Se ha aprobado por una abrumadora mayoría
de votos, en el Congreso de los diputados argentino, el proyecto de ley enviado
por el Ejecutivo sobre la expropiación de las acciones que poseía en YPF la petrolera española Repsol. Días antes,
cuando se hizo el anuncio ante la opinión pública, la reacción de los diversos
agentes concernidos en el asunto, a ambos lados del Atlántico, fue igualmente
dispar.
La decisión tomada por el gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner en la nación platense ha suscitado, en primer
lugar, una respuesta airada por parte de
los empresarios de la península, así como del mismo gobierno de Mariano Rajoy,
a pesar de tratarse de una empresa privada que, por más que sus propietarios
posean esa nacionalidad, no debe inmiscuir en sus negocios intereses de Estado.
Pero en los sectores mayoritarios del
país, la noticia ha sido recibida con aprobación y algarabía, al tratarse de un
tema crucial de soberanía, en estos tiempos en que los argentinos son más sensibles
que nunca a raíz de los treinta años del malhadado conflicto que los enfrentó a
la Gran Bretaña por las islas Malvinas.
Dentro y fuera del país, la discusión ha
seguido en los medios de comunicación, derramándose ríos de tinta para expresar
las distintas posiciones que la prensa adopta ante tan peliagudo problema. Son
puntos de vista que obedecen, desde luego, a los propios intereses de los
bandos en pugna, tanto los que defienden los derechos de las grandes
corporaciones, que son los más, pues tienen a su favor el capital y la
aquiescencia de la gran prensa, como los que osan enfrentar esos poderes
fácticos desde sus humildes trincheras periodísticas.
Entre los primeros se sitúa el flamante Nobel
latinoamericano, abanderado del pensamiento liberal en el continente y defensor
de lujo del orden de cosas reinante. Es curioso, quien antaño celebraba
alborozado el triunfo meteórico de los movimientos revolucionarios en América
Latina, ahora denoste vibrantemente de esta medida autónoma del gobierno
argentino. Ha llegado a tildar de acto demagogo y populista la decisión de la
Casa Rosada, achacándole al peronismo -sector político al que pertenece la
Presidenta- ser el causante de todos los males que padece la gran patria de
Sarmiento y Gardel, de Borges y Piazzola.
No deja de ser interesante la posición que
asume el novelista en su último artículo del diario El País de España, titulado La
guerra perdida. Allí, embiste con todo su furor argumental a lo que él
piensa que es una decisión equivocada,
que le acarreará al país más perjuicios que beneficios y el agravamiento
de una crisis que lo dejará al borde del abismo. Traza la analogía con lo
ocurrido en Venezuela, a partir de los métodos adoptados por el presidente
Chávez al nacionalizar empresas agrícolas e industriales, pintándonos un cuadro
verdaderamente apocalíptico de lo que es hoy en día esa nación sudamericana.
Olvida, empero, como muchos de los
comentaristas del continente, la realidad de un país sobre el que existen,
paradójicamente, visiones encontradas: la que nos describen los voceros del
sistema, inquietos por los tintes autónomos y rebeldes que manifiesta la
mandataria argentina; como la que nos dan a conocer quienes conocen en
profundidad lo que realmente sucede en ese país a través de la prensa
independiente u otros medios alternativos.
Para poner un solo argumento, no existe
ningún país sudamericano cuyas empresas estratégicas, ya sean de petróleo, gas
o minería, estén mayoritariamente en manos de capitales extranjeros, tanto por
razones estrictamente constitucionales, como por motivos evidentemente
comprensibles de estrategia en materia de política económica y ejercicio real de
una cualidad que aún poseen los gobiernos de cualquier país del mundo: soberanía.
Ahora, si ello significa a veces desconocer los acuerdos pactados, en virtud a
simétricos desconocimientos por las empresas –sobre todo en materia de
reinversiones y volúmenes de explotación- que se consideran perjudicadas, el
camino de los tribunales está perfectamente allanado para resolver esas
querellas.
Es posible que la presión de los países
europeos se deje sentir en las siguientes semanas y meses en el país argentino,
así como la amenaza de recurrir a los fueros internacionales que ya han
manifestado los representantes de la empresa española; pero nada de ello debe
hacer retroceder una decisión soberana de un gobierno que simplemente ha
obedecido a su sentido patriótico y que tiene el apoyo multitudinario de su
pueblo. Por lo demás, los mismos vientos han soplado en la vecina Bolivia,
donde el gobierno del presidente Evo Morales ha anunciado también la
nacionalización de una empresa eléctrica en manos de accionistas españoles.
Veremos qué sucede en el porvenir
inmediato para saber de parte de quién está la razón: de los agoreros
pesimistas que nos describen el juicio final, o de quienes piensan y creen que
los pueblos tienen derecho de proteger sus intereses para su propio bien, así
se equivoquen.
Lima, 5 de mayo
de 2012.
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