Ese es el calificativo que les ha
endilgado el congresista Carlos Bruce, principal promotor de la ley de unión
civil, a los miembros de la Comisión de Justicia del Congreso, que por votación
mayoritaria han decidido archivar el proyecto respectivo, después de un intenso
debate en la sede del poder legislativo. Y para ello le asiste perfectamente
toda la razón, pues no otra cosa puede ser una mentalidad cerrada de una manera
obtusa a todo lo que signifique el progreso de la civilización en cuanto al reconocimiento
de derechos iguales para todos los ciudadanos.
Arcaicos, primitivos, anti históricos,
antediluvianos, serían también calificaciones válidas para quienes asumen
posturas tan dogmáticas y ortodoxas en materia de derechos humanos, pues ese es
el terreno donde debe situarse la discusión sobre si las personas del mismo
sexo tienen derecho o no a unirse libremente como la ley les reconoce a los
heterosexuales. Efectivamente, son retrógrados quienes haciéndose eco de
prejuicios, creencias y supersticiones, así como sacando a relucir sus posturas
claramente homofóbicas e inquisitoriales, pretenden detener la marcha de la
historia, erigirse en baluartes de la moral y condenar a un sector importante
de la sociedad a ser ciudadanos de segunda categoría.
Pero no nos quedemos en los adjetivos,
vayamos ahora a lo sustantivo, es decir, a los argumentos que esgrimen estos
aprendices de Torquemada, a las ideas que ponen en juego para, supuestamente,
demostrar que tienen la razón. Lo primero a que apelan para validar sus puntos
de vista es al asunto religioso, con todo ese rollo aquel de que dios creo
varón y mujer y que eso es lo normal y patatín y patatán. Por muy respetables
que sean las creencias religiosas, ellas deberían quedar relegadas al ámbito
estrictamente personal y privado de cada
quien, y no convertirse en parámetros que luego pretenden imponerse a toda la
sociedad. Una cosa son las creencias y otra son las ideas, no se deben
confundir al momento de pensar la realidad. Cuando uno antepone sus creencias
al juzgar los hechos, irremisiblemente caerá en el prejuicio, en la idea
preconcebida, que a como dé lugar tratará de calzar con la realidad. Eso se
llama racionalización.
En segundo lugar, se presentan con el
sambenito aquel de que los hijos se confundirán, que no podrán entender por qué
tienen dos padres o dos madres, y que ello les acarreará problemas de índole
psicológica o moral. Pamplinas; las personas, incluidos los niños por supuesto,
puede muy bien entender la realidad si ella les es explicada adecuadamente, no
son minusválidos mentales que se mueven por el mundo con inmensas anteojeras
ideológicas o de cualquier otro tipo. Por lo demás, el proyecto en cuestión no
contempla el caso de adopciones, debate que llegará en su momento, y el verdadero
daño psicológico se produce cuando las personas son obligadas a vivir en la
hipocresía y el temor, perseguidas y señaladas por ser diferentes. Ser
homosexual no debe ser un estigma, pero posiciones como esa acentúan la
exclusión y la marginalidad de una porción significativa de la población. Si
por datos estadísticos sabemos que aproximadamente el 10% de la población posee
una orientación sexual distinta a la heterosexual, estamos hablando, en el caso
del Perú, de cerca de 3 millones de personas.
Aducen también que para poblar la especie
se necesitan del hombre y de la mujer, y por lo tanto es contranatura la unión
de dos personas del mismo sexo. Este argumento no resiste el menor análisis,
pues en primer término si un hombre decide juntarse con otro hombre no está
pensando necesariamente en tener hijos, o procurárselos del modo que sea, sino
vivir de acuerdo a sus necesidades biológicas, teniendo como único objetivo
lícito aquello que todos buscamos en este mundo: ser felices. La procreación es
una de las facetas de la vida sexual humana y animal, sin embargo hay una
dimensión estética de la sexualidad que es el erotismo, privativo de los seres
humanos y rasgo diferenciador de su condición. Un pensamiento reduccionista
termina empobreciendo la vida del hombre y confinándolo a ser un mero agente de
la propagación de la especie.
Tampoco atenta contra la institución
familiar, como repiten hasta el hartazgo los llamados defensores de la familia.
Al contrario, la unión civil consagra un nuevo tipo de familia que enriquece la
institución jurídica. Siendo su objetivo central el garantizar la transmisión
de los bienes patrimoniales de las personas, no le hace ninguna mella a la familia
tradicional que todos conocemos. No veo de qué manera el que dos seres decidan
libremente unirse para compartir sus vidas y sus bienes, pueda afectar el tipo
de familia heterosexual que la mayoría practica. Es sencillamente una falacia
achacar a aquella forma de unión del deterioro de ésta.
Por último, esgrimen la peregrina tesis de
que son un mal ejemplo para los niños y para la sociedad en su conjunto. El
afecto que se prodigan dos seres humanos nunca puede considerarse un mal
ejemplo, como sí lo son la intolerancia, los prejuicios, la hipocresía, la
pacatería, la pudibundez, la estupidez que pretenden hacernos tragar con una
dosis apropiada de moralina. Y hablando de esto último justamente, apenas si es
necesario mencionar las declaraciones de un congresista, que votó a favor del
archivamiento, citando nada menos que a Hitler para avalar sus puntos de vista.
Es decir, que se puede apelar a cualquier cosa, hasta a razonamientos absurdos,
con el fin de apuntalar argumentos deleznables y anacrónicos. Bien decía
Einstein que existen dos infinitos: el del universo y el de la estupidez
humana, aunque del primero no estaba tan seguro.
Lima,
12 de marzo de 2015.