La tirantez de las actuales relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos e Israel tiene un solo responsable: Benjamín Netanyahu, el Primer Ministro israelí que ha tenido la malhadada coincidencia de anunciar una medida polémica durante la visita a ese país de nada menos que el vicepresidente del mayor socio del gobierno hebreo. Mientras Joe Biden llegaba a tierras bíblicas para una visita oficial, tendente a preparar el camino para reabrir unas futuras negociaciones de paz con los palestinos, he aquí que recibía en la cara una bofetada política de quien debiera comportarse como un atento anfitrión.
Me parece muy tibia la posición del gobierno estadounidense ante la bravata israelí de no dar marcha atrás en su despropósito de construir 1600 nuevas viviendas en Jerusalén Este. Benjamín Netanyahu aduce que Jerusalén es la capital de Israel, y que las colonias están siendo edificadas en la zona que le correspondería al país hebreo en un probable acuerdo de paz con los palestinos. Sin embargo, un elemental sentido de la lógica dice que si Jerusalén fuera dividida en dos zonas bien definidas --como lo prescriben numerosos acuerdos y mandatos del derecho internacional--, la parte que le tocaría a Israel sería la zona Oeste, pues el sector Este quedaría reservado para los palestinos, en primer lugar porque la población árabe es más numerosa en este lado de la ciudad, y porque geográficamente sería la salida más equitativa.
Pero sorprende la reacción de varios de los más conspicuos representantes del gobierno de Washington, especialmente de la Secretario de Estado Hillary Clinton, quien luego de los reproches iniciales, ha reafirmado los sólidos lazos que unen a ambos países a pesar de las diferencias anotadas. Lo ha hecho en el marco de la visita que ha hecho a su vez el Primer Ministro israelí a la Casa Blanca; encuentro que ha tratado de ser minimizado oficialmente por el gobierno norteamericano --sin fotografías, comunicados oficiales ni comentarios de ambos líderes--, en lo que se ha interpretado como una demostración del malestar que ha producido este hecho en el propio presidente Barack Obama.
Al parecer todo se trata simplemente de una puesta en escena de lo que se considera políticamente correcto. Avalar al gobierno hebreo en su proyecto de edificación, significaría en la práctica desconocer los legítimos derechos del pueblo palestino a un territorio y a su propia existencia como nación.
Si bien la respuesta del llamado Cuarteto del Medio Oriente --Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas--, ha sido de una explícita condena a la decisión de construir colonias judías en suelo árabe, no menos cierto es que, en el caso de los Estados Unidos, esta reacción está perdiendo su energía inicial y va camino de convertirse en una aquiescente anuencia para con los argumentos israelíes, quienes pretenden situar en el primer punto de la agenda internacional el asunto del supuesto peligro iraní de poseer armas nucleares, situación que amenazaría gravemente la misma existencia del país de Golda Meir y Yitzhak Rabin.
El carácter obtuso de Netanyahu, su estrecha visión del panorama en el Medio Oriente, su nacionalismo dogmático y ortodoxo, su necedad congénita para entender el problema árabe israelí en una dimensión de futuro, su incalculable ceguera para comprender el reclamo palestino en los términos más justos, hacen peligrar cualquier intento de reanudar el diálogo entre ambos representantes, realidad que ya se ha vivido en numerosas ocasiones y que ha impedido hasta ahora alcanzar un acuerdo definitivo que zanje ese dilema eterno que desangra inútilmente a dos pueblos hermanos.
La presencia de Netanyahu en suelo norteamericano ha servido también para que éste se reúna con los miembros de la asociación judía AIPAC (American Israel Public Affairs Committee), el más importante de los Estados Unidos, poderoso lobby de Washington que tiene una injerencia decisiva en las decisiones de las altas esferas del poder de la nación yanqui, y que representa la posición más conservadora y reaccionaria de la comunidad hebrea en ese país. Defiende a ultranza los intereses del gobierno de Tel Aviv y asume la causa de la derecha israelí de una manera inquebrantable.
Ya es hora de que la comunidad internacional no ceda ante la poderosa influencia judía en los más importantes foros mundiales, que bajo la perfecta coartada del horror sufrido en el Holocausto, inflige iguales o parecidos sufrimientos al pueblo palestino, como lo sucedido en Gaza hace apenas un año atrás. Es tiempo que Naciones Unidas tome una decisión definitiva con el carácter de vinculante, y así el Estado de Israel no burle impunemente un acuerdo jurídico del más alto nivel.
Lima, 27 de marzo de 2010.
sábado, 27 de marzo de 2010
sábado, 20 de marzo de 2010
Yawar Fiesta
En 1941 se publicó una de las novelas más significativas del entrañable escritor andahuaylino José María Arguedas, obra que le supuso su ingreso definitivo al exclusivo grupo de los grandes creadores de nuestra literatura del siglo XX. Se trata de Yawar Fiesta, una ficción bajo los postulados del indigenismo, pero que logra trascender el mero afán de denuncia y nos entrega un verdadero fresco social del Perú.
La historia del pueblo de Puquio y sus costumbres, entre ellas el llamado turupukllay o corrida de toros a la usanza india, domina el material narrativo, que a través de once capítulos relata la forma cómo el pueblo se va preparando para la consumación de ese acto ritual que encierra un profundo simbolismo desde el punto de vista social, y representa una vía de expresión de esa natural búsqueda de expansión lúdica del alma del habitante del ande.
La novela se inicia con una descripción del pueblo indio de Puquio, donde a una geografía feraz y casi idílica se superpone el entramado artificial de las relaciones humanas: la división en cuatro ayllus --Kollana, Pichk’achuri, K’ayau y Chaupi--, y la esquemática estratificación de las clases sociales en indios, mestizos (o chalos) y mistis.
Luego el narrador nos relata el despojo del que es víctima el pueblo a manos de los poderosos hacendados de la zona, una realidad que han explorado y explotado numerosas obras de la vertiente indigenista, y que a veces se ha convertido en el recurso tópico por excelencia de esta corriente literaria. Sin embargo, Arguedas logra situar el hecho en una dimensión diferente al dosificar su carga de realismo dentro del marco de un conjunto de elementos que también son decisivos en la novela, uno de los cuales es indudablemente el elemento mítico.
En esta categoría del mundo novelesco logran situarse diversos personajes cuya común característica es que logran tener una presencia inmanente en la realidad ficticia. Están protegidos de los avatares de la historia por esa condición que les provee su calidad de objetos mágicos o presencias símbolo en medio de los sucesos de una realidad cambiante.
El primero de ellos es el K’arwarasu, el nevado tutelar de la región, que cual Apu vigilante observa desde su posición privilegiada los hechos que acontecen a sus pies; enseguida está la wakawak’ra, especie de corneta andina hecha del cuerno del toro, cuyo sonido imponente llena de auténtico terror sagrado los oídos de los pobladores, especialmente de los mistis, quienes al oírlo experimentan un desasosiego inexplicable. Y por último está el Misitu, animal fabuloso que emerge de las aguas de la laguna para vivir en los k’eñwales, y que, ya convertido en un toro bravío e indomable, será la víctima propiciatoria de la fiesta de sangre que corona la novela, luego de ser casi arrastrado por los indios K’ayau, desde sus dominios hasta la plaza grande del sacrificio.
En este microcosmos social conviven todos los actores del drama histórico del Perú, desde el Subprefecto, representante político del gobierno, hasta el alcalde Antenor, los varayok’s o autoridades de cada ayllu, los mistis o principales que viven a lo largo del jirón Bolívar, la calle principal del pueblo, y que tienen a Julián Arangüena como prototipo del gamonal abusivo y respondón, los mestizos o chalos que ocupan las calles transversales a la principal, seres intermedios en la escala social que generalmente sirven de criados de los mistis, y los indios que malviven en las breves tierras a que la codicia y el abuso de los hacendados los ha condenado.
Luego del circular que llega de la capital para que la corrida se lleve a cabo de la manera tradicional, los indios se avienen a celebrar su fiesta como se lo imponen las autoridades, es decir, al modo “civilizado” de la costa, para lo cual encargan la contratación de un diestro a los lugareños avecindados en Lima y que conforman el Club Lucanas. Es así que Ibarito llega al pueblo para la fecha señalada, el 28 de julio.
El día central todo el pueblo se viste de fiesta y acude en masa a la plaza de Pichk’achuri (que además tiene el atractivo del desafío entre los indios de este ayllu y los K’ayau) para el turupukllay, previamente reducida según las indicaciones del Vicario para evitar las masacres de otros años, en que numerosos indios morían despanzurrados por los filudos pitones del astado.
Ante la deserción de Ibarito, que en la primera capeada percibe la naturaleza invencible del Misitu, son arrojados al ruedo los toreros indios --el “Honrao”, el Tobías, el Wallpa y el K’encho--, para que culminen la faena dejada inconclusa por el español. El capeador Wallpa es malherido por la embravecido Misitu, muriendo desangrado en la plaza grande; entretanto el varayok’ alcalde de K’ayau alcanza un cartucho de dinamita al Raura, que éste hace estallar en el pecho del animal, mientras que el Alcalde le comenta al Subprefecto que lo que ha presenciado es el yawar punchay verdadero.
En este laboratorio verbal que finalmente es la novela, son cocinados a fuego sostenido los más álgidos problemas que acucian a una sociedad como la nuestra, que hierve de desigualdades, maltratos, abusos y exclusiones. Mas también puede ser visto como el lugar de encuentro de los protagonistas del drama histórico, puestos en la circunstancia precisa para tender puentes de reconciliación entre los vastos sectores sociales que representan. Una lectura imprescindible.
Lima, 20 de marzo de 2010.
La historia del pueblo de Puquio y sus costumbres, entre ellas el llamado turupukllay o corrida de toros a la usanza india, domina el material narrativo, que a través de once capítulos relata la forma cómo el pueblo se va preparando para la consumación de ese acto ritual que encierra un profundo simbolismo desde el punto de vista social, y representa una vía de expresión de esa natural búsqueda de expansión lúdica del alma del habitante del ande.
La novela se inicia con una descripción del pueblo indio de Puquio, donde a una geografía feraz y casi idílica se superpone el entramado artificial de las relaciones humanas: la división en cuatro ayllus --Kollana, Pichk’achuri, K’ayau y Chaupi--, y la esquemática estratificación de las clases sociales en indios, mestizos (o chalos) y mistis.
Luego el narrador nos relata el despojo del que es víctima el pueblo a manos de los poderosos hacendados de la zona, una realidad que han explorado y explotado numerosas obras de la vertiente indigenista, y que a veces se ha convertido en el recurso tópico por excelencia de esta corriente literaria. Sin embargo, Arguedas logra situar el hecho en una dimensión diferente al dosificar su carga de realismo dentro del marco de un conjunto de elementos que también son decisivos en la novela, uno de los cuales es indudablemente el elemento mítico.
En esta categoría del mundo novelesco logran situarse diversos personajes cuya común característica es que logran tener una presencia inmanente en la realidad ficticia. Están protegidos de los avatares de la historia por esa condición que les provee su calidad de objetos mágicos o presencias símbolo en medio de los sucesos de una realidad cambiante.
El primero de ellos es el K’arwarasu, el nevado tutelar de la región, que cual Apu vigilante observa desde su posición privilegiada los hechos que acontecen a sus pies; enseguida está la wakawak’ra, especie de corneta andina hecha del cuerno del toro, cuyo sonido imponente llena de auténtico terror sagrado los oídos de los pobladores, especialmente de los mistis, quienes al oírlo experimentan un desasosiego inexplicable. Y por último está el Misitu, animal fabuloso que emerge de las aguas de la laguna para vivir en los k’eñwales, y que, ya convertido en un toro bravío e indomable, será la víctima propiciatoria de la fiesta de sangre que corona la novela, luego de ser casi arrastrado por los indios K’ayau, desde sus dominios hasta la plaza grande del sacrificio.
En este microcosmos social conviven todos los actores del drama histórico del Perú, desde el Subprefecto, representante político del gobierno, hasta el alcalde Antenor, los varayok’s o autoridades de cada ayllu, los mistis o principales que viven a lo largo del jirón Bolívar, la calle principal del pueblo, y que tienen a Julián Arangüena como prototipo del gamonal abusivo y respondón, los mestizos o chalos que ocupan las calles transversales a la principal, seres intermedios en la escala social que generalmente sirven de criados de los mistis, y los indios que malviven en las breves tierras a que la codicia y el abuso de los hacendados los ha condenado.
Luego del circular que llega de la capital para que la corrida se lleve a cabo de la manera tradicional, los indios se avienen a celebrar su fiesta como se lo imponen las autoridades, es decir, al modo “civilizado” de la costa, para lo cual encargan la contratación de un diestro a los lugareños avecindados en Lima y que conforman el Club Lucanas. Es así que Ibarito llega al pueblo para la fecha señalada, el 28 de julio.
El día central todo el pueblo se viste de fiesta y acude en masa a la plaza de Pichk’achuri (que además tiene el atractivo del desafío entre los indios de este ayllu y los K’ayau) para el turupukllay, previamente reducida según las indicaciones del Vicario para evitar las masacres de otros años, en que numerosos indios morían despanzurrados por los filudos pitones del astado.
Ante la deserción de Ibarito, que en la primera capeada percibe la naturaleza invencible del Misitu, son arrojados al ruedo los toreros indios --el “Honrao”, el Tobías, el Wallpa y el K’encho--, para que culminen la faena dejada inconclusa por el español. El capeador Wallpa es malherido por la embravecido Misitu, muriendo desangrado en la plaza grande; entretanto el varayok’ alcalde de K’ayau alcanza un cartucho de dinamita al Raura, que éste hace estallar en el pecho del animal, mientras que el Alcalde le comenta al Subprefecto que lo que ha presenciado es el yawar punchay verdadero.
En este laboratorio verbal que finalmente es la novela, son cocinados a fuego sostenido los más álgidos problemas que acucian a una sociedad como la nuestra, que hierve de desigualdades, maltratos, abusos y exclusiones. Mas también puede ser visto como el lugar de encuentro de los protagonistas del drama histórico, puestos en la circunstancia precisa para tender puentes de reconciliación entre los vastos sectores sociales que representan. Una lectura imprescindible.
Lima, 20 de marzo de 2010.
sábado, 13 de marzo de 2010
En defensa de Lula
En reciente artículo aparecido en diversos medios de prensa del mundo, el escritor Mario Vargas Llosa arremete, injustamente, contra el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La nota se titula “Lula y los Castro”, a propósito de la muy sonada muerte del cubano Orlando Zapata Tamayo, luego de una larga huelga de hambre. En ella se ventilan una serie de ideas y cuestiones que son buenas situarlas en su real contexto.
La imagen que ha disparado esta andanada de improperios que el insigne escribidor le endilga al modesto obrero pernambucano, ha sido una fotografía en la que precisamente aparecen, dándose afectuosos abrazos, el propio Lula y los dos líderes más importantes de la isla caribeña: Fidel Castro y su hermano Raúl, ahora en el mando oficial del gobierno. La visita de Lula coincidía, funesta ironía, con el episodio que ha desatado esta ola de críticas y vituperios en todo el continente, y aun en Europa, contra el régimen de La Habana.
Dice el novelista que la sola visión de esta imagen ha provocado el desagradable efecto de revolverle las tripas, pues ella ha significado, entre otras cosas, un aval mediático explícito de parte del presidente brasileño al gobierno de Cuba en este escándalo internacional que ha suscitado la muerte de Zapata Tamayo. Entre esas otras cosas, estaría el hecho de que Lula se haya negado a darles audiencia a un número importante de “presos políticos” de la isla.
Guarecido bajo el paraguas de una legítima preocupación por los derechos humanos y por las credenciales democráticas que todo político debe exhibir, Vargas Llosa se ensaña con la conducta del líder del PT porque no habría alzado su voz de protesta en este caso flagrante de violación de los derechos humanos de un ciudadano cubano. Pero si las cosas son así, cabe preguntarse también: ¿no es acaso atentar contra los derechos humanos, bombardear a la población civil, aduciendo luchar contra el terrorismo y excusándose luego en errores de objetivo o en razones militares, como lo hacen cada tanto las tropas de ocupación estadounidenses en Afganistán? Por si acaso, ¿se le han revuelto igualmente las tripas al novelista, al contemplar las patéticas imágenes de familias enteras diezmadas por las balas asesinas de un ejército imperial? Y si ha sido así, ¿lo ha dicho a página entera en algún medio de comunicación del mundo?
Llamar la “hez de América Latina” a los presidentes Chávez, Ortega y Morales, con quienes comulgaría políticamente el presidente Lula, es un despropósito inicuo y una bravata impropia de quien pregona los valores democráticos en su conducta política y, sobre todo, de quien nunca se oyó ni siquiera un murmullo sobre los procederes rastreros e inmundos de tantos personajes de la reciente escena continental, comenzando nomás por nombres como Rumsfeld, Cheney, Bush y otras alimañas.
Pero decir que Lula es un “travestido” o un “politicastro”, ya roza el colmo de la baladronada más artera y cerril. La explicación es clara. El escritor descarga todas sus fobias políticas contra quienes son amigos de la bestia negra, que para él encarna milimétricamente Fidel Castro. Con la perfecta coartada que le provee la muerte de Zapata, enfila sus certeros dardos envenenados contra una de las figuras más descollantes de Latinoamérica, un buen hombre de origen humilde y con un largo historial de luchas sindicales y políticas que lo han llevado a convertirse, merced a su tesonero esfuerzo, en gobernante de uno de los países más expectantes y de mayor presencia en el panorama político mundial.
Resulta curioso y sintomático, además, que cite justamente al flamante presidente chileno Sebastián Piñera como al único “justo” entre la pandilla de “fariseos” que gobiernan los demás países de América Latina. No se sabe si es parte de un afán de provocación o producto de un involuntario ejercicio de humor negro el que haya proferido tamaña ironía.
Como lector apasionado y febril de las novelas y los ensayos de Vargas Llosa, no temo sin embargo romper lanzas contra este gigante de las letras, aun a riesgo de terminar con los huesos rotos, cual quijote moderno en aquestos campos manchegos. Pues si su obra estrictamente literaria es incuestionable e imbatible, sus opiniones políticas van siempre, o casi siempre, a contrapelo de un sentido de la historia que le echamos de menos quienes recordamos sus otrora comprometidas posiciones en materia de política internacional.
Lima 13 de marzo de 2010.
La imagen que ha disparado esta andanada de improperios que el insigne escribidor le endilga al modesto obrero pernambucano, ha sido una fotografía en la que precisamente aparecen, dándose afectuosos abrazos, el propio Lula y los dos líderes más importantes de la isla caribeña: Fidel Castro y su hermano Raúl, ahora en el mando oficial del gobierno. La visita de Lula coincidía, funesta ironía, con el episodio que ha desatado esta ola de críticas y vituperios en todo el continente, y aun en Europa, contra el régimen de La Habana.
Dice el novelista que la sola visión de esta imagen ha provocado el desagradable efecto de revolverle las tripas, pues ella ha significado, entre otras cosas, un aval mediático explícito de parte del presidente brasileño al gobierno de Cuba en este escándalo internacional que ha suscitado la muerte de Zapata Tamayo. Entre esas otras cosas, estaría el hecho de que Lula se haya negado a darles audiencia a un número importante de “presos políticos” de la isla.
Guarecido bajo el paraguas de una legítima preocupación por los derechos humanos y por las credenciales democráticas que todo político debe exhibir, Vargas Llosa se ensaña con la conducta del líder del PT porque no habría alzado su voz de protesta en este caso flagrante de violación de los derechos humanos de un ciudadano cubano. Pero si las cosas son así, cabe preguntarse también: ¿no es acaso atentar contra los derechos humanos, bombardear a la población civil, aduciendo luchar contra el terrorismo y excusándose luego en errores de objetivo o en razones militares, como lo hacen cada tanto las tropas de ocupación estadounidenses en Afganistán? Por si acaso, ¿se le han revuelto igualmente las tripas al novelista, al contemplar las patéticas imágenes de familias enteras diezmadas por las balas asesinas de un ejército imperial? Y si ha sido así, ¿lo ha dicho a página entera en algún medio de comunicación del mundo?
Llamar la “hez de América Latina” a los presidentes Chávez, Ortega y Morales, con quienes comulgaría políticamente el presidente Lula, es un despropósito inicuo y una bravata impropia de quien pregona los valores democráticos en su conducta política y, sobre todo, de quien nunca se oyó ni siquiera un murmullo sobre los procederes rastreros e inmundos de tantos personajes de la reciente escena continental, comenzando nomás por nombres como Rumsfeld, Cheney, Bush y otras alimañas.
Pero decir que Lula es un “travestido” o un “politicastro”, ya roza el colmo de la baladronada más artera y cerril. La explicación es clara. El escritor descarga todas sus fobias políticas contra quienes son amigos de la bestia negra, que para él encarna milimétricamente Fidel Castro. Con la perfecta coartada que le provee la muerte de Zapata, enfila sus certeros dardos envenenados contra una de las figuras más descollantes de Latinoamérica, un buen hombre de origen humilde y con un largo historial de luchas sindicales y políticas que lo han llevado a convertirse, merced a su tesonero esfuerzo, en gobernante de uno de los países más expectantes y de mayor presencia en el panorama político mundial.
Resulta curioso y sintomático, además, que cite justamente al flamante presidente chileno Sebastián Piñera como al único “justo” entre la pandilla de “fariseos” que gobiernan los demás países de América Latina. No se sabe si es parte de un afán de provocación o producto de un involuntario ejercicio de humor negro el que haya proferido tamaña ironía.
Como lector apasionado y febril de las novelas y los ensayos de Vargas Llosa, no temo sin embargo romper lanzas contra este gigante de las letras, aun a riesgo de terminar con los huesos rotos, cual quijote moderno en aquestos campos manchegos. Pues si su obra estrictamente literaria es incuestionable e imbatible, sus opiniones políticas van siempre, o casi siempre, a contrapelo de un sentido de la historia que le echamos de menos quienes recordamos sus otrora comprometidas posiciones en materia de política internacional.
Lima 13 de marzo de 2010.
sábado, 6 de marzo de 2010
La casa del ser
Entre el 1 y el 5 de marzo debió realizarse el V Congreso Internacional de la Lengua en la ciudad de Valparaíso, Chile; pero, por las razones que ya todos conocen, éste debió cancelarse. Sin embargo, una feliz iniciativa ha hecho que no perdamos del todo esta ocasión anual de tratar los temas que interesan a quienes hablamos este idioma en el mundo, una cifra que ya se sitúa alrededor de los cuatrocientos millones de personas.
Es así que, vía el Congreso Virtual de la Lengua, promovido por el diario El País de España, hemos podido seguir las incidencias de este cónclave a través del ciberespacio. Las intervenciones, ponencias y entrevistas de diversos escritores del ámbito hispano, han dado vida a un evento que cada año reúne a las 22 Academias de la Lengua, con el fin de debatir y compartir asuntos que conciernen a la evolución del español, a la forma cómo se revitaliza la vieja lengua de Cervantes en los tiempos actuales.
No han estado ausentes preocupaciones permanentes tanto de los académicos como de los creadores: la presencia de términos nuevos (es el caso de los americanismos), la incidencias de las modernas tecnologías en el desarrollo de la lengua, los vertiginosos cambios que enfrenta el idioma en los tiempos presentes, el porvenir del castellano o español, el fenómeno del empobrecimiento del mismo por causa de su mal uso en los diversos medios de difusión, y su contraparte: el enriquecimiento que proviene fundamentalmente de sus creadores, poetas, novelistas y ensayistas de ambos lados del océano.
La cálida omnipresencia del lenguaje ha colmado, durante estos cinco días, el interés y la curiosidad de miles de internautas que han tenido un contacto virtual con algunos de los escritores más importantes del momento, entre ellos el chileno Jorge Edwards, el español Javier Marías, el colombiano Héctor Abad Faciolince y el mexicano José Emilio Pacheco.
El gran protagonista de un evento de esta naturaleza es siempre el lenguaje --“la casa del ser”, como la llamara el filósofo Heidegger--, ese espacio invisible y privilegiado en que los seres humanos alcanzan momentos supremos de comunión, esa curiosa forma del tiempo que Borges atribuía a la música, pero que también la palabra es capaz de poseer. “El más perfecto de los sonidos humanos es la palabra. La literatura, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra”, había dicho el maestro Octavio Paz, sintetizando luminosamente el valor y el significado de esas cualidades humanas.
En sendas entrevistas digitales, los escritores mencionados líneas arriba han respondido a las inquietudes de los lectores, quienes han dejado sus preguntas en el llamado ciberespacio, esa región casi abstracta en que suceden los más importantes sucesos de esta galaxia posmoderna. Y así, de una manera que simula la magia, ellos han recibido nuestras palabras y las han considerado dignas de ser respondidas.
Digo “nuestras palabras”, pues con una mezcla de atrevimiento e insolencia, he cometido el impudor de enviar, entre varios otros participantes, mis preguntas a dos de ellos: a Héctor Abad Faciolince y a José Emilio Pacheco. Y ambos han tenido la delicadeza de contestarlas, con el ingenio, la modestia y la sutileza que los caracteriza. Este cruce de palabras en esa región virtual, ha tenido el efecto maravilloso de acercarnos, aunque brevemente, al ámbito espiritual e íntimo de aquellos creadores a quienes valoramos y admiramos especialmente.
El “abrazo plural” del poeta José Emilio Pacheco ha clausurado esta fructífera jornada dedicada a la lengua española, abrazo cuya calidez y afecto apreciamos sus fervorosos lectores.
Lima, 06 de febrero de 2010.
Es así que, vía el Congreso Virtual de la Lengua, promovido por el diario El País de España, hemos podido seguir las incidencias de este cónclave a través del ciberespacio. Las intervenciones, ponencias y entrevistas de diversos escritores del ámbito hispano, han dado vida a un evento que cada año reúne a las 22 Academias de la Lengua, con el fin de debatir y compartir asuntos que conciernen a la evolución del español, a la forma cómo se revitaliza la vieja lengua de Cervantes en los tiempos actuales.
No han estado ausentes preocupaciones permanentes tanto de los académicos como de los creadores: la presencia de términos nuevos (es el caso de los americanismos), la incidencias de las modernas tecnologías en el desarrollo de la lengua, los vertiginosos cambios que enfrenta el idioma en los tiempos presentes, el porvenir del castellano o español, el fenómeno del empobrecimiento del mismo por causa de su mal uso en los diversos medios de difusión, y su contraparte: el enriquecimiento que proviene fundamentalmente de sus creadores, poetas, novelistas y ensayistas de ambos lados del océano.
La cálida omnipresencia del lenguaje ha colmado, durante estos cinco días, el interés y la curiosidad de miles de internautas que han tenido un contacto virtual con algunos de los escritores más importantes del momento, entre ellos el chileno Jorge Edwards, el español Javier Marías, el colombiano Héctor Abad Faciolince y el mexicano José Emilio Pacheco.
El gran protagonista de un evento de esta naturaleza es siempre el lenguaje --“la casa del ser”, como la llamara el filósofo Heidegger--, ese espacio invisible y privilegiado en que los seres humanos alcanzan momentos supremos de comunión, esa curiosa forma del tiempo que Borges atribuía a la música, pero que también la palabra es capaz de poseer. “El más perfecto de los sonidos humanos es la palabra. La literatura, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra”, había dicho el maestro Octavio Paz, sintetizando luminosamente el valor y el significado de esas cualidades humanas.
En sendas entrevistas digitales, los escritores mencionados líneas arriba han respondido a las inquietudes de los lectores, quienes han dejado sus preguntas en el llamado ciberespacio, esa región casi abstracta en que suceden los más importantes sucesos de esta galaxia posmoderna. Y así, de una manera que simula la magia, ellos han recibido nuestras palabras y las han considerado dignas de ser respondidas.
Digo “nuestras palabras”, pues con una mezcla de atrevimiento e insolencia, he cometido el impudor de enviar, entre varios otros participantes, mis preguntas a dos de ellos: a Héctor Abad Faciolince y a José Emilio Pacheco. Y ambos han tenido la delicadeza de contestarlas, con el ingenio, la modestia y la sutileza que los caracteriza. Este cruce de palabras en esa región virtual, ha tenido el efecto maravilloso de acercarnos, aunque brevemente, al ámbito espiritual e íntimo de aquellos creadores a quienes valoramos y admiramos especialmente.
El “abrazo plural” del poeta José Emilio Pacheco ha clausurado esta fructífera jornada dedicada a la lengua española, abrazo cuya calidez y afecto apreciamos sus fervorosos lectores.
Lima, 06 de febrero de 2010.
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