Después de veinticinco años -por lo menos-, he releído Conversación en La Catedral, esa novela emblemática de Mario Vargas Llosa que, según propia confesión, sería la que él salvaría del fuego. Su estructura compleja y vanguardista ya no ha sido, esta vez, un obstáculo, sino un ingrediente altamente enriquecedor y gratificante para un lector avezado y curtido por los años.
El diálogo que entablan, del principio al fin de la historia, Santiago y Ambrosio, agazapados en una fondita de mala muerte que lleva el ostentoso nombre de La Catedral, sirve de hilo conductor de este fascinante recorrido por los recovecos políticos y los laberintos sociales de la dictadura del General Odría, quien gobernó el Perú entre los años 1948 y 1956, régimen conocido como el Ochenio y que sirve de verdadero tapiz de fondo y escenario histórico de la ficción.
Cuando Zavalita, el protagonista central de la novela, reconoce, muchos años después de los hechos, en el galpón de la perrera municipal de Lima, a quien había sido el chofer de su papá, se abren los diversos discursos narrativos que van a hilvanar la trama de la ficción en sucesivas y simultáneas aproximaciones, a través de los recuerdos que ambos traen a la realidad escarbando los rincones más oscuros de su memoria, para entregarnos un fresco individual y colectivo, personal y público, privado e histórico de los entresijos que hicieron de esa época una de las más decisivas del Perú contemporáneo.
Más allá de la sorprendente revolución de las formas que significó la irrupción de esa novela en el contexto de la literatura latinoamericana -de lo que los críticos han llamado el boom literario-, y de la consagración definitiva del escritor peruano, que con esa obra alcanzaba la cima de su poder creativo, es interesante anotar las implicancias políticas y sociales, culturales e históricas, de una obra que sondea la atmósfera y el alma de un periodo de nuestra historia, recreando con las magistrales armas del novelista el clima humano total de un fragmento clave del devenir del siglo XX en un país latinoamericano.
El régimen de Odría es escrutado a través de sus personajes más característicos, desde los generales que conforman el tinglado del poder, hasta el siniestro asesor de inteligencia -el temible Esparza Zañartu de la realidad, transmutado en el Cayo Bermúdez de la ficción-, pasando por los peones civiles y militares, los cortesanos y lacayos de una típica dictadura tercermundista.
El ambiente opresivo y tenso de un país bajo el oprobio de un gobierno militar, el clima de persecución y vendetta política, de zozobra permanente en la que vivían numerosas familias que sufrían en carne propia los embates policíacos del régimen; los seres comunes y corrientes que padecían día a día la atmósfera enrarecida de una sociedad que había caído en las tinieblas de la tiranía; los personajes ligados de alguna manera al entramado dictatorial viviendo a salto de mata los zarpazos de la intriga y la delación.
La famosa pregunta del periodista Santiago Zavala, aquella que actúa como el leit motiv de toda la novela -¿en qué momento se jodió el Perú?- aparece ya en las primeras páginas del libro, conduciendo al lector a una aventura de indagación sociológica y psicológica sobre las causas y las razones de la debacle nacional, en orden de construir un proyecto de país que materialice los viejos sueños de los fundadores de la república.
Las peripecias existenciales de los personajes son descritas utilizando las más modernas técnicas novelísticas, dotando a la obra de una estructura compleja y compacta como una sólida arquitectura narrativa de gran calado verbal. Discurren por sus páginas periodistas, políticos, militares, personas de condición modesta y mujeres de la vida nocturna limeña. Vidas que se trenzan, se cruzan y descruzan en un mundo que el creador ha buscado totalizar, presentando la superficie de los vaivenes políticos y su subsuelo mafioso, así como los menudos y cotidianos ajetreos de seres anónimos y grises consumidos por la atmósfera anodina que preside la novela.
Luego de esa larga charla, donde los protagonistas han desnudado y desvelado los acontecimientos y sucesos que han fatigado sus vidas, tenemos la impresión de asistir a aquello que Balzac calificó como privativo de la novela, es decir, contar la historia privada de las naciones. El resultado es soberbio, una novela espléndida que bien puede situarse en el canon de la novela latinoamericana, como lo ha reconocido Carlos Fuentes en su flamante libro sobre el tema.
Lima, 27 de agosto de 2011.