Ha llegado a mis manos el reciente libro
de Gerardo Garcíarosales, titulado Antes
del trisagio (Silbaviento editores, 2013), que he leído con sumo interés en
unos cuantos días, repasando las viejas historias de la infancia, aquellas que
alguna vez escuchamos de la boca de nuestros abuelos, y otras que se inscriben
en la misma vertiente pero que dejan traslucir su clara procedencia de autor.
Es un volumen que reúne treinta y seis
relatos cortos agrupados en tres partes: Cuentos de ternura; Antes del trisagio
–que da título a la obra-; y Luna de sillares. Al internarse en las historias,
narradas invariablemente en una primera persona muy íntima y singular, va uno
desvelando ese mágico confín de la tradición oral de la provincia de Jauja, de
donde es natural Gerardo Garcíarosales, recreados con el intenso lirismo que le
imprime la primera condición de poeta del autor.
La rica cantera de la literatura oral de
esa región del centro del Perú, ha sido modelada por el trazo sensible y
fantástico de una imaginación que, manteniendo los rasgos identificables de los
cuentos tradicionales, la ha dotado de matices y perspectivas peculiares,
alimentadas por la gran destreza narrativa de este poeta de larga trayectoria
en las letras regionales.
Sin embargo, con lo que no puedo ser
indulgente es con la parte formal de la edición, su poco cuidado en lo
concerniente a la corrección ortográfica y sintáctica, que indudablemente
desmerece cualquier logro estilístico de la obra. Un mínimo control de calidad
hubiera evitado la presencia de innumerables gazapos regados a lo largo de las
páginas, impidiendo una lectura gozosa y placentera de cuentos de magnífica
factura.
Para muestra, un botón: En el cuento
“Diaria muerte”, hay un párrafo cuya puntuación es tan chapucera que,
sinceramente, no creo que sea culpa del escritor. Copio el párrafo en mención:
“Y por fin cuando logro ubicarlo después de horas de dura brega; mi alegría se
restituye triunfante, copiosa. Me desbordo imparable, y lo abrazo como un río
de dorados afectos. Luego a través de su mirada tristísima me confía: ᾽Me estoy
olvidando de todo᾽.” Sugiero la siguiente sintaxis: “Y por fin cuando logro
ubicarlo, después de horas de dura brega, mi alegría se restituye triunfante,
copiosa. Me desbordo, imparable, y lo abrazo como un río de dorados afectos.
Luego, a través de su mirada tristísima, me confía: ᾽Me estoy olvidando de todo᾽.”
Nótese la diferencia en la sintaxis por el simple hecho de una indebida
puntuación, por el desconocimiento en el uso de la coma y el punto y coma.
Es una constante del libro su
descompostura formal, no obstante tener relatos interesantes y aceptables. Una
sintaxis desvaída permea buenos momentos de las historias, deformándolas y
afeándolas, como en el caso de “!La inolvidable María!” y “El libro de ceniza”.
Mejora algo en “Quinta generación”, aunque el final parece un poco forzado.
Una atmósfera sobrenatural domina la
segunda parte, destacando notablemente “Luna de sillares”, uno de los cuentos
más logrados, redondo, perfecto, contundente; como decían Julio Cortázar y
Horacio Quiroga que debía ser un buen
cuento. Pero más que Chéjov o Maupassant, como se afirma en el prólogo, por lo
demás grandilocuente e hiperbólico, me parece que aletean sobre ellos la sombra
bienhechora de Arreola y de Rulfo. Ese codearse natural y cotidiano con la
muerte, sin caer jamás en el patetismo, es lo que le confiere un aliento único.
Lo hace, además, con la serena convicción de estar abordando un hecho natural
de la condición humana, una circunstancia inexorable que determina, para bien o
para mal, la existencia del hombre.
Después de todo, el libro se lee con
agrado e interés, saboreando cada historia como un fragmento de ese gran
mosaico mítico que es la literatura oral de los pueblos del ande, cuentos que
nos hacen vislumbrar el trasfondo anímico y psíquico del alma de nuestros
hombres y mujeres de las serranías del Perú.
Lima, 6 de julio de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario