El indulto otorgado por el presidente Pedro
Pablo Kuczynski al ex dictador Alberto Fujimori no pudo haber llegado en el
peor momento. Cumpliendo su interesado trato bajo la mesa con un sector del
fujimorismo, a apenas unos día de haberse salvado de la vacancia en el Congreso,
por más que los voceros del gobierno se empeñen en negarlo, ha concedido en
tiempo récord la gracia presidencial del perdón a quien estaba sentenciado a 25
años de prisión por diversos delitos, entre ellos uno que específicamente se
refiere a los derechos humanos.
La reacción de la ciudadanía no se ha hecho
esperar; el repudio y la condena a esa decisión crecen a nivel nacional e
internacional, mientras las calles se llenan de furia e indignación por esta
sucesiva traición de un presidente que se burla una vez más de la credibilidad
y la buena fe de un electorado que le dio el mandato expreso de gobernar contra
la impunidad y la corrupción. Ha perpetrado una acción que va a marcar su paso
por el gobierno, pero no para honrarlo como cree él o algunos de sus
seguidores, sino para mancharlo; un acto que quedará para la historia universal
de la infamia, como en uno de los libros del gran Jorge Luis Borges.
Organismos mundiales que velan por los
derechos humanos se han pronunciado de manera clarísima rechazando este indulto
que es a todas luces –como dicen los lemas en las pancartas de los miles de
manifestantes de estos días en distintas ciudades del Perú – un insulto. Un
insulto a la esperanza de miles de familiares de las víctimas de los atropellos
del régimen fujimorista durante la década del terror; un insulto al sentido de
justicia de quienes lucharon muchísimos años para ver entre las rejas al
culpable de la pérdida de sus seres queridos.
El papel jugado por el hijo menor del ahora
ex reo ha sido crucial. Cuando todo hacía presagiar la inminente vacancia
presidencial el jueves 21 en el recinto legislativo, la votación al final de la
jornada arrojó un resultado que sorprendió a tirios y troyanos. Los promotores
de la remoción del mandatario no lograron alcanzar la cifra requerida para su
propósito. Un puñado de parlamentarios de la bancada naranja, aleccionado o
alineado a última hora por Kenji Fujimori, impidió que se consumara la orden de
su lideresa. Es evidente que se trató de una transacción, un grosero trueque
entre los corruptos de hoy y los corruptos de ayer.
La marea de gente que se ha volcado a las
calles el mismo día del anuncio y en los días siguientes nos enfrenta a un
panorama de aguda crisis para la gobernabilidad en el país. En una fecha cargada
de un simbolismo especial para la mayoría de la población, como es la Navidad,
cuando todo el mundo se afanaba en los últimos preparativos para la Nochebuena,
desplazándose por los centros comerciales y los puestos de venta callejeros
ajenos a los avatares de la política, llega la mala noticia que contradice el
significado religioso de la fiesta cristiana. Gran paradoja: nunca pudo ser tan
mala esa Nochebuena para millones de peruanos que son conscientes de lo que
entraña un hecho de esa magnitud. Es decir, nada justificaba el indulto para el
mandamás de un régimen que emputeció el país.
El objetivo aparente de la medida con la
que se pretende racionalizar el desatino lo han repetido, curiosamente, los dos
personajes principales de este sainete con sabor a comedia bufa: la
reconciliación. Pero para que exista tal, debe darse todo un proceso que pasa
necesariamente por la memoria, el perdón y la reparación. Y nada de eso existe,
más allá de una tímida declaración, genérica y ambigua, del dictador liberado
desde su lecho de enfermo. Además, cómo se trastoca el sentido de esa palabra
en boca de quienes jamás entendieron su real significado; cómo se pervierte la
semántica del término cuando estos reyes Midas al revés posan sus manos en él.
Porque esto es lo que ha llegado a significar ese llamado partido mayoritario
hoy en el Congreso, que abusa de su poder pretendiendo avasallar a cuanta institución encuentre en su
camino. Ya no importa dónde nazca la iniciativa para tal o cual objetivo, ellos
lo asumen como propio actuando como lo sugiere su nombre, con la fuerza bruta
de lo popular entendido como manada.
Ya el Instituto de Defensa Legal (IDL) está
estudiando los mecanismos que se deben articular para revertir el indulto en
las instancias supranacionales, como la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH). Y aunque algunos defensores de la medida digan que la
prerrogativa presidencial obedece simple y llanamente a la voluntad del jefe de
Estado, y que lo hace porque le da la gana sin tener que consultarle a nadie,
ni darle cuenta a nadie, lo cierto también es que tras esa decisión pesa un
asunto donde está en juego, ya no sólo el sentido ético de una autoridad
política, sino también el dolor de las víctimas y su aspiración de justicia que
ha sido pisoteada. Y a pesar de que las encuestas digan que la mayoría de la
población aprueba el beneficio concedido al autócrata, este no es un asunto de
votación, como lo demostró históricamente el episodio bíblico de Barrabás en la
crucifixión de Cristo. Paralelamente, más de doscientos escritores han publicado
una carta abierta condenando la actitud ilegal e irresponsable del presidente
con una medida espuria que obedece, no a la compasión o a la conducta
humanitaria que la busca justificar, sino al puro cálculo político.
La
verdad es que el escenario político actual es desolador, todo y todos han sido
infectados por esa podre letal de la corrupción, la gangrena está llegando al
mismo cerebro del organismo nacional; este es un país que desde el punto de
vista moral se acerca cada vez más al precipicio de su fase terminal. ¿Qué
hacer?, la famosa pregunta leninista quizás tenga una sola respuesta: refundar
la República. Así como una casa que ha sido invadida por una plaga de alimañas
y sabandijas debe ser derruida para levantar otra desde sus cimientos, un país
en el mismo trance necesita refundarse, reconstruirse desde su raíz con el
concurso de la sociedad civil y de la clase política sana que aún, es nuestra
última esperanza, debe quedar.
Mientras tanto, a seguir luchando en las
calles con esa juventud vigorosa y consciente que no se deja arredrar por los
comentarios mezquinos y deslegitimadores de ciertos periodistas que fungen de
líderes de opinión, cuando son en verdad sirvientes de turno de la cleptocracia
reinante, furgones de cola de la caverna, mayordomos del statu quo, jornaleros
adocenados de este sistema que se cae a pedazos corroído por la sífilis de la putrefacción.
Lima,
30 de diciembre de 2017.