sábado, 30 de diciembre de 2017

Infamia

    El indulto otorgado por el presidente Pedro Pablo Kuczynski al ex dictador Alberto Fujimori no pudo haber llegado en el peor momento. Cumpliendo su interesado trato bajo la mesa con un sector del fujimorismo, a apenas unos día de haberse salvado de la vacancia en el Congreso, por más que los voceros del gobierno se empeñen en negarlo, ha concedido en tiempo récord la gracia presidencial del perdón a quien estaba sentenciado a 25 años de prisión por diversos delitos, entre ellos uno que específicamente se refiere a los derechos humanos.
    La reacción de la ciudadanía no se ha hecho esperar; el repudio y la condena a esa decisión crecen a nivel nacional e internacional, mientras las calles se llenan de furia e indignación por esta sucesiva traición de un presidente que se burla una vez más de la credibilidad y la buena fe de un electorado que le dio el mandato expreso de gobernar contra la impunidad y la corrupción. Ha perpetrado una acción que va a marcar su paso por el gobierno, pero no para honrarlo como cree él o algunos de sus seguidores, sino para mancharlo; un acto que quedará para la historia universal de la infamia, como en uno de los libros del gran Jorge Luis Borges.
    Organismos mundiales que velan por los derechos humanos se han pronunciado de manera clarísima rechazando este indulto que es a todas luces –como dicen los lemas en las pancartas de los miles de manifestantes de estos días en distintas ciudades del Perú – un insulto. Un insulto a la esperanza de miles de familiares de las víctimas de los atropellos del régimen fujimorista durante la década del terror; un insulto al sentido de justicia de quienes lucharon muchísimos años para ver entre las rejas al culpable de la pérdida de sus seres queridos.
    El papel jugado por el hijo menor del ahora ex reo ha sido crucial. Cuando todo hacía presagiar la inminente vacancia presidencial el jueves 21 en el recinto legislativo, la votación al final de la jornada arrojó un resultado que sorprendió a tirios y troyanos. Los promotores de la remoción del mandatario no lograron alcanzar la cifra requerida para su propósito. Un puñado de parlamentarios de la bancada naranja, aleccionado o alineado a última hora por Kenji Fujimori, impidió que se consumara la orden de su lideresa. Es evidente que se trató de una transacción, un grosero trueque entre los corruptos de hoy y los corruptos de ayer.
    La marea de gente que se ha volcado a las calles el mismo día del anuncio y en los días siguientes nos enfrenta a un panorama de aguda crisis para la gobernabilidad en el país. En una fecha cargada de un simbolismo especial para la mayoría de la población, como es la Navidad, cuando todo el mundo se afanaba en los últimos preparativos para la Nochebuena, desplazándose por los centros comerciales y los puestos de venta callejeros ajenos a los avatares de la política, llega la mala noticia que contradice el significado religioso de la fiesta cristiana. Gran paradoja: nunca pudo ser tan mala esa Nochebuena para millones de peruanos que son conscientes de lo que entraña un hecho de esa magnitud. Es decir, nada justificaba el indulto para el mandamás de un régimen que emputeció el país.  
    El objetivo aparente de la medida con la que se pretende racionalizar el desatino lo han repetido, curiosamente, los dos personajes principales de este sainete con sabor a comedia bufa: la reconciliación. Pero para que exista tal, debe darse todo un proceso que pasa necesariamente por la memoria, el perdón y la reparación. Y nada de eso existe, más allá de una tímida declaración, genérica y ambigua, del dictador liberado desde su lecho de enfermo. Además, cómo se trastoca el sentido de esa palabra en boca de quienes jamás entendieron su real significado; cómo se pervierte la semántica del término cuando estos reyes Midas al revés posan sus manos en él. Porque esto es lo que ha llegado a significar ese llamado partido mayoritario hoy en el Congreso, que abusa de su poder pretendiendo  avasallar a cuanta institución encuentre en su camino. Ya no importa dónde nazca la iniciativa para tal o cual objetivo, ellos lo asumen como propio actuando como lo sugiere su nombre, con la fuerza bruta de lo popular entendido como manada.
    Ya el Instituto de Defensa Legal (IDL) está estudiando los mecanismos que se deben articular para revertir el indulto en las instancias supranacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Y aunque algunos defensores de la medida digan que la prerrogativa presidencial obedece simple y llanamente a la voluntad del jefe de Estado, y que lo hace porque le da la gana sin tener que consultarle a nadie, ni darle cuenta a nadie, lo cierto también es que tras esa decisión pesa un asunto donde está en juego, ya no sólo el sentido ético de una autoridad política, sino también el dolor de las víctimas y su aspiración de justicia que ha sido pisoteada. Y a pesar de que las encuestas digan que la mayoría de la población aprueba el beneficio concedido al autócrata, este no es un asunto de votación, como lo demostró históricamente el episodio bíblico de Barrabás en la crucifixión de Cristo. Paralelamente, más de doscientos escritores han publicado una carta abierta condenando la actitud ilegal e irresponsable del presidente con una medida espuria que obedece, no a la compasión o a la conducta humanitaria que la busca justificar, sino al puro cálculo político.
    La verdad es que el escenario político actual es desolador, todo y todos han sido infectados por esa podre letal de la corrupción, la gangrena está llegando al mismo cerebro del organismo nacional; este es un país que desde el punto de vista moral se acerca cada vez más al precipicio de su fase terminal. ¿Qué hacer?, la famosa pregunta leninista quizás tenga una sola respuesta: refundar la República. Así como una casa que ha sido invadida por una plaga de alimañas y sabandijas debe ser derruida para levantar otra desde sus cimientos, un país en el mismo trance necesita refundarse, reconstruirse desde su raíz con el concurso de la sociedad civil y de la clase política sana que aún, es nuestra última esperanza, debe quedar.
    Mientras tanto, a seguir luchando en las calles con esa juventud vigorosa y consciente que no se deja arredrar por los comentarios mezquinos y deslegitimadores de ciertos periodistas que fungen de líderes de opinión, cuando son en verdad sirvientes de turno de la cleptocracia reinante, furgones de cola de la caverna, mayordomos del statu quo, jornaleros adocenados de este sistema que se cae a pedazos corroído por la sífilis de la putrefacción.


Lima, 30 de diciembre de 2017.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Abimael: habitante de las tinieblas

    En todos los peruanos está marcado con fuego en la memoria los años del terror que vivimos cuando una banda de fanáticos extremistas decidió asaltar el poder a través de la revolución, pero utilizando los métodos más violentos y sanguinarios, como nunca antes se había visto en nuestra historia. El nombre que resume esa pretensión utópica, el sonido que evoca lo peor de aquella época está cifrado en el nombre de su líder: Abimael, patronímico de claras resonancias bíblicas, trufado de cierto misticismo heterodoxo y justicieras aspiraciones terrenas.
    La historia de ese hombre singular que se preparó desde muy joven para su propio designio épico está contada con lujo de detalles en el libro Abimael: el sendero del terror (Planeta, 2017), escrita por el periodista de investigación Umberto Jara, quien ha desplegado para la tarea sus mejores armas de cronista y reportero para entregarnos un texto que hurga en los meandros biográficos e ideológicos de una figura siniestra de las últimas décadas del siglo XX.
    Una trayectoria errática en su infancia y niñez marcaría el sentimiento de desamparo de Abimael. Esta experiencia del desarraigo, los continuos trasiegos de ciudad en ciudad y los cambios constantes de ambiente, le dejaron una tendencia a la preocupación por el mundo y sus problemas, y a no expurgar mucho en sus laberintos interiores. El libro de Jara desvela aspectos desconocidos de la vida de quien luego se convertiría en el cabecilla de la facción armada más violenta de este país. Como que fue abandonado por su madre a los 8 años en Chimbote, pues ella había contraído otro compromiso con un comerciante de origen árabe que no simpatizaba con el niño. Luego pasaría al Callao, donde al amparo de un tío materno vivió sometido, sin embargo, al servicio doméstico de éste. Enseguida, y a raíz de una apendicitis que casi le cuesta la vida, termina de vuelta en Arequipa, en la casa paterna donde es recibido por su madrastra, la chilena Laura Jorquera, quien le brinda el afecto y el cuidado del que había carecido durante todos esos años. Los siguientes serían sus años universitarios y de formación ideológica.
    En 1962 pasaría a instalarse en Huamanga, como docente de la Universidad Nacional de San Cristóbal, verdadero caldero de ideas comunistas que él ayudó a fomentar y organizar. Allí conoce a una estudiante procedente de Huanta, hija de un hacendado que llegaba a Huamanga para establecerse con su familia: Augusta La Torre Carrasco. Luego de un breve noviazgo se casaron en febrero de 1964. Como ella no podía tener hijos, se entregaron a la construcción del Partido, el proyecto político de toda su vida. Ese mismo año se produce la escisión del Partido Comunista, surgiendo el PCP-Bandera Roja de tendencia maoísta, de donde a su vez se desprende en 1970 el PCP-Sendero Luminoso de Abimael Guzmán Reinoso.
    Es fundamental señalar en su evolución doctrinaria su viaje a China a comienzos de 1965 para su preparación ideológica y táctica en la escuela política de Pekín y en la militar de Nankín. Su admiración por el líder de la Revolución China Mao Tse-Tung es incondicional, propia de un fanático, pues trata de emularlo como conductor de un proyecto político a todas luces demencial. Se dice que el jerarca chino es el mayor genocida del siglo XX, con un saldo de 70 millones de víctimas, dejando muy atrás a los tristemente célebres Adolph Hitler y Josep Stalin.
    El papel protagónico de Augusta La Torre, la camarada Norah, como impulsora de la agrupación senderista, sería vital, así como en la creación de “organizaciones generadas” –Movimiento Femenino Popular, Socorro Popular– fundamentales para los objetivos políticos de Guzmán, a quien igualmente llegó a endiosar, perpetuando en sus huestes ese culto a la personalidad característico de los movimientos mesiánicos.
    A contracorriente de los hechos mundiales, muerto Mao en 1976 e iniciándose en 1977 una serie de cambios que desmontaban la llamada Revolución Cultural llevada a cabo en China durante los diez años precedentes; en plena época de declive del comunismo soviético, que en la década siguiente llegaría a su fin, Abimael justificaba el inicio de la lucha armada como parte del avance estratégico de la revolución en el mundo. Absurdo y locura totales: los signos de su perdición.
    Sería Norah la que comandó en 1980 los ataques de Chuschi, de la hacienda Ayrabamba y del fundo de San Agustín de Ayzarca, dando inicio al baño de sangre que espantó al Perú y al mundo en los siguientes doce años. Lo que sigue ya es historia conocida, el terrorismo campeando a sus anchas desde el movimiento subversivo y la respuesta igualmente terrorífica de las Fuerzas Armadas en una estrategia equivocada que no hizo otra cosa que incrementar la espiral de violencia. Luego vendría la captura del denominado “Presidente Gonzalo”, a manos de un grupo especial de la policía, comandado por el General Antonio Ketín Vidal, quienes a través de un paciente trabajo de inteligencia lograron desbaratar a la cúpula de la organización rebelde dando con su cabecilla, luego de un juicio impecable, con sus huesos en prisión condenado a cadena perpetua.
    Es uno de los mejores libros de no ficción que he leído este año, constituyéndose en un valioso testimonio para entender una parte dolorosa de nuestra historia reciente, sobre todo el de su principal protagonista, artífice de un periodo que no debemos olvidar para no volver a repetirlo nunca más.

Lima, 20 de diciembre de 2017.  

viernes, 8 de diciembre de 2017

2666

    No soy precisamente un fanático del fútbol, lo que se llama un hincha, razón por la que he seguido la campaña eliminatoria de la selección de mi país al Campeonato del Mundo en Rusia en 2018 con mucho de escepticismo y algo de distancia, como viene sucediendo además desde hace buenos años, casi todos los que llevaba el Perú sin acudir a la cita mundialista.
    Solía bromear con mis hijos, en un cruel y descarnado ejercicio de humor negro, que un equipo peruano de fútbol recién podría acceder a un campeonato mundial de esa disciplina en el remoto y cabalístico año de 2666, cifra teñida de cierto prestigio literario desde que el escritor chileno Roberto Bolaño bautizó así a una de sus más celebradas novelas. Sin duda que lo hacía en un afán provocador, regodeándome con la ironía, anteponiendo el sentido lúdico ante la adversidad y exhibiendo sin pudor mi inveterado papel de viejo aguafiestas.
    Sin embargo, cuando el equipo empezó a escalar en la tabla de posiciones, tanto por méritos propios como por esos golpes de la fortuna que otros involuntariamente propician, mis apocalípticas y lapidaria previsiones empezaron a tambalear; las calles se poblaron de cientos de hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos ataviados con la camiseta nacional, como nunca antes había sucedido. Las ventas en el centro comercial Gamarra se dispararon de un modo inusual, convirtiendo el éxito de la selección en el motor de un suculento negocio.
    Sé perfectamente que el fenómeno no es nuevo; es evidente para todos que el fútbol ha pasado a constituir, en las sociedades occidentales principalmente y con poquísimas excepciones, en el deporte masivo por excelencia, tanto que los antropólogos y sociólogos hablaban desde hace unos lustros de la insurgencia de una nueva religión de nuestros tiempos, con sus propios rituales, ceremonias litúrgicas, sacerdotes y feligreses. Un reconocido etólogo inglés no titubeó en llamar así uno a de sus libros más emblemáticos: El deporte rey, y numerosos poetas y narradores incursionaron en sus fueros para cantar sus endechas a esta curiosa práctica de la pelota de origen inglés.
    Debo reconocer que razón no les falta, porque si no cómo explicar estas multitudinarias manifestaciones de un fervor que sólo la religión es capaz de convocar, ajustándose a lo que el eminente religiólogo rumano Mircea Eliade llamaba con precisión de cirujano “técnicas arcaicas del éxtasis”, expresiones de una devoción única que transportaba al creyente a una vivencia casi mística. Para los que no compartimos dicho fervor, su existencia no puede llenarnos sino de interrogantes sobre la misteriosa naturaleza del ser humano.
    Y ahora que finalmente ha clasificado el equipo peruano, paradójicamente de la mano de quien fue su verdugo en 1985, todo un país celebra el retorno de su seleccionado a la cita mundialista. Tal vez sea justo que se brinde esta alegría a un pueblo que ha vivido esperando durante más de tres décadas para vivir este momento. Pero he ahí también que se hace más patente la clamorosa inequidad frente a otros deportes que silenciosamente, alejados de todo foco mediático, nos otorgan lauros contundentes y concretos. Es así que mientras millones de fanáticos todavía festejaban el logro futbolístico –que no olvidemos es sólo el pase a la siguiente etapa de la competición–, la atleta Gladys Tejeda obtenía la medalla de oro en la media maratón de los Juegos Bolivarianos realizada en Colombia, y en Italia el Gran Maestro Internacional Julio Ernesto Granda se coronaba en el primer puesto del Campeonato Mundial de Ajedrez sénior.
    Ellos no tuvieron vítores ni muchedumbres clamando sus triunfos, ni probablemente reciben ni la milésima parte del apoyo del que sí gozan los futbolistas, pero sus victorias son tan meritorias, o más aun, que las de cualquiera, pues son redondas y realizadas en la modestia y el silencio que caracteriza a los grandes.

Lima, 8 de diciembre de 2017. 

sábado, 2 de diciembre de 2017

La mujer rota

    Una verdadera ola de acusaciones y denuncias se ha desatado en las últimas semanas en contra de figuras conocidas del mundo del cine, el teatro, el deporte y la política. La razón es una: el acoso y maltrato sufridos por decenas de mujeres a manos de un número significativo de hombres. Son muchas las mujeres que han salido a la luz de la opinión pública para contar sus dolorosas experiencias en las que fueron víctimas de agresiones, insultos, tocamientos, violaciones y otras formas de comportamiento delictivo y bestial que un grupo de energúmenos, que deshonran a la especie, les han infligido.
    El afamado y reconocido productor de Hollywood Harvey Weinstein, los actores Bill Cosby y Kevin Spacey, el humorista Louis C.K., y en nuestro medio el director de teatro Guillermo Castrillón, y muchos más han sido señalados como culpables de haber perpetrado actos abusivos y nefandos en contra de una cantidad cada vez más alarmante de mujeres en nuestro país y en el mundo. Cómo no mencionar a este propósito también a esos numerosos agentes, representantes o promotores artísticos, especialmente en el terreno de la música, que para validar o gestionar las carreras de jóvenes cantantes o intérpretes, las someten a sucios chantajes, ejerciendo una posición de dominio con el fin de aprovecharse y abusar de ellas.
    Un machismo fuertemente enraizado en la mentalidad colectiva, especialmente varonil, se erige en el principal factor de una conducta que, como el racismo o la xenofobia, es una expresión más de la infinita estupidez humana. Estereotipos secularmente establecidos en las más menudas actitudes, de aquello que con cierto tufillo de superioridad se llama “virilidad”, se han normalizado hasta el grado de la banalización en todos los estratos sociales, producto de lo cual resultan comunes y corrientes frases, chistes y hasta caricaturas que en cualquier reunión se escuchan proferir a hombres y a mujeres también, por increíble que parezca.
    Un nuevo concepto de “hombría” debe imponerse a nivel de la educación y la cultura en la familia y en la sociedad, para sacarnos esa costra retrógrada que arrastramos como un lastre en nuestra conceptualización del fenómeno. Una valoración superior, más cabal y humanista del hecho de ser hombre, se impone como una necesidad perentoria en el consciente e inconsciente colectivos, para desterrar definitivamente –aunque suene a quimera y utopía– esa categorización primitiva y burda del “macho” como modelo y paradigma de la conducta del hombre. Cuán vigente sigue estando la frase lapidaria del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, cuando decía que el hombre es algo que tiene ser superado, y que así como ahora el hombre mira al mono, así el hombre superior mirará al hombre.  
    Ni las campañas masivas tipo “Ni una menos”, expresadas en multitudinarias marchas y manifestaciones en las principales ciudades del país, ni las virtuales como #MeToo en las redes sociales, podrán hacer mucho si no se asume ese profundo cambio como una tarea urgente. La evidencia está en que a pesar de lo exitosas que fueron en las calles y en el ciberespacio dichas expresiones de rechazo a la misoginia, los crímenes se han seguido sucediendo, incrementándose pavorosamente en este año hasta límites nunca vistos.
    Esto no quiere decir que no sean necesarias, pues está claro que lo son, para visibilizar y poner en el foco de la atención pública, así como en la agenda del gobierno, un asunto que incumbe a todos. La institucionalización, a través de Naciones Unidas, de un Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, ayuda mucho en este contexto de la concientización de un problema que cada vez adquiere ribetes de pandemia, y que es imperativo detener para evitar que nuestra civilización naufrague en un lodazal de barbarie y salvajismo en plena era de la informática, la cibernética y tantos otros avances científicos, pero que desgraciadamente no tienen su correlato en la evolución de este mal llamado homo sapiens.
    Es triste y penoso figurar como el país que figura entre los primeros lugares de los que ejercen violencia hacia la mujer; deplorable realidad que constituye un auténtico baldón para nuestra dignidad como nación. Pero más allá de ello, porque nuestras hermanas, esposas e hijas se convierten en potenciales víctimas de sujetos como los mencionados, pues nunca sabremos en qué momento van a ser o están siendo violentadas y sometidas a vejámenes sin nombre, como todas aquellas aspirantes a actrices, coreógrafas, cantantes o deportistas de competición, en manos de alevosos depredadores, callando todo este tiempo por temor, vergüenza o golpe psicológico.
    Al parecer la escena empieza a cambiar, por lo menos con la puesta en evidencia de algo que se mantuvo en silencio y en secreto durante tanto tiempo. Nunca será tarde para luchar por una vida más digna y decente para los hombres y las mujeres de este mundo, para que nunca más tengamos noticia de una “mujer rota”, como en el famoso libro de Simone de Beauvois.


Lima, 02 de diciembre de 2017.