Con apenas veinte años
de edad, Gabriel García Márquez inicia sus colaboraciones en dos importante
diarios colombianos, escritos que han sido recogidos en libro, en dos
volúmenes, con el título de Textos
costeños I y II (Ed. Sudamericana, Bs. As., 2015), con prólogo de Jacques
Gilard. Los inicios periodísticos de quien sería el extraordinario novelista de
la literatura en lengua española, fueron publicados en El Universal de Cartagena, entre los años 1948 y 1949, y en El Heraldo de Barranquilla, entre 1950 y
1952. Los primeros bajo el rótulo de Punto y aparte y firmado por Gabriel
García Márquez, y los segundos con el gracioso título de La Jirafa, y
utilizando el pseudónimo de Septimus.
Las 790 páginas de los artículos, crónicas
y columnas del afamado Premio Nobel, se leen con el mismo deleite con que
pueden disfrutarse sus obras de madurez, especialmente sus novelas, pues se
puede fácilmente detectar el germen del poderoso y original estilo del hijo
dilecto de Aracataca. Con una prosa plástica, empedrada de greguerías y
metáforas sorprendentes, se desliza la imaginación libérrima del escritor en
ciernes, sorteando con ingeniosa solvencia narrativa todos los escollos de la
gramática, para entregarnos textos espléndidos donde fulgura, entre el verbo
encendido de fogatas, la magia inacabable del idioma. Ningún asunto es
insignificante para el autor de las “jirafas” –como llama a sus columnas en el
diario El Heraldo de Barranquilla–,
todo tema es materia de ser procesado y cribado a través del portentoso laboratorio verbal de
su afilado ingenio. Es así como ha ido aguzando el maravilloso lápiz de su
inconfundible estilo, que ya se preparaba para acometer empresas mayores, cual
quedaría demostrado en su fantástica narrativa.
Un fino sentido del humor recorre todas
las páginas de esta vasta publicación, así se trate de comentarios o reseñas de
libros –sean éstos poemarios o novelas–, críticas de cine y teatro, incidentes
curiosos de la política internacional, o hechos menudos y domésticos. Las
camisas del presidente Truman o la tristeza de las acacias, pueden ser el
motivo perfecto para este despliegue delicioso del salero y la gracia del joven
periodista que nunca abandonaría su tono jocoso y zumbón, aun cuando describe
sucesos de evidente contenido dramático. “La marquesa y la silla maravillosa”,
por ejemplo, es una hermosa paráfrasis del famoso cuento oriental de Las mil y una noches. Pero sería difícil
hacer el recuento de todos los asuntos, temas y personajes que se erigen en el
preciso pretexto para dar rienda suelta a ese espíritu endiablado que poseía el
escritor para pasearse por todos los recovecos y laberintos intrincados de la
lengua, que lo pondrían en el camino de convertirse en un verdadero artífice
del idioma, en el más formidable escritor de nuestro tiempo.
Es cierto que, como han señalado los
críticos, en muchos pasajes se nota algo recargada la prosa periodística del
autor, con ligeros guiños a un barroquismo con pretensiones literarias,
concesión que sin duda iría puliendo en su avance vertiginoso a la conquista de
una obra que con gran acierto ha sido bautizada como real maravillosa, pues ha
sabido situarse en el justo punto en que la fantasía más desbordada ha sido
milagrosamente equilibrada por la sobria narrativa de la realidad. Es decir,
aquello mismo que alcanzara Kafka en la lengua alemana, lo hacía por estas
tierras tropicales la pluma deslumbrante de un hijo de la costa caribe en la
lengua de Cervantes.
Lima,
1 de marzo de 2016.
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