sábado, 11 de febrero de 2012

Las papilas de Thays

Ha causado todo un revuelo mediático la opinión disidente -proferida desde su blog que mantiene en el diario El País de España-, del escritor peruano Iván Thays, sobre uno de los temas tabú de nuestra cultura nacional: la gastronomía. Thays, desconocido casi en nuestro medio, salvo para quienes solíamos frecuentar su grisáceo programa literario Vano Oficio, en la televisión estatal hará unos años, no ha sido muy comedido que digamos al arremeter contra lo que muchos consideran un aspecto esencial de nuestra identidad y orgullo patrio.
El problema no es, para mí, que alguien pueda decir simplemente que no le gusta la comida peruana, por éstas o aquéllas razones, total por qué a todo el mundo tiene que gustarle, sino que lo haga en la forma y el lugar equivocados. Pues si nos atenemos a la manera cómo se ha despachado su diatriba culinaria, el primer defecto que yo le encuentro es que ha sido generalizante, y ya sabemos que toda generalización siempre es injusta. Por lo que atañe al lugar, no tenía que hacerlo desde tan lejos y en casa ajena, que eso también suena a algo de ingratitud. Sé de sobra que se podrá aducir todo el rollo ese de la globalización y sus ventajas, pero hay cosas que sólo deberían ser dichas entre casa, ¿no es verdad?
El verdadero problema radica pues, desde mi óptica, en la incapacidad orgánica, personal, física o metafísica de una persona para disfrutar de la variedad, para aceptar que el mundo es diverso e infinito y poder asumirlo gratamente desde su propia experiencia vital. Decir por ejemplo, como el susodicho, que él prefiere los restaurantes de pastas, me parece una declaración bastante pobre de estrechez gustativa, casi una confesión pública de limitación cultural, pues no se podrá negar que la comida es también una expresión, y de las más ricas, de la cultura.
Es como si alguien confesara, hablando de música por ejemplo, que sólo prefiere la salsa, o la cumbia, o el rock. Sería como cerrarse al disfrute de una cantidad infinita de otros ritmos tan deliciosos y agradables como aquellos, o más. Y dónde queda la música clásica, y el jazz, y el folclore, y los yaravíes, y la samba, y el landó, etcétera y etcétera. Por lo menos es lo que a mí me pasa; cómo podría decir que sólo disfruto de uno de ellos, no, los disfruto todos, unos más que otros quizás, pero todos son bienvenidos. Eso es apertura, versatilidad, horizonte, señores, amplitud vamos.
No quiero sumarme al cargamontón virtual que ha tenido que soportar el escritor desde su cómoda instalación en la península, recibiendo insultos y epítetos que no están realmente a la altura de ningún diálogo civilizado. La tolerancia y la paciencia no son precisamente nuestras virtudes nacionales, pues creemos que la violencia en todas sus formas, la virulencia que descalifica tanto como la amenaza simple y achorada, son las armas imbatibles del victorioso, cuando lo cierto es que no pasan de ser ridículos recursos del indigente.
Yo no creo por ello que Thays sea antipatriota o traidor, ni nada por el estilo, más bien lo que debería despertar en nosotros la sincera confesión del escritor es la compasión, pues pobrecito de él que sus papilas gustativas le hayan tocado tan limitadas y cucufatas, y que su estómago no pueda digerir una comida tan indigesta y dañina, como él ha dicho. De otra manera no me explico cómo alguien pueda denigrar de la pachamanca, la trucha frita, la papa a la huancaína, el rocoto relleno, el cebiche, el arroz con pato, el cuy colorado, el lomo saltado y paro de contar, que integran la interminable lista de nuestra riquísima cocina nacional.
Muchos platos son algo pesados, es verdad, pero comiéndolos en la justa medida y ocasión, no creo que merezcan la excomunión. Otros más bien son livianos y nutritivos, como tal parece aprecia el criticón; habiendo pues una variedad considerable de alternativas que todos aprecian, razón por la que nuestra cocina está considerada como una de las cinco cocinas más importantes del mundo. Y no lo decimos nosotros, sino quienes son los entendidos en la materia, los gourmets, esos sibaritas profesionales que se banquetean a su gusto con todos los sabores, todos los aromas y todos los colores. Porque al fin de cuentas, también se trata de arte, del suculento arte de preparar un platillo como si se tratara de escribir un poema o de componer una sinfonía.

Lima, 11 de febrero de 2012.

1 comentario:

  1. Por caso, quizás como resultado de los peruanos que se llegaron a Buenos Aires, hace unos años fui a una casa de comidas de esa cultura. Recuerdo que comí algo similar a la humita, en una cazuela de barro. No era un plato sofisticado, simplemente era rico...
    Me dejó bien satisfecho, ¿qué más pedir?

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