El pasado 18 de julio cumplió noventa
años de vida uno de los políticos más grandes que ha dado el siglo XX a la
humanidad: Nelson Mandela; el primer presidente negro que ha tenido Sudáfrica,
que llegó al poder democráticamente después de haber estado 27 años preso y
cuya figura es respetada y admirada por las personalidades más diversas del
mundo contemporáneo.
Había nacido en la aldea de Qunu, en el pueblo de Umtata, de la
provincia oriental del Cabo, por entonces capital del territorio del Transkei,
donde tuvo una educación basada en los preceptos de la religión de los
misioneros británicos que colonizaron el país. En medio de la pobreza reinante,
su familia, perteneciente a la etnia de los Xhosa, le brindó lo necesario para
ir perfilando en el futuro líder aquellas cualidades y valores que lo
convertirían en el protagonista central de las luchas contra el régimen
segregacionista del apartheid en Sudáfrica.
Desde aquella época se le empezó a conocer con el nombre tribal de
Madiba, tratamiento afectuoso que recibe hasta hoy entre sus más allegados. Estudió
derecho en una universidad de Johannesburgo, la ciudad más poblada de
Sudáfrica, y junto con Oliver Tambo, su compañero de luchas, se dedicaría a
patrocinar la defensa de los derechos de los negros en medio de los atroces
años de la política racista y abusiva del gobierno de Pretoria.
Su ingreso al Congreso Nacional Africano, el partido que promovía la
lucha contra el sistema del apartheid, le daría la posibilidad de liderar las
jornadas de lucha más intensas en contra de una política que significaba la
marginación más humillante de los hombres de su raza en el mismo suelo donde
habían nacido. Obligados a visitar iglesias y escuelas para negros, a viajar en
transportes para negros, a hacer todo separados de la minoría blanca que los
gobernaba, los habitantes originarios del extremo sur del continente africano
sentían el escarnio y la afrenta en cada acto público y privado de sus vidas.
Para enfrentar ese orden de cosas inicuo y ominoso, Nelson Mandela se valió de
las enseñanzas de Gandhi, ese otro gigante del siglo XX, de quien tomó la no
violencia y la resistencia pacífica como métodos de lucha. Esto le valió varios
procesos judiciales y otros tantos internamientos en prisión por el gobierno de
los afrikáans.
Pero sería en 1963 que comenzaría su más largo encierro en prisión,
cuando fue confinado en la isla de Robben Island, asignándosele el número
46664, y donde viviría todos los horrores y las privaciones de una carcelería
de 27 años, durante los cuales, sin embargo, Mandela nunca perdió la paciencia
y la esperanza, pues sabía que finalmente su perseverancia triunfaría, y por
ello se sometió a esa dura prueba de sacrificio con tenacidad y estoicismo.
En los años siguientes, la presión internacional por la liberación de
Mandela iría creciendo cada vez en distintos rincones del orbe, mientras el
gobierno de Botha se negaba sistemáticamente a dar el paso, recrudeciendo las
condiciones de su encierro al mismo tiempo que se agudizaba el enfrentamiento en
las calles, como en el caso del famoso barrio de Sowetto, en Johannesburgo,
símbolo de la resistencia por la libertad y la justicia.
Finalmente en 1990, bajo el gobierno de De Klerk, y ante la
imposibilidad de resistir más el clamor mundial por la libertad del histórico
líder, Mandela es liberado, e inmediatamente se incorpora a la lucha activa por
la abolición del apartheid, proceso que gradualmente culmina en 1994 cuando es
elegido abrumadoramente en las urnas como Presidente de Sudáfrica. El año
anterior se le concedía el Premio Nobel de la Paz , así como recibiría otras decenas de premios
a lo largo de su valiosa y combativa carrera de hombre público.
Alguien ha dicho que si la humanidad tendría la posibilidad de tener un
padre, ese sería sin duda Nelson Mandela; una figura donde se unen los valores
y los principios más sagrados del hombre de estos tiempos. No han escaseado los
elogios y las palabras de admiración para un gigante de la política mundial,
uno de los pocos que quedan con la autenticidad y la pureza del querido Madiba.
Después de haber dejado el poder y la política, en 1999, se ha
consagrado con igual fervor al trabajo de su Fundación de lucha contra el SIDA,
enfermedad que hace estragos en su país principalmente, así como en el África
en general y el resto del mundo. Es considerado por muchos como un verdadero
santo laico de nuestra época, un hombre sin igual que ha demostrado ante la
historia su grandeza y humildad tanto en la cúspide del poder y la fama como en
la adversidad de la persecución y la cárcel.
¡Feliz cumpleaños Madiba!
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