sábado, 16 de enero de 2010

VIDA Y POESÍA

Deberíamos levantarnos cada mañana leyendo poesía, para defendernos de la sordidez y miseria de este mundo; como el mejor antídoto contra la ruinosa monotonía de los días, y para embellecer, aun cuando sea por unos instantes, nuestras grises y aburridas existencias.
Así como la música nos eleva, sacándonos de la pedestre realidad, y transportándonos a un mundo de platónicas imágenes y sentidos, nos hace rozar, en esos breves retazos de tiempo, lo que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer llamaba la Voluntad, la poesía también posee esos mágicos conjuros, esos accesos hechizantes hacia lo inefable y trascendente.
El poeta simbolista francés Arthur Rimbaud, genio fulgurante y precoz de la poesía, había proclamado su filosofía estética en una frase que, en su sencillez, esconde una aspiración grandísima de la humanidad: “cambiar la vida”; porque el arte, para él, estaba imbuido, entre otras cosas, de cumplir para el género humano esa titánica labor.
Pero la poesía, infelizmente, no está presente en la mayoría de las vidas de los hombres de nuestro tiempo, ocupados en labores y quehaceres aparentemente más importantes, entregados en cuerpo y alma a las sacrosantas leyes del mercado, que exige de ellos todo su tiempo y toda su energía, y que no les deja un solo resquicio por donde asomarse a ese mágico y liberador cielo de la poesía.
El oficio de poeta es una dedicación ancilar y suntuosa, confinada a los rincones más elitistas y marginales de la sociedad, y su obra es vista como un lujoso pasatiempo o, en el peor de los casos, una futesa prescindible. El estilo y el ritmo de la vida actual no dan cabida a una manifestación del espíritu que podría redimirla, sacándola de su pequeñez y su insignificancia, porque el mundo vive prosternado ante los pies de barro de un materialismo ramplón y grosero, que tiene como único norte el consumo y el lucro, la banalización y el envilecimiento de la existencia del hombre como metas supremas de la vida.
Todo tiende a alejar al ser humano de la música de las palabras, el desaforado desarrollo de las ciencias y de la tecnología lo ha convertido gradualmente en un esclavo inconsciente de los objetos, que vive y mata por ellos, que se desvive y sufre por el simple afán de su posesión, que trabaja y se sacrifica hasta la extenuación por la prosaica tenencia. Es el tener la voz de mando de una civilización consagrada a los diosecillos laicos de la máquina, como en su momento lo dijo el maestro Sábato. Mientras que el ser es apenas un concepto metafísico, algo que no nos incumbe, una bagatela ontológica que se pierde en las fantasmagorías de la abstracción.
Y pensar que la poesía es la expresión más alta del espíritu, la quintaesencia del hombre, su revelación y su trascendencia.

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