Un joven provinciano de 32 años ha
perpetrado una masacre inédita en nuestro país, algo que sólo veíamos en países
lejanos, especialmente en Estados Unidos, donde es frecuente toparse con
noticias de esta índole, cometidas por imprevistos pistoleros que irrumpen de
cuando en cuando en colegios, institutos, universidades, discotecas, salas de
cine, centros comerciales o cualquier otro lugar donde haya gran concentración
de gente.
El joven de nuestra historia se ganaba la
vida como vendedor ambulante, expendiendo hamburguesas y salchipapas en las
inmediaciones de un conocido centro comercial del distrito de Independencia.
Sin embargo, su trabajo era importunado por las constantes visitas y
requerimientos de los inspectores municipales encargados de erradicar el
comercio ambulatorio de la zona.
El día fatídico, viernes por la noche, se
produjo el explosivo desenlace. Llegaron los inspectores, conminándolo a
retirarse del lugar, y de pronto la reacción de Eduardo Romero Naupay fue
brutal, disparó contra el funcionario edil, dejándolo malherido, y desapareció
de la escena. Se encaminó a su casa para apertrecharse mejor y regresó al
centro comercial, que a esas horas hervía de gente. Ni bien hizo su ingreso
comenzó a disparar a diestra y siniestra, dejando un reguero de muertos y
heridos a su paso. Un policía, que casualmente estaba cerca y de civil, actuó
de inmediato y abatió en el acto al criminal.
¿Por qué reaccionó de esa manera
desproporcionada y feroz el joven vendedor? ¿Explica su proceder el hecho de
haber sido expulsado de su centro de trabajo, la furia con la que respondió en
su afán de venganza? ¿Qué límites emocionales tuvo que sobrepasar para actuar
con esa bestialidad y salvajismo? Lo curioso es que apenas unas horas antes
había publicado en su página de Facebook la amenaza que terminaría cumpliendo
después. Además, se pueden ver también en ese medio las fotografías que
colgaba, donde se hacía retratar con armas de diverso calibre y en poses que
claramente delataban su violenta predilección. En el allanamiento posterior que
practicó la policía del lugar donde vivía, se encontró un surtido arsenal,
entre cajas de municiones, cacerinas, pistolas y un fusil de largo alcance.
También se pueden rastrear sus preferencias
en materia de productos de consumo cultural, llámese música por ejemplo, su
afición a los videojuegos, su desembozada admiración por personajes del mundo
del hampa local, y una serie de señales que configuran nítidamente una
personalidad proclive a los actos violentos, claros indicios que debían haber
alertado a cualquier acucioso investigador de un poseedor de armas con la
licencia vencida.
Un sistema muy laxo en la evaluación y el control
del otorgamiento de licencias para portar armas es otra de las aristas del
problema, pues no permite realizar un seguimiento eficaz al usuario cuando su
permiso ha caducado. Y en cuanto a la evaluación psicológica, ésta es demasiado
superficial y expeditiva que prácticamente no permite detectar nada, cuando no
es realizada por estudiantes de la carrera sin la experiencia ni el rigor
necesarios en asunto tan delicado. Otra es la total desatención del Estado con
respecto a la salud mental de la población, según reflejan los preocupantes resultados
de una investigación reciente.
La ira está considerada una de las más
fatales emociones destructivas del ser humano, aquella que ocasiona daño tanto a
los demás como a uno mismo. El psicoterapeuta Paul Ekman afirma que el objetivo
de la ira sería la eliminación de lo que nos frustra, razón que podría explicar
parcialmente el proceder de Romero Naupay. Para el budismo tibetano, las
emociones destructivas, entre ellas la ira –voz que engloba una familia de emociones como la
irritación, la rabia y la furia–, son aquellas que perturban el equilibrio de
la mente. Es decir, que el ser humano, poseído por una emoción de esta
naturaleza, puede desencadenar en un instante una situación trágica como la que
comentamos, sobre todo cuando uno no es capaz de saber manejar sus emociones
con la inteligencia que nos provee la ecuanimidad y la meditación. El cerebro
más arcaico, en estos casos, arrastra al
hombre por los senderos más pedregosos del puro instinto ciego.
En fin, lo cierto es que una conducta como
esta es difícil de prever, pues el ser humano es una totalidad compleja y
arisca que se resiste a encasillamiento esquemáticos, pero también es verdad que
algo podemos hacer, con las herramientas que nos faculta la ciencia, para
evitar que un hecho parecido vuelva a producirse en el futuro. El drama que
viven los familiares de las víctimas, cinco en total, es otra cosa que nos
llena de consternación y lástima.
Lima,
25 de febrero de 2017.
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