Entre los libros de la llamada literatura
costumbrista, escritos que reúnen las más reconocidas estampas del folklore de
la provincia de Jauja, sin duda que JAUJA,
Estampas de Folklore (Silbaviento Editores, 2013), de Ernesto Bonilla del
Valle, es no solo un pionero en este campo, sino uno de los más importantes y
notables. Publicado por primera vez en Argentina en 1946, esta vez una
editorial peruana ha tenido la magnífica idea de reeditarla, tanto para su
difusión en el ámbito académico como para el conocimiento de tantos lectores
que, como el que esto escribe, desconocíamos su contenido.
Casi en orden cronológico, siguiendo la
huella del calendario, el autor va presentando en cada estampa las diversas
fiestas y costumbres que pueblan durante todo el año cada rincón de la
provincia, matizando con algunos textos de origen más personal, donde evoca
aspectos familiares y vivencias de un tono más intimista.
Comienza, por ejemplo, evocando el zaguán
de la casona familiar, el pueblo que lo vio nacer y la casa del abuelo donde
transcurrió su infancia, signos de gran fuerza afectiva que para toda persona
de la comarca poseen una carga especial de nostalgia. En “Terapéutica de los
indios”, recoge una de las tradiciones que más han sobrevivido en el tiempo con
respecto a nuestra medicina ancestral, legado de una cultura con sólidos
soportes temporales y una cosmovisión singular.
Luego va repasando algunas de las
manifestaciones más significativas del folklore de la provincia, como la feria
del valle de Jauja, el jala-pato y la festividad religiosa de Taita Paca. Qué
jaujino no recuerda la famosa feria dominical, que se extendía por las
principales calles del centro de la ciudad, teniendo a la Plaza de Armas como
su corazón abigarrado y multicolor, donde discurrían los personajes peculiares
del paisaje citadino, mezclados con los vendedores y comerciantes de los más
disímiles productos y objetos. Feria que un alcalde del siglo pasado tuvo la
ocurrencia de trasladarla al barrio El Porvenir, donde vegeta mal que bien
añorando los fastos del ayer.
Otro tanto ocurre con el tradicional
jala-pato, estampa que se luce en el marco de la Fiesta del 20 de Enero,
concurrida festividad que cada año congrega a miles de visitantes de los
diversos rincones del Perú y del extranjero. Mientras que lo de Taita Paca,
dentro de la muy tradicional costumbre de Comadres y Compadres, durante los días
que preceden a los Carnavales, es una expresión de la religiosidad popular que
tiene como telón de fondo la veneración al Cristo local del distrito de Paca,
al este de la ciudad y a orillas de la mágica laguna de mil leyendas y una.
El tumba monte jaujino también es evocado
con aires de bucólica añoranza, rememorando los jubilosos años en que era la
manifestación más emblemática del folklore de la provincia, una danza elegante
y garbosa, celebrada por casi todas las plumas de la región, pintada con los
colores de los más vivos recuerdos, ocasión del lucimiento de la belleza de sus
mujeres y la galantería de los varones, que exhibían su destreza y talento para
el baile en rítmicas piruetas y quiebres alrededor de un árbol ricamente
ataviado.
La semblanza sobre la pachamanca me trae a
la memoria las épicas jornadas juveniles, en que reunidos en la casa familiar,
todos acudíamos al ritual de las carnes y las papas, las habas y los choclos
humeantes que brotaban de la tierra generosa; las humitas apetitosas y otros
manjares que servían de ofrendas sagradas para la comunión tribal.
Y así, el libro abunda en una serie de
pinceladas poéticas que describen los paisajes humanos que ha pintado la
naturaleza en aquella región mítica del valle del Mantaro, mas a ratos se tiene
la impresión de que una profusión de lirismo inunda y desborda sus límites, a
veces logrado y a veces no; un cierto pintoresquismo empalagoso satura muchas
de las estampas hasta volverlas irreales, quizá como un resabio de un
modernismo ya periclitado cuando fueron escritas.
Igualmente, no puedo dejar de señalar
algunos errores formales de la edición, sobre todo en el aspecto de la
composición: sintaxis y puntuación. Vaya una pequeña muestra de lo que afirmo. En
la primera estampa, “El zaguán de mi casona”, el primer párrafo se desbarra al
final: “En los rincones crecen las telarañas y el polvo año tras año, está
cubriendo las paredes y los maderos de los dinteles”. Sería mejor así: “En los
rincones crecen las telarañas y el polvo, año tras año, está cubriendo las
paredes y los maderos de los dinteles”. Es decir, el simple y correcto uso de
una coma marca la diferencia.
Espero que superados estos escollos, que
deberán ser subsanados para una próxima entrega, exenta de gazapos, el ávido
lector pueda gozar y refrescarse en sus páginas.
Lima, 28 de julio de 2014.
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