La publicación de una fotografía en la que
un soldado francés aparece posando frente a la cámara con una máscara que
representa una calavera, ha disparado una serie de reflexiones y críticas en la
prensa europea. Si tenemos en cuenta el contexto del hecho, cuando las tropas
francesas se encuentran en el país africano a solicitud del gobierno de Bamako,
para hacer frente a los rebeldes de tres organizaciones islámicas que
prácticamente han tomado el norte de Mali, podemos entender mejor la
involuntaria simbología del mismo.
El conflicto en aquella zona del
continente negro conocida como el Sahel está próximo a cumplir un año, desde el
momento en que los tuareg, poblaciones trashumantes tradicionales de la región, decidieron levantarse
en contra de la opresión y la segregación que padecen desde épocas
inmemoriales. A poco de iniciada la rebelión, grupos importantes de
guerrilleros de procedencia musulmana se erigieron en líderes de la revuelta,
tomando la iniciativa en el avance estratégico que les ha permitido controlar
hasta ahora las provincias del norte de Mali, especialmente la enigmática y
singular Tombuctú, ciudad símbolo del foco civilizador islámico del norte de
África, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Cuando la situación se hacía insostenible
para el régimen de Bamako, pues los rebeldes avanzaban incontenibles hacia el
sur, es que lanza su voz de auxilio a Francia, país del que fue colonia hasta
mediados del siglo pasado, quien inmediatamente oye la solicitud de ayuda y
envía el primer contingente de soldados para hacer frente a la amenaza yihadista.
El problema de los radicales islamistas que aspiran a constituir una nación
Azawad en la región, se ve acentuada por el hecho de que pretenden aplicar la sharia o ley islámica, caracterizada por
su verticalidad, dureza y fuerte contenido religioso, lo que la acerca muchas
veces a una versión talionesca contemporánea.
A pesar de que todos reconocen la
trascendencia del peligro que entraña la presencia de Al Qaeda en el Magreb
Islámico (AQMI), del Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África (MUYAO),
y de Ansar al Din en el norte de Mali, sobre todo para la estabilidad política
de la región, pero también para la propia tranquilidad europea, ningún país
occidental, excepto Francia desde luego, ha decidido involucrarse directamente
en el conflicto, mostrándose más bien tibios y algo distantes para acometer la
solicitud maliense.
Quizá busquen evitar que las
organizaciones terroristas los mencionen constantemente de forma hostil, como
hacen con Francia y España, en razón de que son estos países los que han
brindado, especialmente el primero, un apoyo concreto al país africano. Es así
que mientras Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, principalmente, miran
casi a un costado, la región se convierte en un polvorín que amenaza propagarse
por buena parte del Sahel, dejando un reguero de destrucción, penuria y
desolación en los territorios concernidos.
Nadie piensa al parecer en la dramática
secuela de los refugiados y los desplazados, poblaciones enteras afectadas por
la ola de violencia que tienen que migrar a los países vecinos o que deben
retirarse dolorosamente de los centros neurálgicos del conflicto. Esto que se
conoce como desastre humanitario según los estándares que maneja Naciones
Unidas, es una realidad en la que los hombres y las mujeres, los niños y los
ancianos de las zonas en disputa, se vuelven simples objetos azotados por los
vientos caprichosos del destino, convertidos en blancos inocentes de lo peor
que el ser humano puede extraer de sí.
Lo que esa calavera representa pues, en
medio de la guerra, no es sino la muerte, que cual heraldo negro se anuncia
siempre que los hombres buscan afanosos destruirse unos a otros para asegurarse
el mejor dominio de lo que pretenden. Y a pesar de que las propias autoridades
francesas han censurado la imagen y lo que representa, que está lejos del real
objetivo de su presencia en Mali, el mensaje ha quedado muy bien grabado en todos
quienes ven con preocupación lo que en las próximas semanas puede suceder en
este nuevo cráter de la violencia en el planeta.
Lima, 26 de
enero de 2013.