sábado, 17 de marzo de 2012

¡Yanquis go home!

Después del episodio del domingo 11 pasado, en que un soldado del Ejército estadounidense eliminó con desatada furia homicida a 16 civiles en la localidad de Kandahar, en su mayoría mujeres y niños, la presencia de las fuerzas invasoras en Afganistán se ha tornado realmente insostenible, a tal punto de que el propio presidente de la nación imperial ha sugerido la necesidad de replantear, es decir adelantar, la retirada de sus huestes de ocupación, prevista originalmente para el año 2014.
Este hecho cruento no hace sino coronar trágicamente una seguidilla mortal de atentados y fechorías perpetradas por los peones del imperio en contra de una población que soporta impasiblemente su larga y odiosa estadía. Son los huéspedes no deseados, los convidados de sí mismos, los invitados de nadie, que llegaron un aciago día y cuya retirada es aguardada con débil esperanza por los pobres afganos. Ni la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), ha podido detener la locura bélica de los yanquis en Afganistán que no tiene límites.
El recuento de sus tropelías de este año comienza en enero, cuando un grupo de cuatro marines fueron fotografiados orinando sobre cadáveres, al parecer de miembros de Al Qaeda, según la versión de los mismos involucrados. Las normas civilizadas enseñan que los restos humanos, aun de criminales, terroristas o delincuentes, merecen un mínimo de respeto, motivo por el que la actitud de aquellos soldaditos de plomo demuestra no solo barbarie y brutalidad, sino también una carencia elemental de valores humanos, palabras inexistentes para estos combatientes esforzados de la libertad y adalides de la democracia.
Luego apareció otra fotografía con cadáveres, que los exhibían como trofeos, de estos muchachos campeones de los derechos humanos, tomada por ellos mismos y teniendo como fondo nada menos que una bandera nazi. Todo un mensaje subliminal de estos luchadores incansables por la civilización occidental y cristiana, para quienes la necrofilia se ha convertido en una práctica constante y en un ejercicio cotidiano.
Después vendría la quema de coranes en la base de Bagram, a manos de cinco heroicos y valientes soldados. En una sociedad donde la religión está estrechamente imbricada en la vida ciudadana de todos los días, escarnecer de esa manera uno de los símbolos sagrados de su fe, equivale a proferir un insulto mayor simultáneamente a la nación afgana y a la cultura islámica. Pero de nada de esto parecen ser conscientes estos voluntariosos portaestandartes de los principios democráticos de occidente.
Y por último tenemos el desafuero mayúsculo, el incidente demencial que ha protagonizado un sargento de nombre Robert Bales, según fuentes anónimas. Todo indica que su accionar individual habría sido producto de un rapto fulgurante de cólera y deseos de venganza, llevándolo a cometer el múltiple crimen del cual la prensa del mundo se ha ocupado a la vez con prolijidad y horror.
Un efectivo que, habiendo estado antes en Irak, donde sufrió un accidente que le produjo una lesión cerebral, y que a pesar de ello las autoridades no tuvieron el menor reparo en enviarlo a Afganistán, quizás sea también una víctima de estas modernas demostraciones de la barbarie que son las guerras en las que se empeñan las potencias dominantes del orbe.
Las primeras figuras políticas y militares de los Estados Unidos han reconocido los hechos y han hecho llegar sus excusas al país, pero el mismo Hamid Karzai, el presidente afgano, se ha mostrado reacio a recibir tan pasivamente estas muestras de adhesión si ello no va acompañado de una severa investigación y un castigo ejemplar para quien o quienes resulten responsables de la matanza.
La justicia militar estadounidense ha filtrado su parecer sobre lo que le espera al criminal, que podría ser la pena máxima. Razón por la que los defensores norteamericanos ya están pensando aducir como causal de inimputabilidad del homicida el hecho de sufrir estrés postraumático, situación que padecen entre el 11 y el 20% de los soldados que son enviados como carne de cañón al frente de batalla. Mas ello muy bien puede servir como la perfecta coartada para sustraer al sargento de la acción de la justicia, dejando en la impunidad un caso más de los innumerables que deben existir en los archivos del Pentágono.
Casi medio siglo después, habría pues que seguir repitiendo, a los oídos taponados por la soberbia y la tozudez de estos heraldos negros que sólo han llevado la muerte y la destrucción a las tierras que han pisado, la famosa frase que se acuñara en el pasado: “¡Yanquis go home!”; lo que equivale a decirles váyanse a casa indeseados soldados del imperio, verdugos de los pueblos oprimidos del mundo, cruzados involuntarios de causas que ignoran o tergiversan; soldadesca ruin.

Lima, 17 de marzo de 2012.

1 comentario:

  1. Conviene hacer notar que muchas de las tropas del ejercito estadounidense son reclutadas entre los más desposeídos y carentes de posibilidades de lograr un ascenso social. A estos pobres infelices los reclutan engañados tras el brillo de los uniformes y el reconocimiento hacia los héroes guerreros, amén de promesas de brindar posibilidades de estudio y graduarse como profesionales. No es extraña la presencia de negros pobres y latinoamericanos entre estas huestes. Una vez que son ingresados, el resentimiento que sienten por su frustración, lo vuelcan hacia "el enemigo", ya que es difícil rebelarse contra el férreo sistema militar; eso es algo muy conveniente para la efectividad de esos ejércitos...
    Es probable que este mismo panorama se de también en otros lugares, con sus fuerzas armadas.

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