sábado, 12 de mayo de 2012

Ernesto Cardenal: el sacerdocio de la poesía


     El Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2012, otorgado al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, bien vale como magnífico pretexto para rescatar del casi olvido la figura de este singular representante de la literatura latinoamericana. Poeta, sacerdote, revolucionario; Cardenal ha sabido conjugar admirablemente estas distintas facetas de su ser a través de una misma pasión y una misma fe.
     Nacido en Granada, Nicaragua, en 1925, el poeta ha sido testigo ejemplar de las vicisitudes de su pueblo durante el siglo XX, protagonista central en las jornadas cruciales que su patria enfrentó cuando las luchas contra la dictadura de los Somoza.  Este y su hijo, pretendieron entronizarse en el poder durante largos años, hasta que el viento revolucionario de 1979 los arrojó del mismo.
     Como los grandes poetas del misticismo español -San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús-, Ernesto Cardenal ha logrado fundir armoniosamente esas dos vertientes de la vida espiritual, aquella que lo une a las fuentes primarias de la fe religiosa, y esta otra que entronca con la mejor tradición de la poesía universal. No contento con ello, le ha sumado a ambas una tercera actividad, que lo sumerge de lleno en la azarosa gesta de los hombres y las mujeres por conseguir la libertad y la justicia.
     Muy pronto fue tocado por la vocación poética, a la que ha servido como un auténtico sacerdote, oficiando todas las liturgias de la palabra y alcanzando esos arrebatos místicos de los versos más inspirados y originales del idioma. Pero con una única diferencia; pues en tanto sus mentores mayores de la lírica castellana lo hacían exclusivamente en relación al objeto de su fe, nuestro poeta nunca se desligó de los asuntos terrenos y concretos, entregándonos unos versos que exudan una límpida pasión humana, demasiado humana.
     Ya maduro, toma los hábitos sacerdotales, cuando descubre que su pasión por la palabra no puede estar reñida con  la vocación religiosa y el servicio y el amor a Dios. Pero la suya sería más bien una militancia excepcional, pues su apuesta por el compromiso con los pobres dentro de la Iglesia Católica lo convierte en casi un hereje, al vincularse muy tempranamente con los movimientos revolucionarios de su país y optando por esa corriente polémica al interior de la misma: la Teología de la Liberación.
     Como muchos sacerdotes del continente, que ven y sienten una realidad clamorosa de desigualdad, pobreza y explotación, se identifica inmediatamente con ese prójimo concreto y real, que vive y padece una situación que los teólogos del movimiento califican de violencia estructural. Ante ello, no cabe otro camino que el de la lucha política, que varios de ellos emprenden en diversos países de América Latina. Allí está el caso de Camilo Torres en Colombia, por ejemplo.
     Pero sus cercanías a esta corriente réproba dentro del catolicismo, lo condenan a un ostracismo que él ha sabido asumir con la entereza y el estoicismo de un viejo luchador, para el que las batallas se ganan o se pierden, cuando son auténticas, de la mano del pueblo, el único soberano de su conciencia.
     El autor de esos libros memorables como Epigramas, Salmos y Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, ha volcado también su inspiración para cantarle al amor humano, al desamor terrestre y sus laberintos, como en estos poemas que me gustan: “La persona más próxima a mí / eres tú, a la que sin embargo / no veo desde hace tanto tiempo / más que en sueños”; o “Viniste a visitarme / en sueños / pero el vacío / que dejaste cuando / te fuiste / fue realidad”. O este que se titula “Imitación de Propercio”: “Yo no canto la defensa de Stalingrado / ni la campaña de Egipto / ni el desembarco de Sicilia / ni la cruzada del Rhin del general Eisenhower: / Yo sólo canto la conquista de una muchacha.”   
     El consagrado pastor de las almas puede ser también un fino y tierno enamorado, así como un hombre entregado a la lucha política cuando las circunstancias lo colocan en ese escenario. No debe extrañarnos que quien fraguara ese archiconocido poema que los adolescentes de todo el continente memorizan –“Al perderte yo a ti, / tú y yo hemos perdido…”-, haya sido a la vez el Ministro de Cultura de su país cuando la revolución sandinista terminó con la dictadura.
     Justo reconocimiento para un hombre que en su ya largo peregrinar, se yergue como uno de los últimos grandes creadores de la lengua, un baluarte moral de las sociedades latinoamericanas y una conciencia crítica en estas horas sombrías para la humanidad.

Lima, 12 de mayo de 2012.

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