Leyendo un artículo del escritor y
periodista español Antonio Muñoz Molina, donde explicaba la relación entre la
literatura y el cine, a propósito de una invitación que había recibido para
ocuparse de una película, dirigida por nada menos que Alfred Hitchcock y basada en una novela negra, se disparó mi
curiosidad, primero por ver la película –deseo que no se pudo cumplir a
cabalidad–, y segundo por leer el libro, que no contaba entre los que figuran
en mi modesta biblioteca. Pensé en la posibilidad de que estuviera disponible
en forma virtual, para descargarla y leerla de ese modo. Y así fue como durante
un par de semanas, estuve cautivo, placenteramente cautivo, de la fascinante
historia que Patricia Highsmith nos relata en Extraños en un tren (1950), su primera novela.
Dos hombres, Bruno y Guy, se conocen en un
viaje en tren, entablan conversación y poco a poco este le va revelando al primero
algunos detalles de su vida, pormenores que aquel aprovecha para idear un pacto siniestro que
será la urdimbre central de la obra. Se trata de que Bruno, un bohemio
trotamundos de familia acomodada, acabe con la vida de Miriam, la esposa de la
que Guy está en proceso de divorcio, a cambio de que el mismo Guy haga lo propio
con el padre de Bruno, a quien su hijo detesta profundamente. La argumentación
va en el sentido de deshacerse de personas que atormentan la vida de cada uno,
e intercambiando los crímenes las sospechas serían casi nulas hacia ellos, algo
que los acercaría al tan deseado “crimen
perfecto”. Guy tiene planes de matrimonio con Anne y Bruno espera disfrutar a
sus anchas de la fortuna de su progenitor.
Es ahí donde se pone en movimiento lo que
los penalistas llaman el iter criminis,
es decir el camino que habrá de conducir, inevitablemente, al objetivo mayor
del homicida. Se separan provisionalmente, aun cuando Guy ha sido explícito en
su rechazo al fin perseguido por Bruno, tildándolo de absurdo e insensato. Pero
este no ceja en su intento de convencer a su socio en la empresa criminal que
trae entre manos. Lo acosa a través de telegramas y llamadas telefónicas hacia
el lugar donde se encuentre; mientras tanto, va preparando minuciosamente el
plan que llevará a cabo de su parte. Indaga por el lugar donde vive Miriam y
parte allí inmediatamente para ponerlo en marcha.
Los hechos se precipitan lenta pero
vertiginosamente; ubica la casa de su víctima y la sigue discretamente. Ésta,
con un grupo de amigos, se dirige a un parque de diversiones, sin saber que
unos ojos no le quitan la vista de encima y unos pasos seguros la acechan
secretamente hasta hallar la ocasión donde proceder a su macabro fin. El
momento indicado llega cuando los amigos toman un bote para, cruzando un túnel,
arribar a una isla aledaña al parque de juegos. El instante exacto cuando
Miriam queda sola en un paraje de la isla es aprovechado por Bruno para
acercarse y estrangularla. Luego de cometido el crimen, raudamente abandona el
lugar y se escabulle entre el público que ha acudido al centro recreacional. Se
produce un alboroto y pronto acuden a auxiliar a la muchacha que
desgraciadamente ya ha expirado.
La noticia llega después de unos días a
oídos de Guy, quien piensa inmediatamente en Bruno y vuelve a sentir los
grilletes del pacto en el tren que, es cierto, él no quiso firmar; mas se ve
avasallado por los hechos y sabe que ha llegado su turno de cumplirlo. Así,
espoleado por una mezcla de culpa y resignación, por más que su razón y
voluntad le digan lo contrario, sus pasos lo van conduciendo fatal e
inexorablemente al instante crucial en que deberá acatar su sino. Un nuevo
contacto con Bruno, quien lo sigue asediando, será la clarinada que precipitará
los acontecimientos. Ha recibido las indicaciones precisas para desplazarse por
la casa donde vive el padre de Bruno, con la señal convenida de la hora en que
se encontrará a solas. Guy siente que la maquinaria no tiene marcha atrás, e
irremediablemente se encamina a su fatídica cita mortal.
A lo largo de las páginas se puede ir descubriendo
también el alma de los protagonistas, sus miedos y sus vacilaciones, la
angustia y la culpa que los va erosionando hasta llevarlos a los extremos de la
condición humana. Hay un pasaje de la novela en que Guy dialoga con Owen, el prometido de su exesposa y padre
del hijo que llevaba en su vientre al morir, y reflexiona ante él esta
estremecedora verdad: “Eso es lo malo, que nadie sabe qué aspecto tiene un
asesino. ¡Un asesino no se diferencia en nada de los demás mortales!”. Lo
podemos comprobar en las declaraciones que hace la gente cuando se produce un asesinato
y vienen los periodistas para indagar sobre la personalidad del victimario; la
mayoría que lo conocía declara que era una persona normal, y que no se explica
cómo ha podido hacer lo que hizo. Será Gerard el detective que asumirá las
pesquisas del caso, quien merced a una inteligente labor de cerco, jugando al
gato y al ratón con su presa, llegará a resolver ambas muertes que parecían
destinadas a quedar olvidadas en la sombra del misterio.
Vale la pena sumergirse en sus páginas para
seguir expectantes el decurso de la historia, atrapados en el suspense que la
novelista sabe graduar para que el lector se enganche con la trama y no termine
sino exhausto y gozoso con ese sorprendente final que toda novela del género
policial brinda a sus asiduos seguidores.
Lima,
16 de marzo de 2019.
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