sábado, 15 de septiembre de 2012

El culto del libro


     Releer el texto referido al libro, que el escritor argentino Jorge Luis Borges pronunciara en la Universidad de Belgrano en el año de 1979, y reunido, junto a otras disertaciones, bajo el título de Borges oral, me ha suscitado escribir este breve ensayo sobre mi particular relación con los libros, esa especie de romance sostenido durante muchos años con uno de los productos culturales más sorprendentes que el genio humano haya podido crear.
     No tengo noción exacta de cuándo empezó este romance especial con los libros, que con los años se tornaría en un apasionado y por momentos frenético contacto; el más remoto recuerdo que guardo de él es un volumen de pasta blanca, de un autor cuyo nombre felizmente no he olvidado: Hans Fallada; pero me asalta en este momento la vívida imagen de tres volúmenes de diferentes colores –rojo, amarillo y azul-, diestramente ilustrados,  donde se podían encontrar textos seleccionados de la literatura universal, cuentos, fábulas y mitos.
     La primera novela de la que tengo memoria haber leído es Los perros hambrientos, cuando en el primero de secundaria el profesor de castellano nos dejó como libro de lectura. Los personajes, paisajes y circunstancias los atesoro como un viaje del pasado que ahora quisiera volver a realizar. Paralelamente, crecía mi interés por visitar las librerías, que en mi provincia eran pocas, por cierto, y de las cuales casi todas han desaparecido. Me detenía a observar en los escaparates de vidrio los diversos ejemplares de obras que yo ansiaba tener.
     Con los ahorros que lograba obtener de mis propinas escolares, cada fin de mes acudía, exultante, a una de estas librerías, para llevarme el libro o los libros que durante buen tiempo había estado esperando. Con qué soterrada y honda alegría regresaba a mi casa llevando conmigo el precioso producto. De esta manera, poco a poco se fue incrementando mi colección de libros, arrinconados primero en un anaquel adosado a una esquina de la sala en la casa que vivíamos. Cuando la cantidad de los volúmenes se hizo considerable, mi madre adquirió un estante de madera con puertas corredizas de vidrio que acogió, cóncavamente, a toda esa masa desordenada de textos que pululaban por los rincones más inesperados.
     Estando ya en la universidad, no me abandonó la costumbre de buscar, inquirir y comprar y prestarme libros; cada semana acudía al quiosco de periódicos donde se vendían colecciones populares de la editorial La Oveja Negra, obras selectas de la literatura latinoamericana y universal, así como una especial denominada Obras Maestras. Había otra de obras de filosofía y clásicos del pensamiento universal, más una que otra reliquia que lograba pescar en mis incursiones a las ferias del libro, ferias populares o librerías de viejo.
     Las principales bibliotecas de la capital me verían también como un asiduo concurrente, enamorado visitante que entablaba una relación casi promiscua con aquellos volúmenes ajenos que otros necesitados como yo igualmente trajinaban. Tengo en la memoria grabada con gratitud y satisfacción los años en que fui lector constante en la biblioteca del Goethe Institut, donde pude leer a los grandes autores de nacionalidad alemana que ahora forman parte del panteón privado de mis escritores favoritos.
     A costa de serias restricciones, que a la postre bien valieron la pena, pude hacerme de una valiosa posesión de libros de la famosa casa española Alianza Editorial, ejemplares que albergo con especial dedicación. Del Fondo de Cultura Económica, de PEISA, de Alfaguara, de Espasa y otras editoriales más, obtendría magníficas muestras que enriquecen la modesta biblioteca que he logrado formar con los años.  
     Los libros son, como lo ha dicho de modo insuperable el gran Ray Bradbury, reductos mágicos donde están encantados los espíritus más grandes que el género humano ha producido, y que cuando uno los abre ellos despiertan, y echan a andar, acompañándonos de modo misterioso, estableciendo ese silencioso diálogo con el lector a través de la lectura.
     De esta nutrida presencia, que sombrea los movimientos y las acciones más impensadas de mi vida, he adquirido el curioso hábito, cada vez más anacrónico en el mundo de hoy, del trato con los libros, callados compañeros que me hablan en el lenguaje cifrado del espíritu, invalorables amigos que escoltan las horas más preciosas de una inexistencia que de otra manera sería más pobre e insignificante.

   Suscribo plenamente, con todos sus puntos y comas, lo dicho por el maestro argentino en aquella conferencia, pues para mí también el libro es “ese instrumento sin el cual no puedo imaginar mi vida, y que no es menos íntimo para mí que las manos o que los ojos”.

Lima, 15 de septiembre de 2012.

        

1 comentario:

  1. Walter:
    Una excelente entrada.
    Los libros no son nada de por sí, en tanto los tratemos como objetos; lo importante es el texto, que transmite las ideas plasmadas en él.
    Hace poco lei "Borges oral" y la exposición referida a los libros es -quizá- la más bella de sus ponencia en esa serie.
    Si leyeses su "Poema de los dones", verás la importacia de los libros en la vida de Borges.
    Saludos.

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