El arribo a la superficie del planeta
Marte del Curiosity, un verdadero
laboratorio rodante en forma de robot, ha significado para el mundo científico
todo un logro trascendental. El sólo hecho de haber enviado a un objeto
mecánico, que ha recorrido millones de kilómetros durante más de 8 meses, ya
constituye de por sí una hazaña portentosa de la ciencia terrestre.
Cuando en la madrugada del lunes 6 de
agosto, el rover se posaba en suelo marciano, luego de haber superado impecablemente
la prueba mortal de esos siete minutos que mantuvo en vilo a los hombres de
ciencia en su sede de la NASA en California, se abría una nueva era en las
posibilidades de la exploración espacial, especialmente aquella que tiene como
objeto al planeta vecino desde hace más de tres décadas.
Efectivamente, se trata del séptimo
viajero terrícola desde que en la década del 70 lo hicieran el Voyager 1 y el Voyager 2, dos gemelas naves no tripuladas que marcaron el inicio
de los estudios y el conocimiento del astro colorado que es motivo de muchos enigmas para el hombre.
Además de ser fantástica la distancia
recorrida, lo es también la precisión con que ha maniobrado el equipo que ha
tenido como misión depositar en el lugar elegido a esta modernísima nave,
premunida de los más avanzados instrumentos que la ciencia y la tecnología
humana han sido capaces de desarrollar en todos estos años.
Sin embargo, es solo el comienzo de una
misión que durará un año marciano, aproximadamente 23 meses terrestres, tiempo
en el que el Curiosity se dedicará a
estudiar la composición del suelo, las rocas y las diversas capas que componen Marte,
así como sondear la posibilidad de la presencia de microorganismos que puedan
hacer vislumbrar la posibilidad de algún tipo de vida en ese inhóspito planeta.
El descenso en el cráter Gale,
milimétricamente planeado desde la Tierra, ha tenido por objeto aprovechar al
máximo una composición rocosa que los científicos no han dudado en calificar de
una verdadera joya geológica, pues le permitirá al pequeño vehículo espacial
explorar la historia del planeta a través de las superposiciones de suelos, lo
que a su vez podría servir para conocer nuestro propio pasado.
Las pruebas de maniobrabilidad a las que
se le ha sometido en las semanas siguientes a su arribo, han sido aprobadas
satisfactoriamente por el rover, estando ya en condiciones de iniciar su marcha
por la superficie marciana, a la vez que va desperezándose para desplegar todo
el asombroso equipo que lleva para las múltiples tareas que deberá cumplir.
Va equipado de un brazo de más de dos
metros que es a la vez pala mecánica, excavadora y ojo de rayos láser, mientras
va desplazándose lentamente fotografiando y filmando el desértico paisaje de
Marte. Las primeras imágenes que ha enviado a la Tierra, permiten observar un
horizonte de colinas y montes mustios, un sendero mineral donde ya ha dejado su
huella.
No cabe duda de que es el acontecimiento
científico del año, el suceso que marcará un hito en la investigación de este
hermano del Sistema Solar, que el ser humano ha emprendido con las más
sofisticadas armas que le facultan su desarrollo tecnológico y científico.
El sitio exacto donde el Curiosity ha amartizado ha sido
bautizado como Lugar Ray Bradbury, en homenaje y reconocimiento al
recientemente fallecido escritor estadounidense
de ciencia ficción. La denominación es altamente simbólica y justa, pues
el autor de Crónicas Marcianas ha
sido uno de los pioneros en señalar hace más de medio siglo las portentosas
posibilidades que el planeta con nombre de dios romano traía para nosotros los
humanos.
Ahora solo nos queda esperar y observar
atentos la ardua labor que cumplirá ese embajador metálico terrestre en un
espacio tan distinto al nuestro, donde no hay oxígeno, las temperaturas pueden
descender a 90° bajo cero y aparentemente tampoco tiene agua. Pero eso no le
importa al Curiosity, que es inmune a
esas urgencias que el ser humano sencillamente no podría resistir.
Lima, 25 de
agosto de 2012.
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