sábado, 23 de julio de 2011

Citizen Murdoch

El escándalo de las escuchas ilegales en el Reino Unido ha salpicado a ambos lados del Atlántico, infestando con su barro amarillento las redacciones de la prensa internacional, pues su protagonista es nada menos que el superpoderoso magnate australiano-estadounidense Rupert Murdoch, dueño y señor de importantes e influyentes medios de comunicación en diversos lugares del orbe, entre ellos del recientemente cerrado News of de World, motivo central del caso que es la comidilla de medio Europa y los Estados Unidos.


Murdoch -cual personaje principal de la recordada película que hiciera el genial OrsonWelles-, cabeza visible de la News Corporation, la poseedora de un conjunto de periódicos en Norteamérica, que controla a su vez otro puñado de tabloides en el Reino Unido a través de su filial la News International, es propietario también de una serie de medios que integran desde canales de televisión y diarios hasta productoras de cine, diseminados en numerosos países del mundo como Australia, Estados Unidos, Reino Unido, India y otros.


El asunto ha saltado a las primeras planas de la prensa mundial a raíz de las denuncias publicadas en el diario inglés The Guardian, sobre las actividades de las que se han valido muchos periodistas del News of de World para obtener información para sus titulares sensacionalistas, que habían convertido a dicho medio en uno de los que mayor tiraje y venta poseían en el mundo. Los blancos predilectos de los ilícitos eran tanto personajes del mundo político como estrellas del espectáculo, deportistas, miembros de la realeza británica, excombatientes ingleses en las guerras del lejano oriente así como personas comunes que por alguna circunstancia estuvieron involucradas en casos de interés para el tipo de periodismo que practicaban.


Pero el hecho que ha desatado la furia de la sociedad inglesa, especialmente londinense, es el caso de Milly Dowler, la niña de 13 años que fue secuestrada en marzo de 2002 y encontrada posteriormente asesinada. Varios reporteros pincharon -chuponearon, diríamos aquí- el teléfono móvil de la víctima, haciendo movimientos que llevaron a los padres a la falsa esperanza de que siguiera viva, cuando en verdad ya no lo estaba, y aquellos más bien escarbaban en el asunto para explotar al máximo la noticia en favor del morbo de sus lectores.


El fuego del escándalo ha seguido su curso, llegando sus incendiarias chispas a prender en organismos respetables y serios de la flemática Inglaterra, como es el cuerpo de policía Scotland Yard, pues al parecer algunos de sus miembros estarían involucrados en las escuchas, en connivencia con los periodistas, habiendo de por medio, por supuesto, jugosas sumas de dinero. Las dos figuras en importancia de dicha institución ya han tenido que dimitir.


De igual manera, las lenguas de fuego amenazan llegar al mismísimo Downing Street, sede del gobierno inglés, donde el Primer Ministro David Cameron se ha visto acorralado, por cuanto uno de los acusados en el aprieto de marras fue nada menos que su director de comunicaciones. La Cámara de los Comunes, a través de su Comisión de Cultura, ha abierto una investigación para esclarecer el caso y, eventualmente, establecer las responsabilidades. Ya han desfilado por el recinto el propio Rupert Murdoch, su hijo y heredero James Murdoch y Rebekah Brooks, la engreída del potentado, exdirectora del periódico en cuestión y favorita del conglomerado ahora puesto contra las cuerdas.


Se trata, pues, de un episodio en donde están en juego valores fundamentales de la ética periodística, que me hacen recordar aquello que afirmaba un patriarca de la prensa nacional: que el periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios. Es penoso haber tenido que llegar a estos niveles, del que ni las sociedades más cultas y civilizadas, al parecer, se salvan.


El fuerte hedor de la prensa basura intoxica cada vez el mundo de la información con su chatura de objetivos, su mediocridad rampante y su venalidad a todo vapor. Es propio de estos tiempos, dominados por lo que Vargas Llosa llama la cultura del espectáculo, el gradual y vertiginoso empobrecimiento de la prensa, su conversión en mero receptáculo de noticias intrascendentes llevadas a las primeras planas como si fueran del mayor interés e importancia. Es el tipo de periodismo que practica, por ejemplo, el tabloide The Sun, otro diario británico del emporio de Murdoch, o el diario Bild en Alemania, modelos dudosos de los que tenemos en abundancia por estas comarcas, verdaderos pasquines que hurgan en la inmundicia humana y que ni siquiera merecen ser nombrados pero que, curiosamente, hacen las delicias de millones de personas, envilecidas por la peor forma que pueda adoptar la prensa escrita, de igual modo que la televisada.



Lima, 23 de julio de 2011.

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