sábado, 30 de agosto de 2014

Pinceladas de Jauja



     Entre los libros de la llamada literatura costumbrista, escritos que reúnen las más reconocidas estampas del folklore de la provincia de Jauja, sin duda que JAUJA, Estampas de Folklore (Silbaviento Editores, 2013), de Ernesto Bonilla del Valle, es no solo un pionero en este campo, sino uno de los más importantes y notables. Publicado por primera vez en Argentina en 1946, esta vez una editorial peruana ha tenido la magnífica idea de reeditarla, tanto para su difusión en el ámbito académico como para el conocimiento de tantos lectores que, como el que esto escribe, desconocíamos su contenido.
     Casi en orden cronológico, siguiendo la huella del calendario, el autor va presentando en cada estampa las diversas fiestas y costumbres que pueblan durante todo el año cada rincón de la provincia, matizando con algunos textos de origen más personal, donde evoca aspectos familiares y vivencias de un tono más intimista.
     Comienza, por ejemplo, evocando el zaguán de la casona familiar, el pueblo que lo vio nacer y la casa del abuelo donde transcurrió su infancia, signos de gran fuerza afectiva que para toda persona de la comarca poseen una carga especial de nostalgia. En “Terapéutica de los indios”, recoge una de las tradiciones que más han sobrevivido en el tiempo con respecto a nuestra medicina ancestral, legado de una cultura con sólidos soportes temporales y una cosmovisión singular.
     Luego va repasando algunas de las manifestaciones más significativas del folklore de la provincia, como la feria del valle de Jauja, el jala-pato y la festividad religiosa de Taita Paca. Qué jaujino no recuerda la famosa feria dominical, que se extendía por las principales calles del centro de la ciudad, teniendo a la Plaza de Armas como su corazón abigarrado y multicolor, donde discurrían los personajes peculiares del paisaje citadino, mezclados con los vendedores y comerciantes de los más disímiles productos y objetos. Feria que un alcalde del siglo pasado tuvo la ocurrencia de trasladarla al barrio El Porvenir, donde vegeta mal que bien añorando los fastos del ayer.
     Otro tanto ocurre con el tradicional jala-pato, estampa que se luce en el marco de la Fiesta del 20 de Enero, concurrida festividad que cada año congrega a miles de visitantes de los diversos rincones del Perú y del extranjero. Mientras que lo de Taita Paca, dentro de la muy tradicional costumbre de Comadres y Compadres, durante los días que preceden a los Carnavales, es una expresión de la religiosidad popular que tiene como telón de fondo la veneración al Cristo local del distrito de Paca, al este de la ciudad y a orillas de la mágica laguna de mil leyendas y una.
     El tumba monte jaujino también es evocado con aires de bucólica añoranza, rememorando los jubilosos años en que era la manifestación más emblemática del folklore de la provincia, una danza elegante y garbosa, celebrada por casi todas las plumas de la región, pintada con los colores de los más vivos recuerdos, ocasión del lucimiento de la belleza de sus mujeres y la galantería de los varones, que exhibían su destreza y talento para el baile en rítmicas piruetas y quiebres alrededor de un árbol ricamente ataviado.
     La semblanza sobre la pachamanca me trae a la memoria las épicas jornadas juveniles, en que reunidos en la casa familiar, todos acudíamos al ritual de las carnes y las papas, las habas y los choclos humeantes que brotaban de la tierra generosa; las humitas apetitosas y otros manjares que servían de ofrendas sagradas para la comunión tribal.
     Y así, el libro abunda en una serie de pinceladas poéticas que describen los paisajes humanos que ha pintado la naturaleza en aquella región mítica del valle del Mantaro, mas a ratos se tiene la impresión de que una profusión de lirismo inunda y desborda sus límites, a veces logrado y a veces no; un cierto pintoresquismo empalagoso satura muchas de las estampas hasta volverlas irreales, quizá como un resabio de un modernismo ya periclitado cuando fueron escritas.
     Igualmente, no puedo dejar de señalar algunos errores formales de la edición, sobre todo en el aspecto de la composición: sintaxis y puntuación. Vaya una pequeña muestra de lo que afirmo. En la primera estampa, “El zaguán de mi casona”, el primer párrafo se desbarra al final: “En los rincones crecen las telarañas y el polvo año tras año, está cubriendo las paredes y los maderos de los dinteles”. Sería mejor así: “En los rincones crecen las telarañas y el polvo, año tras año, está cubriendo las paredes y los maderos de los dinteles”. Es decir, el simple y correcto uso de una coma marca la diferencia.
     Espero que superados estos escollos, que deberán ser subsanados para una próxima entrega, exenta de gazapos, el ávido lector pueda gozar y refrescarse en sus páginas.

Lima, 28 de julio de 2014.    

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