El Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana 2012, otorgado al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, bien vale
como magnífico pretexto para rescatar del casi olvido la figura de este
singular representante de la literatura latinoamericana. Poeta, sacerdote,
revolucionario; Cardenal ha sabido conjugar admirablemente estas distintas
facetas de su ser a través de una misma pasión y una misma fe.
Nacido en Granada, Nicaragua, en 1925, el
poeta ha sido testigo ejemplar de las vicisitudes de su pueblo durante el siglo
XX, protagonista central en las jornadas cruciales que su patria enfrentó
cuando las luchas contra la dictadura de los Somoza. Este y su hijo, pretendieron entronizarse en
el poder durante largos años, hasta que el viento revolucionario de 1979 los
arrojó del mismo.
Como los grandes poetas del misticismo
español -San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús-, Ernesto Cardenal ha
logrado fundir armoniosamente esas dos vertientes de la vida espiritual,
aquella que lo une a las fuentes primarias de la fe religiosa, y esta otra que
entronca con la mejor tradición de la poesía universal. No contento con ello,
le ha sumado a ambas una tercera actividad, que lo sumerge de lleno en la
azarosa gesta de los hombres y las mujeres por conseguir la libertad y la
justicia.
Muy pronto fue tocado por la vocación
poética, a la que ha servido como un auténtico sacerdote, oficiando todas las
liturgias de la palabra y alcanzando esos arrebatos místicos de los versos más
inspirados y originales del idioma. Pero con una única diferencia; pues en
tanto sus mentores mayores de la lírica castellana lo hacían exclusivamente en
relación al objeto de su fe, nuestro poeta nunca se desligó de los asuntos
terrenos y concretos, entregándonos unos versos que exudan una límpida pasión
humana, demasiado humana.
Ya maduro, toma los hábitos sacerdotales,
cuando descubre que su pasión por la palabra no puede estar reñida con la vocación religiosa y el servicio y el amor
a Dios. Pero la suya sería más bien una militancia excepcional, pues su apuesta
por el compromiso con los pobres dentro de la Iglesia Católica lo convierte en
casi un hereje, al vincularse muy tempranamente con los movimientos
revolucionarios de su país y optando por esa corriente polémica al interior de
la misma: la Teología de la Liberación.
Como muchos sacerdotes del continente, que
ven y sienten una realidad clamorosa de desigualdad, pobreza y explotación, se
identifica inmediatamente con ese prójimo concreto y real, que vive y padece
una situación que los teólogos del movimiento califican de violencia
estructural. Ante ello, no cabe otro camino que el de la lucha política, que
varios de ellos emprenden en diversos países de América Latina. Allí está el
caso de Camilo Torres en Colombia, por ejemplo.
Pero sus cercanías a esta corriente
réproba dentro del catolicismo, lo condenan a un ostracismo que él ha sabido
asumir con la entereza y el estoicismo de un viejo luchador, para el que las
batallas se ganan o se pierden, cuando son auténticas, de la mano del pueblo,
el único soberano de su conciencia.
El autor de esos libros memorables como Epigramas, Salmos y Oración por Marilyn
Monroe y otros poemas, ha volcado también su inspiración para cantarle al
amor humano, al desamor terrestre y sus laberintos, como en estos poemas que me
gustan: “La persona más próxima a mí / eres tú, a la que sin embargo / no veo
desde hace tanto tiempo / más que en sueños”; o “Viniste a visitarme / en
sueños / pero el vacío / que dejaste cuando / te fuiste / fue realidad”. O este
que se titula “Imitación de Propercio”: “Yo no canto la defensa de Stalingrado
/ ni la campaña de Egipto / ni el desembarco de Sicilia / ni la cruzada del
Rhin del general Eisenhower: / Yo sólo canto la conquista de una muchacha.”
El consagrado pastor de las almas puede
ser también un fino y tierno enamorado, así como un hombre entregado a la lucha
política cuando las circunstancias lo colocan en ese escenario. No debe
extrañarnos que quien fraguara ese archiconocido poema que los adolescentes de
todo el continente memorizan –“Al perderte yo a ti, / tú y yo hemos perdido…”-,
haya sido a la vez el Ministro de Cultura de su país cuando la revolución
sandinista terminó con la dictadura.
Justo
reconocimiento para un hombre que en su ya largo peregrinar, se yergue como uno
de los últimos grandes creadores de la lengua, un baluarte moral de las
sociedades latinoamericanas y una conciencia crítica en estas horas sombrías
para la humanidad.
Lima, 12 de mayo
de 2012.
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