domingo, 27 de enero de 2013

Una calavera en Mali


     La publicación de una fotografía en la que un soldado francés aparece posando frente a la cámara con una máscara que representa una calavera, ha disparado una serie de reflexiones y críticas en la prensa europea. Si tenemos en cuenta el contexto del hecho, cuando las tropas francesas se encuentran en el país africano a solicitud del gobierno de Bamako, para hacer frente a los rebeldes de tres organizaciones islámicas que prácticamente han tomado el norte de Mali, podemos entender mejor la involuntaria simbología del mismo.
     El conflicto en aquella zona del continente negro conocida como el Sahel está próximo a cumplir un año, desde el momento en que los tuareg, poblaciones trashumantes  tradicionales de la región, decidieron levantarse en contra de la opresión y la segregación que padecen desde épocas inmemoriales. A poco de iniciada la rebelión, grupos importantes de guerrilleros de procedencia musulmana se erigieron en líderes de la revuelta, tomando la iniciativa en el avance estratégico que les ha permitido controlar hasta ahora las provincias del norte de Mali, especialmente la enigmática y singular Tombuctú, ciudad símbolo del foco civilizador islámico del norte de África, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.
     Cuando la situación se hacía insostenible para el régimen de Bamako, pues los rebeldes avanzaban incontenibles hacia el sur, es que lanza su voz de auxilio a Francia, país del que fue colonia hasta mediados del siglo pasado, quien inmediatamente oye la solicitud de ayuda y envía el primer contingente de soldados para hacer frente a la amenaza yihadista. El problema de los radicales islamistas que aspiran a constituir una nación Azawad en la región, se ve acentuada por el hecho de que pretenden aplicar la sharia o ley islámica, caracterizada por su verticalidad, dureza y fuerte contenido religioso, lo que la acerca muchas veces a una versión talionesca contemporánea.
     A pesar de que todos reconocen la trascendencia del peligro que entraña la presencia de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), del Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África (MUYAO), y de Ansar al Din en el norte de Mali, sobre todo para la estabilidad política de la región, pero también para la propia tranquilidad europea, ningún país occidental, excepto Francia desde luego, ha decidido involucrarse directamente en el conflicto, mostrándose más bien tibios y algo distantes para acometer la solicitud maliense.
     Quizá busquen evitar que las organizaciones terroristas los mencionen constantemente de forma hostil, como hacen con Francia y España, en razón de que son estos países los que han brindado, especialmente el primero, un apoyo concreto al país africano. Es así que mientras Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, principalmente, miran casi a un costado, la región se convierte en un polvorín que amenaza propagarse por buena parte del Sahel, dejando un reguero de destrucción, penuria y desolación en los territorios concernidos.
     Nadie piensa al parecer en la dramática secuela de los refugiados y los desplazados, poblaciones enteras afectadas por la ola de violencia que tienen que migrar a los países vecinos o que deben retirarse dolorosamente de los centros neurálgicos del conflicto. Esto que se conoce como desastre humanitario según los estándares que maneja Naciones Unidas, es una realidad en la que los hombres y las mujeres, los niños y los ancianos de las zonas en disputa, se vuelven simples objetos azotados por los vientos caprichosos del destino, convertidos en blancos inocentes de lo peor que el ser humano puede extraer de sí.
     Lo que esa calavera representa pues, en medio de la guerra, no es sino la muerte, que cual heraldo negro se anuncia siempre que los hombres buscan afanosos destruirse unos a otros para asegurarse el mejor dominio de lo que pretenden. Y a pesar de que las propias autoridades francesas han censurado la imagen y lo que representa, que está lejos del real objetivo de su presencia en Mali, el mensaje ha quedado muy bien grabado en todos quienes ven con preocupación lo que en las próximas semanas puede suceder en este nuevo cráter de la violencia en el planeta.
                                                         
Lima, 26 de enero de 2013.

sábado, 19 de enero de 2013

Lima, la horrible


La ciudad de Lima, la Ciudad de los Reyes, la descomunal capital del Perú, se apresta a celebrar sus 478 años de fundación española. Lo hace en medio de una campaña política que tiene cono objetivo la revocatoria de su alcaldesa, promovida por un grupo de sinuosos y oscuros sujetos que actúan movidos por subalternos intereses personales.
     Lo paradójico es que dicha campaña haya cundido de tal manera que todo hace presagiar que lograrán sus torvos fines el 17 de marzo próximo. A pesar de que un colectivo heterogéneo de ciudadanos honestos y decentes ha salido a defender, a pesar de todo, la gestión de la burgomaestre, las mentiras y las infamias de aquellos turbios personajillos han tenido fuerte impacto en cierta prensa que se ha prestado al juego de algunos sectores políticos y de sus impresentables voceros.
     Sin ánimo de ser aguafiestas, tampoco hay mucho que celebrar, pues la ciudad, esta inmensa urbe babilónica que crece día a día, se encamina más rápido de lo que parece a una terrible encrucijada. El desarrollo de un sinfín de conjuntos arquitectónicos, la boyante industria de la construcción en su punto más alto, no hace pronosticar precisamente un porvenir halagador, pues fácil es prever lo que ello significará en el mediano plazo en materia de servicios, convivencia y calidad de vida.
     Son múltiples los problemas que afronta esta megalópolis en su aniversario, desde el transporte, caótico, ineficiente y peligroso, hasta el de la inseguridad ciudadana, con una delincuencia que campea a sus anchas, incluso con la complicidad de la propia policía, algunos de cuyos miembros son los que integran curiosamente muchas de las bandas de asaltantes y criminales.
     La firme decisión de enfrentar el problema del comercio informal en La Parada, le ha costado justamente a la alcaldesa una tenaz oposición de sectores enquistados en el desorden y la ilegalidad, atmósfera precisa para amparar la corrupción y las actitudes mafiosas. Por ello se entiende que todos estos segmentos de la sociedad, que pretenden seguir viviendo en la mugre y en el vicio, hayan sido captados por los benditos revocadores.
     En las filas de éstos, previsiblemente, se alinea una variopinta gama de partidos políticos que, coincidentemente, poseen antecedentes de amarres, contubernios y arreglos hasta con sus propios enemigos. No es sorprendente que, además del partido del ex alcalde Castañeda -promotor directo de la campaña-, se junten en este aquelarre electoral el aprismo y el fujimorismo, dos de las fuerzas más amorales y antiéticas de los últimos tiempos en nuestro país.
     No sé cómo el electorado -por lo que se puede saber a través de las encuestas- puede ignorar estas movidas tenebrosas, y prestarse a darle su apoyo a una manga de siniestros personajes que simplemente buscan tumbarse a Susana Villarán por caprichos e inconfesables deseos subjetivos. Nada hay en la gestión de la alcaldesa que pueda justificar una medida como la que persiguen los revocadores, pues la transparencia y la honestidad han sido hasta ahora su sello.
     Están en su derecho, por supuesto, de plantear este recurso, por más que también lo hayan conseguido con ciertas triquiñuelas jurídicas; pero ello no puede significar para la ciudad paralización de obras en marcha, incertidumbre con respecto a su futuro inmediato y, sobre todo, un inútil derroche de fondos públicos, sólo por el prurito de un grupúsculo de señorones venidos a menos y sus rabietas de antipatía frente a la autoridad municipal.
     Es una pena que los revocadores, respaldados por la ignorancia y el simple instinto de rebaño de miles de ciudadanos, vayan a cumplir sus propósitos nefandos de pretender enquistarse otra vez al poder municipal para seguir haciendo de las suyas.

Lima, 17 de enero de 2013.

domingo, 13 de enero de 2013

Discusiones bizantinas


Los periodistas peruanos se han enfrascado en una verdadera discusión inútil y estéril porque el Congreso ha autorizado el viaje del Presidente Humala a Cuba, justo en los días en que el mandatario venezolano Hugo Chávez tenía que juramentar su tercer periodo de gobierno, hecho que no se ha producido, por encontrarse convaleciente de la cuarta operación a que se ha sometido en La Habana, siendo este otro motivo de polémica tanto en Venezuela como en el resto de Latinoamérica.
     Un panel radial con vistosos invitados, políticos ellos de las más diversas bancadas, y los propios periodistas de la casa, se han largado a especular las razones o sinrazones para que el Presidente Humala tenga que viajar a la isla caribeña. Cuestionan, por ejemplo, el por qué tiene que ser ahora y no, por decir, en dos semanas más o en febrero. Otro dice que en realidad va a visitar al líder llanero en su recuperación habanera, mientras que oficialmente se aducen razones de acuerdos bilaterales; un tercero habla del aval implícito que ello representa con relación a lo sucedido en Caracas a propósito de la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de postergar la juramentación del Presidente.
     Los más aventurados hablan incluso de la posibilidad de que Chávez esté muerto, ocultándose la noticia por estrictas razones políticas. Todos al unísono ponen en tela de juicio la manera cómo la justicia venezolana ha resuelto el aparente entripado jurídico de la ausencia de Chávez para jurar el cargo el 10 de enero. La interpretación que hacen de la norma constitucional es curiosamente unánime.
     Por qué no dejan de desgañitarse ante el hecho sencillo de que Humala quiere tal vez hacer coincidir el tal trámite oficial con una visita a su colega y amigo en problemas de salud. Lo digo así porque quizá el motivo de Estado no sea sino un mero pretexto, y si así fuera, por qué se rasgan las vestiduras cual fariseos aguafiestas este grupo de periodistas y políticos debatiendo de lo más serios y preocupados un asunto personal, por más que involucre razones de Estado.
     Dirán que viaja con dinero del pueblo, de nosotros los contribuyentes, y toda esa retahíla de frases demagógicas que pretende justificar su pataleta mediática, pero si siempre los presidentes han realizados viajes en su calidad de jefes de Estado por las más diversas razones. Y si en esta ocasión lo hace para acompañar a la familia de Chávez conjuntamente con otros dignatarios del continente, y si las motivaciones poseen evidentes raíces políticas, por la cercanía ideológica entre ambos o por lo que sea, por qué levantan tanta polvareda y agitan tanto el gallinero nuestros líderes de opinión, habiendo tantos temas más importantes a los que dedicarles atención en la agenda pública.
     Allí está el caso de los congresistas, por ejemplo, y su fracasado intento de incrementarse obscenamente sus ingresos. Han retrocedido avergonzados luego que la población y los líderes de opinión les han endilgado todos los calificativos que dicho acto merecía: sinvergüenzas, caraduras, comechados, abusivos, conchudos, ladronzuelos, pillos, etc. Ante tal descarga de indignación y malestar ciudadana, no les ha quedado más alternativa, con el dolor más grande de sus bolsillos, de dejar sin efecto el llamado bono de representación.
     Pensar en un mecanismo legal que impida en el futuro que los mismos congresistas puedan decidir tan campantemente sus propios emolumentos, debería ser la tarea tanto de los políticos aquellos como de los periodistas, abocados a convertirse en voceros informados de una ciudadanía casi siempre inerme ante las artimañas y jugarretas de su desprestigiada clase política.
     Esa debiera ser la principal preocupación de estos señores y señoras, y no andarse fijando en decisiones presidenciales que si bien es cierto conciernen al país en tanto actos de un jefe de Estado, dejan un margen de privacidad con respecto a las motivaciones personales y afectivas que ellas también entrañan.
                            
Lima, 12 de enero de 2013.

lunes, 7 de enero de 2013

La mancha humana


La llegada del fin de año trae aparejado todo un trastoque de rutinas y costumbres que terminan rompiendo algunas paciencias y no pocos hábitos saludables, asentados dentro de la medida de lo posible en el discurrir de la vida cotidiana. Ello sobre todo por la monopolización de la execrable cultura del consumo en la sociedad actual, como por la presencia aplastante de la masa en cada recodo y rincón de las grandes ciudades. Una verdadera avalancha de multitudes se posesiona de los espacios citadinos convirtiendo literalmente las calles y plazas de la urbe en versiones contemporáneas de los círculos dantescos del infierno.
     Es lo que me tocó experimentar en los últimos días del año que se fue a propósito de ciertos encargos que tuve que cumplir obligatoriamente. Sólo uno, sin embargo, me dio la pauta real de lo que significa en los tiempos presentes la llamada Navidad y el Año Nuevo para el mundo Occidental. Una fiesta desaforada del comercio, el ruido y los extremos en muchos aspectos de la realidad.
     Había ido a depositar una encomienda para un familiar de provincia, cuando me vi atrapado en medio de una mancha humana que ese día desbordaba de todos los poros de la ciudad, a una hora en que el calor llegaba a sus máximas cotas, y en momentos en que el gentío llegaba a sus picos más intensos de movilidad. Se desplazaba la marea humana con una pereza y lentitud de animal prehistórico, arrastrando a cada individuo por un cauce aparentemente prefijado.
     Ya no éramos libres para movernos por los lugares y los sitios del espacio público, pues desde las colas que se tenían que formar para cualquier trámite, hasta los desplazamientos para alcanzar un objetivo determinado, estaban secuestrados por la omnipresencia de ese monstruo contemporáneo que nos cerraba por todos lados el paso, que se imponía como una muralla invulnerable ante nuestros objetivos más inmediatos.
     Una vez que salí con Sebastián de la agencia de transportes, quisimos encontrar un lugar donde almorzar, pero la mancha humana nos fue dirigiendo hacia lugares inesperados; tuvimos que sortear vueltas enteras de cuadras y cuadras para acercarnos siquiera a donde hubiera algún restaurante, mas cuando lográbamos divisar alguno, no podíamos ya sorprendernos de encontrarlo tan atestado de gente que sencillamente no cabía un alfiler.
     Buscamos otro y otro, pero todos rebalsaban de gente que prácticamente tuvimos que desistir por esos lares. Propuse encaminarnos hacia zonas más despejadas, pero el camino nos salió al encuentro con más multitudes compactas que se erguían como imbatibles obstáculos a nuestra marcha. Cobijados en medio de la masa, avanzábamos como en una procesión, lenta y morosamente, llevados casi por la corriente como si fuéramos dos hojas indefensas encima de un denso oleaje.
     Librados por un momento de la opresiva marea, apretamos el paso en pos del restaurante buscado, la mancha se iba disipando en algunas calles más amplias, y en la avenida pudimos avanzar mejor. Encontramos en un mercado el último puestecito de comida disponible, cuando ya la masa humana se había retirado haciendo una tregua en su indetenible asedio.
     Recuperadas algunas fuerzas para continuar el regreso a casa, enrumbamos al paradero de ómnibus para tomar el nuestro; otra mancha humana inundaba los paraderos y abarrotaba los vehículos de transporte público. Todos pasaban atestados de pasajeros, el público subía como podía a los mínimos espacios que restaban en sus angostos pasadizos. Esperamos un largo rato para poder trepar a uno que ofrecía ciertas posibilidades de acomodo en medio del alboroto y el desorden generalizados. Pronto estuvimos entre el pelotón de pasajeros que colmaba el carro, y al cabo de largos minutos en que sufrimos su atosigante presencia, pudimos estar sanos y salvos en casa.

Lima, 6 de enero de 2013.