La primera vez que leí Así habló Zaratustra, el impacto del pensamiento y el lenguaje del gran filósofo y escritor alemán Friedrich Nietzsche fue devastador; llegó a remecer mis jóvenes pretensiones intelectuales y estéticas y pronto se convirtió en uno de esos libros esenciales que nos acompañan por todos los caminos y por todas las épocas. Durante mucho tiempo diría, y lo sigo pensando así, que es, probablemente, el libro o uno de los libros más trascendentales de mi vida.
Cuando en los pasillos universitarios oí mencionar al Zaratustra, lo busqué inmediatamente con denuedo y, ya en mi poder, se iniciaría para mí una honda y estrecha relación con las ideas y las palabras de ese singular disidente de la filosofía que fue aquel que se hacía llamar el anticristo. Su original presentación en forma de parodia de los textos bíblicos, su léxico atrevido y antiacadémico, la contundencia de su filosofía vitalista, llegaron en el preciso momento en que mi alma ansiaba beber el agua fresca de un saber superior.
Publicado por primera vez en forma completa en 1892, esta obra inclasificable participa en verdad de varios géneros, pues a la vez que un filósofo, Nietzsche era también un poeta, y uno de los prosistas más brillantes de la lengua alemana del siglo XIX. Formado bajo el magisterio insuperable de dos grandes maestros: Arthur Schopenhauer y Richard Wagner, el filósofo de Basilea habría de perpetrar, de la mano del profeta persa Zaratustra o Zoroastro, este auténtico disangelio con la antifigura de Jesucristo.
Acompañado de sus animales heráldicos, el águila y la serpiente, Zaratustra emprende su lento peregrinaje en pos de la transmisión de una sabiduría inverosímil. Primero se va a las montañas por diez años y luego baja a predicar su doctrina. Se encuentra con un anciano en el bosque y le dice: “¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!” Es el comienzo de uno de los pilares del pensamiento nietzscheano, motivo de profundas controversias en los campos de la teología, la psicología y la filosofía. Llega a afirmar: “Yo no creería más que en un dios que supiese bailar.”
Sobre el amor, dos frases luminosas: “Es verdad: nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar”; “siempre hay algo de demencia en el amor. Pero siempre hay también algo de razón en la demencia.” Y como leit motiv que recorre toda la obra, una constante en la preocupación del filósofo, el ideal supremo de que “el hombre es algo que debe ser superado”; pues así como el hombre mira al mono, así el hombre superior debe mirar al hombre. El hombre visto como un simple puente, un pasaje perentorio hacia estadios superiores de la moral y la ética, del conocimiento y el espíritu.
Una superación en todos los sentidos, como lo expresa el siguiente pensamiento: “Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tiende sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, --hacia el mal.”
Su visión del Estado como monstruo lo manifiesta cuando dice: “Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos.” Algo que nos recuerda lo que un siglo después diría el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, cuando llamó al Estado “ogro filantrópico”.
Una mirada diferente sobre el amor al prójimo: “Vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vosotros mismos.” Y como consecuencia: “Vuestro mal amor a vosotros mismos es lo que os trueca la soledad en prisión.” Prefiguraciones de lo que más adelante serían los hallazgos más valiosos del psicoanálisis. “El peor enemigo con que puedes encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo te acechas tú en las cavernas y en los bosques. ¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!” Freud en ciernes.
Su lúdica misoginia aparece en frases como ésta: “Dos cosas quiere el hombre auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, como el más peligroso de los juguetes.” Y sigue con el amor y el matrimonio, a quienes los coge y los deja en su elemental desnudez: “Muchas breves tonterías –eso se llama entre vosotros amor. Y vuestro matrimonio pone fin a muchas breves tonterías en la forma de una única y prolongada estupidez.”
Sobre los solitarios lanza una profecía esperanzadora: “Vosotros los solitarios de hoy, vosotros los apartados, un día debéis ser un pueblo; de vosotros, que os habéis elegido a vosotros mismos, debe surgir un día un pueblo elegido –y de él, el superhombre.”
Hablando de la creación, dice el filósofo: “Crear –esa es la gran redención del sufrimiento, así es como se vuelve ligera la vida. Mas para que el creador exista son necesarios sufrimiento y muchas transformaciones.”
Dos más sobre el hombre y Dios: “El que conoce camina entre los hombres como entre animales”; y esto que es una delicia: “También Dios tiene su infierno: es su amor a los hombres.”
Por último, una descripción cumplida del paisaje actual de nuestro planeta: “La tierra, dijo él (Zaratustra), tiene una piel; y esa piel tiene enfermedades. Una de ellas se llama, por ejemplo: ‘hombre’.” Cómo no asociar esta providencial sentencia con los actuales problemas medioambientales, donde tristemente el hombre juega un papel preponderante en la destrucción de su propio hábitat.
Un libro entrañable que he releído por tercera vez, y que a pesar de ello, o por ello mismo, sigue revelando verdades inacabables sobre el hombre y su destino, pensamientos originales que sacuden todos los cimientos de los sistemas establecidos por la convención oficial; desafíos abismales sobre el pensar y el existir de este espécimen misterioso que se hace llamar hombre.
Lima, 31 de marzo de 2012.
sábado, 31 de marzo de 2012
sábado, 24 de marzo de 2012
El muyahidín de Toulouse
Los sucesos del sur de Francia de la semana pasada, ilustran mejor que ninguno la realidad del mundo de hoy, amenazado por la incertidumbre del terror y sometido a las leyes imprevisibles de los extremismos de toda laya. El cruento asesinato de tres niños y un profesor en un colegio judío de la ciudad de Toulouse, sumado a los crímenes de tres militares franceses de origen magrebí, apenas unos días antes en otra ciudad muy cercana a la primera, perpetrados por un solo individuo, han puesto en entredicho los soportes sociales y culturales de una de las sociedades más representativas de la llamada civilización occidental.
Los horribles asesinatos de 7 personas en menos de diez días, ocurridos en Montauban y Toulouse, cometidos por Mohamed Merah, un francés de 24 años de origen argelino, han puesto de sopetón en el primer plano del debate internacional asuntos tan cruciales, y a la vez tan antiguos, como los del antisemitismo, la xenofobia, el terrorismo globalizado, la intolerancia y muchos más, que permanentemente han sido materia de reflexión por un sector especializado del pensamiento político tanto europeo como americano desde la segunda mitad del siglo XX.
Los hechos, sumariamente revisados, son como siguen. A bordo de una motocicleta robada, el joven yihadista ha llegado raudamente a las ocho de la mañana al colegio Ozar Hatorah de niños judíos, en un barrio modesto de la ciudad de Toulouse; inmediatamente ha disparado a dos niños pequeños de 3 y 5 años y al padre de ambos, un rabino del colegio; luego se ha dirigido resueltamente al interior del local para buscar a su cuarta víctima, una niña de 8 años, curiosamente la hija del director, a quien le ha descerrajado varios tiros directamente en la cabeza, y finalmente ha huido con rumbo desconocido.
Desde el mismo momento de conocidos los trágicos acontecimientos, la policía francesa ha montado una intensa búsqueda del criminal, rastreando todas las huellas y atando todos los cabos para encontrar los hilos conductores hacia la guarida del monstruo. En menos de 48 horas ya tenía el lugar preciso donde se refugiaba esta especie de serial killer, en el barrio islamista Belle Paule de Toulouse, que ha sitiado desde ese instante, evacuando a la vecindad e imponiendo un lento pero contundente cerco de 32 horas, en medio de las cuales se ha pretendido negociar con Mohamed, sin resultados positivos.
Ante la cerrazón suicida del muyahidín, las fuerzas de élite de la policía francesa (RIAD) han procedido al asalto; la defensa del joven combatiente ha sido denodada, inútilmente heroica, pues ha caído abatido finalmente por certeros disparos en la cabeza que le ha propinado un francotirador al momento de saltar por la ventana de su departamento.
Una serie de preguntas nos acucian el pensamiento: ¿Cómo es posible que esto suceda en un país democrático del Primer Mundo? ¿No estamos curados del todo del antisemitismo? ¿Cómo explicar la ocurrencia de un fenómeno de esta naturaleza a la luz del entendimiento humano? ¿Qué ha tenido que pasar en las sociedades opulentas para que broten estas espigas envenenadas por el odio y el resentimiento? Al parecer, complejas interrogantes sin fáciles respuestas; pero si ahondamos un poco la mirada y hundimos el pensamiento en la realidad esencial, veremos y comprenderemos con estupor que las causas remotas y próximas de aquello que observamos están en aquello que muchos prefieren ignorar u ocultar, por conveniencia o interés.
Pues el antisemitismo y la xenofobia siguen cabalgando libremente por el mundo, acompañados ahora por la islamofobia y toda otra forma de exclusión, precisamente en aquellos países que tanto se precian de ser desarrollados y civilizados. Cuando una sociedad margina a un sector importante de su colectividad, por las razones o sinrazones que sean, que nadie se extrañe entonces si erupciona luego un fenómeno de esta magnitud. Cuando algunos países, llevados por su poderío económico y militar, pretenden erigirse en los amos del mundo e imponer sus dictados en todos los rincones del orbe, allí estará un grupo o un individuo rebelde, insumiso e impermeable al poder, para levantarse ante el gigante y decirle que no todos están dispuestos a la anuencia y la resignación, que también existen la dignidad y el orgullo, aunque ello nada valga para los que miran las cosas con los ojos contaminados por la codicia y la ambición material.
Tal parece que la Ilustración y el Oscurantismo todavía libran su batalla en los flamantes campos desideologizados de este siglo XXI. Con los días, se irá clarificando el accionar de lo que algunos suponen un mero lobo solitario, aun cuando sus conexiones, por pequeñas y efímeras que hayan sido, así como el haber estado en Pakistán y Afganistán tratando de establecer contacto con Al Qaeda y los talibanes, habiendo incluso estado preso en alguno de estos países, ya nos hablan de un episodio con serias repercusiones e implicancias en este enrevesado ajedrez que es la política internacional.
No han faltado tampoco, con una elección presidencial ad-portas, los candidatos que no han perdido la ocasión para obtener réditos políticos de este incidente; pero eso puede ser materia de otra columna. Mientras tanto, Mohamed Mareh, el muyahidín de Toulouse, seguirá llenándonos de enigmas y preguntas desde su rebeldía a prueba de balas y desde su muerte irremisible.
Lima, 24 de marzo de 2012.
Los horribles asesinatos de 7 personas en menos de diez días, ocurridos en Montauban y Toulouse, cometidos por Mohamed Merah, un francés de 24 años de origen argelino, han puesto de sopetón en el primer plano del debate internacional asuntos tan cruciales, y a la vez tan antiguos, como los del antisemitismo, la xenofobia, el terrorismo globalizado, la intolerancia y muchos más, que permanentemente han sido materia de reflexión por un sector especializado del pensamiento político tanto europeo como americano desde la segunda mitad del siglo XX.
Los hechos, sumariamente revisados, son como siguen. A bordo de una motocicleta robada, el joven yihadista ha llegado raudamente a las ocho de la mañana al colegio Ozar Hatorah de niños judíos, en un barrio modesto de la ciudad de Toulouse; inmediatamente ha disparado a dos niños pequeños de 3 y 5 años y al padre de ambos, un rabino del colegio; luego se ha dirigido resueltamente al interior del local para buscar a su cuarta víctima, una niña de 8 años, curiosamente la hija del director, a quien le ha descerrajado varios tiros directamente en la cabeza, y finalmente ha huido con rumbo desconocido.
Desde el mismo momento de conocidos los trágicos acontecimientos, la policía francesa ha montado una intensa búsqueda del criminal, rastreando todas las huellas y atando todos los cabos para encontrar los hilos conductores hacia la guarida del monstruo. En menos de 48 horas ya tenía el lugar preciso donde se refugiaba esta especie de serial killer, en el barrio islamista Belle Paule de Toulouse, que ha sitiado desde ese instante, evacuando a la vecindad e imponiendo un lento pero contundente cerco de 32 horas, en medio de las cuales se ha pretendido negociar con Mohamed, sin resultados positivos.
Ante la cerrazón suicida del muyahidín, las fuerzas de élite de la policía francesa (RIAD) han procedido al asalto; la defensa del joven combatiente ha sido denodada, inútilmente heroica, pues ha caído abatido finalmente por certeros disparos en la cabeza que le ha propinado un francotirador al momento de saltar por la ventana de su departamento.
Una serie de preguntas nos acucian el pensamiento: ¿Cómo es posible que esto suceda en un país democrático del Primer Mundo? ¿No estamos curados del todo del antisemitismo? ¿Cómo explicar la ocurrencia de un fenómeno de esta naturaleza a la luz del entendimiento humano? ¿Qué ha tenido que pasar en las sociedades opulentas para que broten estas espigas envenenadas por el odio y el resentimiento? Al parecer, complejas interrogantes sin fáciles respuestas; pero si ahondamos un poco la mirada y hundimos el pensamiento en la realidad esencial, veremos y comprenderemos con estupor que las causas remotas y próximas de aquello que observamos están en aquello que muchos prefieren ignorar u ocultar, por conveniencia o interés.
Pues el antisemitismo y la xenofobia siguen cabalgando libremente por el mundo, acompañados ahora por la islamofobia y toda otra forma de exclusión, precisamente en aquellos países que tanto se precian de ser desarrollados y civilizados. Cuando una sociedad margina a un sector importante de su colectividad, por las razones o sinrazones que sean, que nadie se extrañe entonces si erupciona luego un fenómeno de esta magnitud. Cuando algunos países, llevados por su poderío económico y militar, pretenden erigirse en los amos del mundo e imponer sus dictados en todos los rincones del orbe, allí estará un grupo o un individuo rebelde, insumiso e impermeable al poder, para levantarse ante el gigante y decirle que no todos están dispuestos a la anuencia y la resignación, que también existen la dignidad y el orgullo, aunque ello nada valga para los que miran las cosas con los ojos contaminados por la codicia y la ambición material.
Tal parece que la Ilustración y el Oscurantismo todavía libran su batalla en los flamantes campos desideologizados de este siglo XXI. Con los días, se irá clarificando el accionar de lo que algunos suponen un mero lobo solitario, aun cuando sus conexiones, por pequeñas y efímeras que hayan sido, así como el haber estado en Pakistán y Afganistán tratando de establecer contacto con Al Qaeda y los talibanes, habiendo incluso estado preso en alguno de estos países, ya nos hablan de un episodio con serias repercusiones e implicancias en este enrevesado ajedrez que es la política internacional.
No han faltado tampoco, con una elección presidencial ad-portas, los candidatos que no han perdido la ocasión para obtener réditos políticos de este incidente; pero eso puede ser materia de otra columna. Mientras tanto, Mohamed Mareh, el muyahidín de Toulouse, seguirá llenándonos de enigmas y preguntas desde su rebeldía a prueba de balas y desde su muerte irremisible.
Lima, 24 de marzo de 2012.
sábado, 17 de marzo de 2012
¡Yanquis go home!
Después del episodio del domingo 11 pasado, en que un soldado del Ejército estadounidense eliminó con desatada furia homicida a 16 civiles en la localidad de Kandahar, en su mayoría mujeres y niños, la presencia de las fuerzas invasoras en Afganistán se ha tornado realmente insostenible, a tal punto de que el propio presidente de la nación imperial ha sugerido la necesidad de replantear, es decir adelantar, la retirada de sus huestes de ocupación, prevista originalmente para el año 2014.
Este hecho cruento no hace sino coronar trágicamente una seguidilla mortal de atentados y fechorías perpetradas por los peones del imperio en contra de una población que soporta impasiblemente su larga y odiosa estadía. Son los huéspedes no deseados, los convidados de sí mismos, los invitados de nadie, que llegaron un aciago día y cuya retirada es aguardada con débil esperanza por los pobres afganos. Ni la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), ha podido detener la locura bélica de los yanquis en Afganistán que no tiene límites.
El recuento de sus tropelías de este año comienza en enero, cuando un grupo de cuatro marines fueron fotografiados orinando sobre cadáveres, al parecer de miembros de Al Qaeda, según la versión de los mismos involucrados. Las normas civilizadas enseñan que los restos humanos, aun de criminales, terroristas o delincuentes, merecen un mínimo de respeto, motivo por el que la actitud de aquellos soldaditos de plomo demuestra no solo barbarie y brutalidad, sino también una carencia elemental de valores humanos, palabras inexistentes para estos combatientes esforzados de la libertad y adalides de la democracia.
Luego apareció otra fotografía con cadáveres, que los exhibían como trofeos, de estos muchachos campeones de los derechos humanos, tomada por ellos mismos y teniendo como fondo nada menos que una bandera nazi. Todo un mensaje subliminal de estos luchadores incansables por la civilización occidental y cristiana, para quienes la necrofilia se ha convertido en una práctica constante y en un ejercicio cotidiano.
Después vendría la quema de coranes en la base de Bagram, a manos de cinco heroicos y valientes soldados. En una sociedad donde la religión está estrechamente imbricada en la vida ciudadana de todos los días, escarnecer de esa manera uno de los símbolos sagrados de su fe, equivale a proferir un insulto mayor simultáneamente a la nación afgana y a la cultura islámica. Pero de nada de esto parecen ser conscientes estos voluntariosos portaestandartes de los principios democráticos de occidente.
Y por último tenemos el desafuero mayúsculo, el incidente demencial que ha protagonizado un sargento de nombre Robert Bales, según fuentes anónimas. Todo indica que su accionar individual habría sido producto de un rapto fulgurante de cólera y deseos de venganza, llevándolo a cometer el múltiple crimen del cual la prensa del mundo se ha ocupado a la vez con prolijidad y horror.
Un efectivo que, habiendo estado antes en Irak, donde sufrió un accidente que le produjo una lesión cerebral, y que a pesar de ello las autoridades no tuvieron el menor reparo en enviarlo a Afganistán, quizás sea también una víctima de estas modernas demostraciones de la barbarie que son las guerras en las que se empeñan las potencias dominantes del orbe.
Las primeras figuras políticas y militares de los Estados Unidos han reconocido los hechos y han hecho llegar sus excusas al país, pero el mismo Hamid Karzai, el presidente afgano, se ha mostrado reacio a recibir tan pasivamente estas muestras de adhesión si ello no va acompañado de una severa investigación y un castigo ejemplar para quien o quienes resulten responsables de la matanza.
La justicia militar estadounidense ha filtrado su parecer sobre lo que le espera al criminal, que podría ser la pena máxima. Razón por la que los defensores norteamericanos ya están pensando aducir como causal de inimputabilidad del homicida el hecho de sufrir estrés postraumático, situación que padecen entre el 11 y el 20% de los soldados que son enviados como carne de cañón al frente de batalla. Mas ello muy bien puede servir como la perfecta coartada para sustraer al sargento de la acción de la justicia, dejando en la impunidad un caso más de los innumerables que deben existir en los archivos del Pentágono.
Casi medio siglo después, habría pues que seguir repitiendo, a los oídos taponados por la soberbia y la tozudez de estos heraldos negros que sólo han llevado la muerte y la destrucción a las tierras que han pisado, la famosa frase que se acuñara en el pasado: “¡Yanquis go home!”; lo que equivale a decirles váyanse a casa indeseados soldados del imperio, verdugos de los pueblos oprimidos del mundo, cruzados involuntarios de causas que ignoran o tergiversan; soldadesca ruin.
Lima, 17 de marzo de 2012.
Este hecho cruento no hace sino coronar trágicamente una seguidilla mortal de atentados y fechorías perpetradas por los peones del imperio en contra de una población que soporta impasiblemente su larga y odiosa estadía. Son los huéspedes no deseados, los convidados de sí mismos, los invitados de nadie, que llegaron un aciago día y cuya retirada es aguardada con débil esperanza por los pobres afganos. Ni la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), ha podido detener la locura bélica de los yanquis en Afganistán que no tiene límites.
El recuento de sus tropelías de este año comienza en enero, cuando un grupo de cuatro marines fueron fotografiados orinando sobre cadáveres, al parecer de miembros de Al Qaeda, según la versión de los mismos involucrados. Las normas civilizadas enseñan que los restos humanos, aun de criminales, terroristas o delincuentes, merecen un mínimo de respeto, motivo por el que la actitud de aquellos soldaditos de plomo demuestra no solo barbarie y brutalidad, sino también una carencia elemental de valores humanos, palabras inexistentes para estos combatientes esforzados de la libertad y adalides de la democracia.
Luego apareció otra fotografía con cadáveres, que los exhibían como trofeos, de estos muchachos campeones de los derechos humanos, tomada por ellos mismos y teniendo como fondo nada menos que una bandera nazi. Todo un mensaje subliminal de estos luchadores incansables por la civilización occidental y cristiana, para quienes la necrofilia se ha convertido en una práctica constante y en un ejercicio cotidiano.
Después vendría la quema de coranes en la base de Bagram, a manos de cinco heroicos y valientes soldados. En una sociedad donde la religión está estrechamente imbricada en la vida ciudadana de todos los días, escarnecer de esa manera uno de los símbolos sagrados de su fe, equivale a proferir un insulto mayor simultáneamente a la nación afgana y a la cultura islámica. Pero de nada de esto parecen ser conscientes estos voluntariosos portaestandartes de los principios democráticos de occidente.
Y por último tenemos el desafuero mayúsculo, el incidente demencial que ha protagonizado un sargento de nombre Robert Bales, según fuentes anónimas. Todo indica que su accionar individual habría sido producto de un rapto fulgurante de cólera y deseos de venganza, llevándolo a cometer el múltiple crimen del cual la prensa del mundo se ha ocupado a la vez con prolijidad y horror.
Un efectivo que, habiendo estado antes en Irak, donde sufrió un accidente que le produjo una lesión cerebral, y que a pesar de ello las autoridades no tuvieron el menor reparo en enviarlo a Afganistán, quizás sea también una víctima de estas modernas demostraciones de la barbarie que son las guerras en las que se empeñan las potencias dominantes del orbe.
Las primeras figuras políticas y militares de los Estados Unidos han reconocido los hechos y han hecho llegar sus excusas al país, pero el mismo Hamid Karzai, el presidente afgano, se ha mostrado reacio a recibir tan pasivamente estas muestras de adhesión si ello no va acompañado de una severa investigación y un castigo ejemplar para quien o quienes resulten responsables de la matanza.
La justicia militar estadounidense ha filtrado su parecer sobre lo que le espera al criminal, que podría ser la pena máxima. Razón por la que los defensores norteamericanos ya están pensando aducir como causal de inimputabilidad del homicida el hecho de sufrir estrés postraumático, situación que padecen entre el 11 y el 20% de los soldados que son enviados como carne de cañón al frente de batalla. Mas ello muy bien puede servir como la perfecta coartada para sustraer al sargento de la acción de la justicia, dejando en la impunidad un caso más de los innumerables que deben existir en los archivos del Pentágono.
Casi medio siglo después, habría pues que seguir repitiendo, a los oídos taponados por la soberbia y la tozudez de estos heraldos negros que sólo han llevado la muerte y la destrucción a las tierras que han pisado, la famosa frase que se acuñara en el pasado: “¡Yanquis go home!”; lo que equivale a decirles váyanse a casa indeseados soldados del imperio, verdugos de los pueblos oprimidos del mundo, cruzados involuntarios de causas que ignoran o tergiversan; soldadesca ruin.
Lima, 17 de marzo de 2012.
sábado, 10 de marzo de 2012
El drama sirio
Desde hace varios meses, casi un año ya, Siria se ha convertido en el foco de la atención mundial, así como de la preocupación de la comunidad internacional por los sucesos violentos que vive a raíz de la ola insurreccional de una oposición que exige principalmente la salida del poder de Bashar Al Assad, el veterano dictador de ese desafortunado país árabe que sufre desde hace décadas la mano de hierro de un régimen tiránico.
Son múltiples los factores en juego que han hecho hasta ahora complejo el camino de una salida pacífica al conflicto. La virtual guerra civil que padece la población aparenta no tener visos de solución. Por un lado está el gobierno de Damasco, sostenido por la minoritaria etnia alauí y pos sus aliados extranjeros como Irán, Rusia y China; por el otro está la variopinta oposición apoyada por un amplio espectro de países que van desde los que conforman la Unión Europea, seguidos por los Estados Unidos, hasta la mayoría de los países árabes.
Ha sido particularmente dramático lo ocurrido durante semanas intensas en la ciudad de Homs, bautizada como la ciudad mártir de esta conflagración interior, por haber sufrido el asedio permanente, el sitio brutal de las tropas del ejército oficial. Después de un mes de heroica resistencia, el barrio rebelde de Bab Amro cayó finalmente en manos de las fuerzas del régimen. Dos periodistas de medios europeos han muerto en los ataques que han devastado la región central del país.
Son más de 8500 muertos los que ha ocasionado este inútil enfrentamiento, en su gran mayoría civiles, así como otros tantos miles de desplazados por efectos de la guerra; una verdadera crisis humanitaria en una nación empobrecida por años de desidia y corrupción. Muchos de los que desertan logran incorporarse al Ejército Libre para luchar contra un régimen genocida y dictatorial.
El mes pasado se ha frustrado el plan de la Liga Árabe para una incursión militar en Siria para exigir la renuncia del presidente, obstaculizado por el veto interpuesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por China y Rusia. La ONU y la Liga Árabe deciden entonces enviar en misión de paz al exsecretario general del organismo mundial Kofi Annan, pero mientras el enviado especial conversaba el día de su llegada con Al Assad en Damasco, las tropas gubernamentales bombardeaban de forma inmisericorde la ciudad de Idlib, en el noroeste del país, con la secuela trágica de por lo menos 19 muertos.
Mientras el gobierno de Bashar Al Assad siga considerando que los movimientos rebeldes son una simple banda de terroristas y extranjeros, y la oposición siga mostrando sus divisiones y objetivos contradictorios, la solución se alejará más del panorama político sirio, haciendo que la cuestión siria se torne en un auténtico callejón sin salida para todos quienes desde diversos ángulos geográficos e ideológicos, aspiran a condiciones elementales que amparen los derechos humanos de una población sometida al fuego cruzado más cruel e injusto de los tiempos actuales.
Miles de refugiados acceden al Líbano y Turquía, mientras el gobierno sirio se fractura por la renuncia de sus principales figuras. Entre tanto una enviada de las Naciones Unidas comprueba que la toma de Bab Amro en Homs fue una horripilante masacre, pues el pueblo está vacío y devastado, y se presume, por las evidencias encontradas, que el ejército sirio cometió atrocidades, torturas y ejecuciones extrajudiciales, tal como la historia registra en ciudades símbolo como Sarajevo durante la guerra de Yugoslavia, y Stalingrado durante la Segunda Guerra Mundial.
Se requiere inmediatamente un alto el fuego, el ingreso de ayuda humanitaria a la población civil, el establecimiento de una mesa de diálogo neutral y efectiva y la no injerencia extranjera, para empezar a desatar este enrevesado nudo que constituye todo un desafío a la civilización. Esperamos que los agentes internacionales concernidos en el asunto asuman su responsabilidad a la altura de lo que las circunstancias dolorosas de la realidad exigen a la humanidad.
Lima, 10 de marzo de 2012.
Son múltiples los factores en juego que han hecho hasta ahora complejo el camino de una salida pacífica al conflicto. La virtual guerra civil que padece la población aparenta no tener visos de solución. Por un lado está el gobierno de Damasco, sostenido por la minoritaria etnia alauí y pos sus aliados extranjeros como Irán, Rusia y China; por el otro está la variopinta oposición apoyada por un amplio espectro de países que van desde los que conforman la Unión Europea, seguidos por los Estados Unidos, hasta la mayoría de los países árabes.
Ha sido particularmente dramático lo ocurrido durante semanas intensas en la ciudad de Homs, bautizada como la ciudad mártir de esta conflagración interior, por haber sufrido el asedio permanente, el sitio brutal de las tropas del ejército oficial. Después de un mes de heroica resistencia, el barrio rebelde de Bab Amro cayó finalmente en manos de las fuerzas del régimen. Dos periodistas de medios europeos han muerto en los ataques que han devastado la región central del país.
Son más de 8500 muertos los que ha ocasionado este inútil enfrentamiento, en su gran mayoría civiles, así como otros tantos miles de desplazados por efectos de la guerra; una verdadera crisis humanitaria en una nación empobrecida por años de desidia y corrupción. Muchos de los que desertan logran incorporarse al Ejército Libre para luchar contra un régimen genocida y dictatorial.
El mes pasado se ha frustrado el plan de la Liga Árabe para una incursión militar en Siria para exigir la renuncia del presidente, obstaculizado por el veto interpuesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por China y Rusia. La ONU y la Liga Árabe deciden entonces enviar en misión de paz al exsecretario general del organismo mundial Kofi Annan, pero mientras el enviado especial conversaba el día de su llegada con Al Assad en Damasco, las tropas gubernamentales bombardeaban de forma inmisericorde la ciudad de Idlib, en el noroeste del país, con la secuela trágica de por lo menos 19 muertos.
Mientras el gobierno de Bashar Al Assad siga considerando que los movimientos rebeldes son una simple banda de terroristas y extranjeros, y la oposición siga mostrando sus divisiones y objetivos contradictorios, la solución se alejará más del panorama político sirio, haciendo que la cuestión siria se torne en un auténtico callejón sin salida para todos quienes desde diversos ángulos geográficos e ideológicos, aspiran a condiciones elementales que amparen los derechos humanos de una población sometida al fuego cruzado más cruel e injusto de los tiempos actuales.
Miles de refugiados acceden al Líbano y Turquía, mientras el gobierno sirio se fractura por la renuncia de sus principales figuras. Entre tanto una enviada de las Naciones Unidas comprueba que la toma de Bab Amro en Homs fue una horripilante masacre, pues el pueblo está vacío y devastado, y se presume, por las evidencias encontradas, que el ejército sirio cometió atrocidades, torturas y ejecuciones extrajudiciales, tal como la historia registra en ciudades símbolo como Sarajevo durante la guerra de Yugoslavia, y Stalingrado durante la Segunda Guerra Mundial.
Se requiere inmediatamente un alto el fuego, el ingreso de ayuda humanitaria a la población civil, el establecimiento de una mesa de diálogo neutral y efectiva y la no injerencia extranjera, para empezar a desatar este enrevesado nudo que constituye todo un desafío a la civilización. Esperamos que los agentes internacionales concernidos en el asunto asuman su responsabilidad a la altura de lo que las circunstancias dolorosas de la realidad exigen a la humanidad.
Lima, 10 de marzo de 2012.
sábado, 3 de marzo de 2012
La diatriba perfecta
La inmensa y atrabiliaria recusación bíblica, perpetrada por el escritor colombiano Fernando Vallejo contra la Iglesia Católica en su libro La puta de Babilonia (Planeta, 2007), se deja leer con el regusto de esos textos que nos hacen justicia, que vindican el lado más preterido de nuestras vapuleadas almas. No se ahorra ningún adjetivo lapidario para endilgarle a quien considera la farsa histórica más grande de Occidente.
Comienza su recuento recordando la matanza de albigenses en 1209 a manos de Arnoldo Amalrico, mercenario al servicio de Inocencio III. Luego sigue el desfile dantesco de tantos hechos y personajes que han jalonado la negra historia de una de las instituciones que paradójicamente gozan de más prestigio en este hemisferio. Ahí está por ejemplo Torquemada, el “dominico vesánico”, quien ejerciera el inicuo cargo de inquisidor durante once años, culpable de diez mil quemados en las parrillas de la Inquisición.
También están los dominicos, los jesuitas y los miembros del Opus Dei, motejados por el autor de lacayos y esbirros de Su Santidad. Ironiza con respecto a las “prioridades de la Puta”: “salvar” y “convertir”. Recuerda la palabra acuñada por el Cardenal Baronio para referirse al gobierno de la jerarquía vaticana: “Pornocracia”.
Este bien documentado alegato contra la Gran Ramera -otro nombre que usa el autor para su víctima-, precisa que en el año 1555, Gian Pietro Carafa, alias Pablo IV, promulgó su bula Cum nimis absurdum, creando el primer gueto para confinar a los judíos de que se tenga memoria. Se iniciaba así la gran persecución de la “raza elegida”, uno de los episodios más nefastos de la historia de la humanidad. Este Carafa es el mismo que estableció el Índice en 1557, para conjurar los peligros de la imprenta.
Menciona al Tercer Concilio de Cartago realizado el año 397, donde se escogió los 27 textos del Nuevo Testamento, dejando relegados una cantidad significativa de escritos que pasaron a integrar el poco halagador conjunto de los llamados textos apócrifos. De paso, no deja de tener presente el sucio historial del papado, con su desfile de vergüenza y bochorno más un largo etcétera de incestos, orgías, venganzas y asesinatos.
Se detiene en la revisión histórica de la figura de Cristo, quien para el autor sería una simple reelaboración hipostática de las figuras de Atis, Mitra, Buda, Dioniso, Krishna, Zoroastro y Horus, basándose en la fecha de su nacimiento, que en todos ellos coinciden asombrosamente, y en el hecho de haber nacido todos ellos de una mujer virgen. Concluye, con algunos investigadores -como Albert Schweitzer, Rudolf Bultmann, W.D. Davies, Ernst Käsemann y E.P. Sanders-, que Cristo fue un invento de Pablo; así como valora los aportes de Hermann Samuel Reimarus, profesor de lenguas orientales y padre de la investigación histórica sobre Jesús de Nazaret. Un dato adicional completa este cuadro: que el evangelio de Marcos fue el primero, y que el de Mateos y Lucas proceden de él.
Un punto en el que insiste en varios momentos del libro es aquel donde reclama que Cristo no haya dicho nada del esclavismo ni del maltrato a los animales. Anota Fernando Vallejo: “No hay una sola palabra de amor o de compasión por los animales en todos los evangelios”. ¡Qué culpa tienen las ovejas, las cabras y los becerros para morir degollados por nuestros “pecados”! El Levítico y los Números, dice, son los libros más viles que se hayan escrito, sobre todo el Levítico, un verdadero manual de los carniceros. “En crueldad y maldad, misoginia y esclavismo, el Corán compite con la Biblia”, remata.
Las deficiencias y las contradicciones de los llamados textos sagrados son sacadas a relucir gracias a los estudios y las obras de un grupo selecto de escritores de la antigüedad, como Celso y su La palabra verdadera; Porfirio y su Contra los cristianos; y más cercano a nosotros Thomas Paine, autor de Los derechos del hombre y La edad de la razón, auténticas antítesis de la metafísica cristiana. Para Celso, verbi gratia, el cristianismo es una mitología más, copiada de Grecia y Oriente, sin ninguna originalidad. O el caso de Isaac ibn Yashush, médico judío que “hizo ver que la lista de reyes edomitas que aparecen en el capítulo 36 del Génesis menciona reyes que vivieron mucho después de Moisés”, habiéndosele atribuido a este profeta la autoría del primer libro de la Biblia.
Los problemas contemporáneos que confronta la Iglesia Católica, como el caso del dinero sucio depositado en el Banco Vaticano, o los líos millonarios que enfrenta la Arquidiócesis de Boston por demandas desde 1990, son tomados como referencia de la debacle moral de una organización religiosa que siempre ha pretendido erigirse en autoridad espiritual de buena parte del planeta. La incómoda presencia del padre Marcial Maciel, que en su momento ocasionó más de un dolor de cabeza a la curia romana, es uno más de los tantísimos ejemplos de la decadencia del catolicismo en nuestros tiempos.
Al final, concluye que con Woytila se puso fin al reinado y la ascendencia de Roma, y que ahora es el turno de los musulmanes, “la Gran Bestia Negra de los ayatolas”. Ratzinger no sería sino el administrador desangelado de los despojos y los restos de un cuerpo que por muchos siglos contó con la anuencia y la complicidad de todos los poderes, y que ahora se precipita a su caída definitiva.
Cuestiona la tan mentada civilización occidental y cristiana cuando afirma: “¡Cómo va a haber una civilización cristiana, eso es un oximorón! El cristianismo es obcecación, cerrazón, barbarie. Como el Islam. Los dos grandes fanatismos semíticos sólo han traído sufrimiento y oscuridad a la tierra”. Pensamiento en consonancia con la frase de Wyclif: “Todas las religiones sin distinción son inventos del diablo”. Si para Lutero la razón era “la novia del diablo”, “una bella ramera” y “el peor enemigo de Dios”; para Wyclif el Papa era el “esbirro de Lucifer”.
Por tanto Vallejo cree que Mahavira, el legendario predicador y asceta indio, es “la máxima luz moral de la humanidad”, pues el cristianismo ha demostrado ser una falsificación y una mistificación dañinas para el género humano.
El libro es un inventario prolijo, minucioso y bien documentado de los crímenes de lo que el autor denomina la Puta; es la invectiva más sostenida que yo haya leído en toda mi vida; 317 páginas de incontenibles acusaciones, señalamientos, reprimendas y un rosario de achaques fundamentados contra una institución que innegablemente ha sido polémica y protagónica en la historia de Occidente.
Lima, 3 de marzo de 2012.
Comienza su recuento recordando la matanza de albigenses en 1209 a manos de Arnoldo Amalrico, mercenario al servicio de Inocencio III. Luego sigue el desfile dantesco de tantos hechos y personajes que han jalonado la negra historia de una de las instituciones que paradójicamente gozan de más prestigio en este hemisferio. Ahí está por ejemplo Torquemada, el “dominico vesánico”, quien ejerciera el inicuo cargo de inquisidor durante once años, culpable de diez mil quemados en las parrillas de la Inquisición.
También están los dominicos, los jesuitas y los miembros del Opus Dei, motejados por el autor de lacayos y esbirros de Su Santidad. Ironiza con respecto a las “prioridades de la Puta”: “salvar” y “convertir”. Recuerda la palabra acuñada por el Cardenal Baronio para referirse al gobierno de la jerarquía vaticana: “Pornocracia”.
Este bien documentado alegato contra la Gran Ramera -otro nombre que usa el autor para su víctima-, precisa que en el año 1555, Gian Pietro Carafa, alias Pablo IV, promulgó su bula Cum nimis absurdum, creando el primer gueto para confinar a los judíos de que se tenga memoria. Se iniciaba así la gran persecución de la “raza elegida”, uno de los episodios más nefastos de la historia de la humanidad. Este Carafa es el mismo que estableció el Índice en 1557, para conjurar los peligros de la imprenta.
Menciona al Tercer Concilio de Cartago realizado el año 397, donde se escogió los 27 textos del Nuevo Testamento, dejando relegados una cantidad significativa de escritos que pasaron a integrar el poco halagador conjunto de los llamados textos apócrifos. De paso, no deja de tener presente el sucio historial del papado, con su desfile de vergüenza y bochorno más un largo etcétera de incestos, orgías, venganzas y asesinatos.
Se detiene en la revisión histórica de la figura de Cristo, quien para el autor sería una simple reelaboración hipostática de las figuras de Atis, Mitra, Buda, Dioniso, Krishna, Zoroastro y Horus, basándose en la fecha de su nacimiento, que en todos ellos coinciden asombrosamente, y en el hecho de haber nacido todos ellos de una mujer virgen. Concluye, con algunos investigadores -como Albert Schweitzer, Rudolf Bultmann, W.D. Davies, Ernst Käsemann y E.P. Sanders-, que Cristo fue un invento de Pablo; así como valora los aportes de Hermann Samuel Reimarus, profesor de lenguas orientales y padre de la investigación histórica sobre Jesús de Nazaret. Un dato adicional completa este cuadro: que el evangelio de Marcos fue el primero, y que el de Mateos y Lucas proceden de él.
Un punto en el que insiste en varios momentos del libro es aquel donde reclama que Cristo no haya dicho nada del esclavismo ni del maltrato a los animales. Anota Fernando Vallejo: “No hay una sola palabra de amor o de compasión por los animales en todos los evangelios”. ¡Qué culpa tienen las ovejas, las cabras y los becerros para morir degollados por nuestros “pecados”! El Levítico y los Números, dice, son los libros más viles que se hayan escrito, sobre todo el Levítico, un verdadero manual de los carniceros. “En crueldad y maldad, misoginia y esclavismo, el Corán compite con la Biblia”, remata.
Las deficiencias y las contradicciones de los llamados textos sagrados son sacadas a relucir gracias a los estudios y las obras de un grupo selecto de escritores de la antigüedad, como Celso y su La palabra verdadera; Porfirio y su Contra los cristianos; y más cercano a nosotros Thomas Paine, autor de Los derechos del hombre y La edad de la razón, auténticas antítesis de la metafísica cristiana. Para Celso, verbi gratia, el cristianismo es una mitología más, copiada de Grecia y Oriente, sin ninguna originalidad. O el caso de Isaac ibn Yashush, médico judío que “hizo ver que la lista de reyes edomitas que aparecen en el capítulo 36 del Génesis menciona reyes que vivieron mucho después de Moisés”, habiéndosele atribuido a este profeta la autoría del primer libro de la Biblia.
Los problemas contemporáneos que confronta la Iglesia Católica, como el caso del dinero sucio depositado en el Banco Vaticano, o los líos millonarios que enfrenta la Arquidiócesis de Boston por demandas desde 1990, son tomados como referencia de la debacle moral de una organización religiosa que siempre ha pretendido erigirse en autoridad espiritual de buena parte del planeta. La incómoda presencia del padre Marcial Maciel, que en su momento ocasionó más de un dolor de cabeza a la curia romana, es uno más de los tantísimos ejemplos de la decadencia del catolicismo en nuestros tiempos.
Al final, concluye que con Woytila se puso fin al reinado y la ascendencia de Roma, y que ahora es el turno de los musulmanes, “la Gran Bestia Negra de los ayatolas”. Ratzinger no sería sino el administrador desangelado de los despojos y los restos de un cuerpo que por muchos siglos contó con la anuencia y la complicidad de todos los poderes, y que ahora se precipita a su caída definitiva.
Cuestiona la tan mentada civilización occidental y cristiana cuando afirma: “¡Cómo va a haber una civilización cristiana, eso es un oximorón! El cristianismo es obcecación, cerrazón, barbarie. Como el Islam. Los dos grandes fanatismos semíticos sólo han traído sufrimiento y oscuridad a la tierra”. Pensamiento en consonancia con la frase de Wyclif: “Todas las religiones sin distinción son inventos del diablo”. Si para Lutero la razón era “la novia del diablo”, “una bella ramera” y “el peor enemigo de Dios”; para Wyclif el Papa era el “esbirro de Lucifer”.
Por tanto Vallejo cree que Mahavira, el legendario predicador y asceta indio, es “la máxima luz moral de la humanidad”, pues el cristianismo ha demostrado ser una falsificación y una mistificación dañinas para el género humano.
El libro es un inventario prolijo, minucioso y bien documentado de los crímenes de lo que el autor denomina la Puta; es la invectiva más sostenida que yo haya leído en toda mi vida; 317 páginas de incontenibles acusaciones, señalamientos, reprimendas y un rosario de achaques fundamentados contra una institución que innegablemente ha sido polémica y protagónica en la historia de Occidente.
Lima, 3 de marzo de 2012.
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