sábado, 9 de julio de 2011

La montaña mágica

Las celebraciones por el centenario de la revelación al mundo de Machu Picchu, uno de los iconos más significativos de nuestra cultura, han estado salpicadas de una serie de hechos, declaraciones, homenajes, recuerdos y testimonios sobre la indudable trascendencia de su sitial en la historia tanto del país, como de América y el mundo. No en vano, hace unos años, por estas fechas, era elegida como una de las siete maravillas del mundo moderno, en una votación en la que compitió con otros monumentos arquitectónicos de gran valor arqueológico.


Cuando hace cien años, la visita que realizara al Perú el arqueólogo norteamericano Hiram Bingham, se convirtiera providencialmente en motivo del hallazgo de lo que los historiadores y arqueólogos llaman una llajta inca, -es decir, en una imprudente traducción contemporánea, lo que sería una ciudad, no una ciudadela- enclavada en una de las estribaciones de la ceja de selva del departamento del Cuzco, oculta por la maleza y ajena a la avidez histórica y turística que ahora la rodea, nadie podría haber vaticinado la enorme importancia que cobraría con los años, el relieve que adquiriría con el tiempo esta construcción presumiblemente edificada por Pachacútec y que es todo un prodigio de la urbanística y una colosal demostración de lo que puede hacer la voluntad y la mano del hombre.


Cuando el poeta chileno Pablo Neruda estuvo en el Perú y visitó el Cuzco, quedó tan deslumbrado de Machu Picchu, que de ese encuentro nació su extenso poema Alturas de Machu Picchu, segunda parte de su fresco histórico-poético llamado Canto General, tan descomunal como la vasta arquitectura inca que mandara construir el Inca. En esas “altas soledades…en la puerta del cielo”, el poeta tuvo un encuentro mágico, una epifanía se diría en términos místicos, una revelación en el sentido que lo entienden los poetas y sabios de Oriente, o simplemente una inspiración, tal como llama el común de los mortales a ese inefable acto de recibir un mensaje de lo conocido-desconocido, y luego transmitirlo en versos.


Igualmente, el poeta peruano Martín Adán nos ha dejado su libro La mano desasida, un intenso y extenso poema existencial y metafísico, testimonio de la experiencia personal del poeta ante la afamada ciudad pétrea. “Yo me llegué a ti / Con la mirada exhausta y repleta / Del que vio el astro / Que yo mismo ya era.”, dice Martín Adán identificando su espíritu infinito con esos laberintos solares. “¡Eres Yo Mismo, Machu Picchu!”, exclama nuestro poeta, y se consiente aconsejarle: “Procura ser siempre eucaristía, / Una hostia tremenda del humano / Para gozar de Dios en esta vida.”


Y cuando Jorge Luis Borges, el enorme poeta argentino, estuvo en el “ombligo del mundo”, sintió el magnetismo de la montaña encantada y fue tocado por esas piedras ancestrales, su espíritu sensible se conmovió, pronunciando algunas frases que han quedado para la memoria, así, cuando se refirió a la construcción inca, labró una de las suyas, al describir a aquellas ruinas circulares como “una vasta arquitectura de piedra en la montaña”.


A fines de los años setenta, el legendario grupo musical chileno Los Jaivas, que hacía música folclórica latinoamericana, pero que contaba entre sus instrumentos con guitarras eléctricas y sintetizadores, fueron invitados por un promotor artístico peruano para grabar el vídeo de su disco Alturas de Machu Picchu, basado en los poemas de Neruda, en las mismas ruinas incas. El resultado es un imponente concierto con la presentación de nuestro insigne novelista Mario Vargas Llosa, la música de varios de sus integrantes, y con la letra insólita del renombrado poeta chileno, en un deslumbrante escenario andino.


Alguna vez, charlando sobre las visitas escolares que se suelen hacer a Machu Picchu oí, de boca de una alumna y de una profesora, un comentario común, algo así como que las ruinas incas eran sólo piedra, “pura piedra”, sugiriendo entre líneas que en ellas no había nada grandioso que admirar, lo cual, evidentemente, revelaba la candidez de la primera, su comprensible ignorancia, y la visión obtusa de la historia, y de la cultura en general, de la segunda.


Así, entre encuentros poéticos y visitas anodinas se ha tejido la leyenda y la fama de la ahora homenajeada maravilla que el mundo festeja. Pero no podemos olvidar en este recuento de Machu Picchu, el hecho de que su descubridor oficial, el arqueólogo norteamericano Hiram Bingham, se llevara en esa ocasión un conjunto valioso de piezas arqueológicas, durante muchos años en posesión de la Universidad de Yale, y que ante el reclamo formal del gobierno peruano, se ha devuelto hace poco no sin cierta resistencia de principio.


Otro asunto final que debe preocuparnos, es el previsible incremento del flujo turístico al Santuario Inca, y que incidirá inevitablemente en su conservación y su cuidado como tesoro histórico y patrimonio cultural de la humanidad, y que Martín Adán ya lo había avizorado en muchos de sus irónicos y precisos versos.



Lima, 9 de julio de 2011.

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