició el problema que padece, un tic-tac
que le sube y le baja, que crece y decrece. El doctor le pide que reconstruya
el momento exacto en que empezó a sentir el sonidito ese. La chica le cuenta que
todo comenzó cuando veía una película con su novio. El pillo del doctor
aprovecha la ocasión para hacer de novio en la reconstrucción. La escena es
jocosa por los diálogos simulados y la situación cada más comprometedora en que
se ve la muchacha por la cercanía de don Plácido, sin duda complacido por el suceso.
De pronto suena el teléfono y el doctor interrumpe, ni sin molestia, la
agradable escena. Cuando la mujer escucha que el doctor habla de “jueces”,
“juzgados”, “expedientes” y “defensores”, cae en la cuenta de su error. Le pide
explicaciones, pero ya no siente el tic-tac, circunstancia que Plácido Bonifaz
utiliza para hablar de su técnica infalible, tratamiento que sugiere proseguir
para acabar con el mal.
“El espejo no
hace milagros” es un monólogo donde una mujer, enfrentada a un espejo en el
tocador de su habitación, reflexiona sobre su condición, tanto física como
psicológica, y va pasando las diferentes estancias de su toma de conciencia
sobre lo que esconde y revela de uno mismo un simple adminículo doméstico.
Gradualmente, la mujer exige al espejo que le diga lo que ella espera, pero
este no hace sino repetir, como es lógico, lo que ella dice, o lo que ella se
dice. Se sabe fea y aguarda que el espejo le haga un milagro, sin embargo, como
eso no pasa, llena de furia arroja al final al pobre objeto en mitad de la
habitación.
“La soltera y el
ladrón” es la última pieza de este pequeño conglomerado de juguetes teatrales
divertidos, inteligentes y suscitadores. En ella, una señorita se dispone a
irse a la cama, se acicala previamente ante el espejo de su tocador y
selecciona un libro. Al rato, siente un ruido y busca la trampa para ratones.
Pero el ruido vuelve, se pone de pie y descubre debajo de su cama, vaya
sorpresa, a un hombre escondido que lentamente sale y, con los modos más
corteses, le declara su amor. La soltera le ofrece entonces un cofre lleno de
joyas que el ladrón no acepta en principio, coquetea con el intruso y se deja
cortejar llena de arrobo, cierra los ojos ante la promesa de un beso, pero al
final este termina llevándose el tesoro en su arpillera y sale sigilosamente de
la habitación. Cuando ella abre los ojos, el ladrón ha desaparecido. Pide
auxilio y se cierra la noche sobre ella.
Magnífica forma
de gozar de un teatro de piezas cortas y agradables. Me imagino que llevadas a
los escenarios el gozo debe duplicarse, tanto por el acierto del guionista como
por las actuaciones de los protagonistas que encarnen estos roles disparatados,
absurdos, razonables, graciosos y convincentes, como la vida misma.
Lima, 7 de diciembre de 2025.
No hay comentarios:
Publicar un comentario