Por fin ha emergido de su largo ostracismo de silencio un pueblo que ya parecía imitar el hieratismo de sus imágenes históricas en su conducta social. Luego de tres décadas de gobierno ininterrumpido del líder del Partido Nacional Democrático (PND) de Egipto, se levanta esta ola de protestas que está remeciendo de un modo contundente el régimen de Hosni Mubarak.
Las imágenes de miles de ciudadanos egipcios en ciudades como El Cairo, Alejandría y Suez, movilizándose por las principales calles y plazas, retando la embestida de las fuerzas del orden, levantando barricadas e incendiando edificios simbólicos del poder, han dado la vuelta al mundo para hacernos saber que cuando la opresión y la asfixia de tantos años de una sola persona en el poder se vuelven insoportables, hacen salir finalmente de su marasmo político al pueblo más resistente y menos belicoso.
Un gobierno sostenido en el norte de África por la estrecha colaboración de la potencia imperial, con una posición estratégica en esa zona del mundo, sólo superada por Israel en los favores políticos y económicos de aquella, se ha visto de pronto encarada por una población harta de los despropósitos y los desaciertos de su presidente. Una multitud que se ha volcado a las calles para exigir un cambio radical en la estructura del gobierno, para pedir una renovación total de las personas y personajes que representan y ejercen ese poder desde hace 30 años.
El ejemplo de Túnez, que hace apenas unas semanas expulsaba del poder a otro de esos sátrapas que quieren eternizarse en el mismo, ha cundido en el cercano Oriente, y ahora es el turno del viejo país, heredero de una de las civilizaciones más ricas y enigmáticas de la historia. Los hombres y las mujeres que llevan en su memoria el prodigioso pasado de los faraones, el legado suntuoso de sus pirámides y sus tumbas, su escritura jeroglífica y su sentido de la eternidad, han despertado a la realidad de los tiempos actuales para exigir formas más democráticas de comportamiento a sus gobernantes.
Un paso tímido y cauteloso ha dado Mubarak al disolver su gobierno, nombrando por primera vez a un vicepresidente y colocando a un nuevo Primer Ministro, pero ellos son simples cambios cosméticos a una realidad insostenible, meras estratagemas para dilatar la propia salida del actual presidente, que es el objetivo mayor de la oposición.
La llegada al país del Premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei, oportunista según algunos, le ha colocado en el primer plano de los probables sucesores de Mubarak, en caso el desenlace de la crisis egipcia termine con la salida del presidente. El Baradei saltó a la fama por haberle ganado el pulso político al ex presidente norteamericano George Bush en relación a la invasión de Irak en el año 2003, cuando aquel era presidente de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), y Bush decidió la incursión en el Medio Oriente pretextando la supuesta posesión de armas atómicas del país árabe. El Baradei, experto en la materia, siempre había negado esa posibilidad, como además el sentido común lo dictaba; mas el capricho del ex mandatario pudo más y terminó desbarrando en una guerra inútil, estéril e inicua, como son todas las guerras.
Es posible, pues, que al precio del sacrificio de decenas de muertos y cientos de heridos, Egipto encuentre el cauce de salida a este entrampamiento político y social que ha adquirido ribetes dramáticos y cruentos. Todo está en manos de Mubarak, quien con inteligencia y sabiduría debe hacerse a un costado y permitir que las múltiples y sonoras voces de sus compatriotas se escuchen por primera vez después de tres decenios de resignada espera.
Lima, 29 de enero de 2011.