La tirantez de las actuales relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos e Israel tiene un solo responsable: Benjamín Netanyahu, el Primer Ministro israelí que ha tenido la malhadada coincidencia de anunciar una medida polémica durante la visita a ese país de nada menos que el vicepresidente del mayor socio del gobierno hebreo. Mientras Joe Biden llegaba a tierras bíblicas para una visita oficial, tendente a preparar el camino para reabrir unas futuras negociaciones de paz con los palestinos, he aquí que recibía en la cara una bofetada política de quien debiera comportarse como un atento anfitrión.
Me parece muy tibia la posición del gobierno estadounidense ante la bravata israelí de no dar marcha atrás en su despropósito de construir 1600 nuevas viviendas en Jerusalén Este. Benjamín Netanyahu aduce que Jerusalén es la capital de Israel, y que las colonias están siendo edificadas en la zona que le correspondería al país hebreo en un probable acuerdo de paz con los palestinos. Sin embargo, un elemental sentido de la lógica dice que si Jerusalén fuera dividida en dos zonas bien definidas --como lo prescriben numerosos acuerdos y mandatos del derecho internacional--, la parte que le tocaría a Israel sería la zona Oeste, pues el sector Este quedaría reservado para los palestinos, en primer lugar porque la población árabe es más numerosa en este lado de la ciudad, y porque geográficamente sería la salida más equitativa.
Pero sorprende la reacción de varios de los más conspicuos representantes del gobierno de Washington, especialmente de la Secretario de Estado Hillary Clinton, quien luego de los reproches iniciales, ha reafirmado los sólidos lazos que unen a ambos países a pesar de las diferencias anotadas. Lo ha hecho en el marco de la visita que ha hecho a su vez el Primer Ministro israelí a la Casa Blanca; encuentro que ha tratado de ser minimizado oficialmente por el gobierno norteamericano --sin fotografías, comunicados oficiales ni comentarios de ambos líderes--, en lo que se ha interpretado como una demostración del malestar que ha producido este hecho en el propio presidente Barack Obama.
Al parecer todo se trata simplemente de una puesta en escena de lo que se considera políticamente correcto. Avalar al gobierno hebreo en su proyecto de edificación, significaría en la práctica desconocer los legítimos derechos del pueblo palestino a un territorio y a su propia existencia como nación.
Si bien la respuesta del llamado Cuarteto del Medio Oriente --Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas--, ha sido de una explícita condena a la decisión de construir colonias judías en suelo árabe, no menos cierto es que, en el caso de los Estados Unidos, esta reacción está perdiendo su energía inicial y va camino de convertirse en una aquiescente anuencia para con los argumentos israelíes, quienes pretenden situar en el primer punto de la agenda internacional el asunto del supuesto peligro iraní de poseer armas nucleares, situación que amenazaría gravemente la misma existencia del país de Golda Meir y Yitzhak Rabin.
El carácter obtuso de Netanyahu, su estrecha visión del panorama en el Medio Oriente, su nacionalismo dogmático y ortodoxo, su necedad congénita para entender el problema árabe israelí en una dimensión de futuro, su incalculable ceguera para comprender el reclamo palestino en los términos más justos, hacen peligrar cualquier intento de reanudar el diálogo entre ambos representantes, realidad que ya se ha vivido en numerosas ocasiones y que ha impedido hasta ahora alcanzar un acuerdo definitivo que zanje ese dilema eterno que desangra inútilmente a dos pueblos hermanos.
La presencia de Netanyahu en suelo norteamericano ha servido también para que éste se reúna con los miembros de la asociación judía AIPAC (American Israel Public Affairs Committee), el más importante de los Estados Unidos, poderoso lobby de Washington que tiene una injerencia decisiva en las decisiones de las altas esferas del poder de la nación yanqui, y que representa la posición más conservadora y reaccionaria de la comunidad hebrea en ese país. Defiende a ultranza los intereses del gobierno de Tel Aviv y asume la causa de la derecha israelí de una manera inquebrantable.
Ya es hora de que la comunidad internacional no ceda ante la poderosa influencia judía en los más importantes foros mundiales, que bajo la perfecta coartada del horror sufrido en el Holocausto, inflige iguales o parecidos sufrimientos al pueblo palestino, como lo sucedido en Gaza hace apenas un año atrás. Es tiempo que Naciones Unidas tome una decisión definitiva con el carácter de vinculante, y así el Estado de Israel no burle impunemente un acuerdo jurídico del más alto nivel.
Lima, 27 de marzo de 2010.
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