sábado, 23 de marzo de 2019

Islamofobia


    El mundo está todavía conmocionado por los arteros ataques a dos mezquitas en Nueva Zelanda, perpetrados por un  supremacista blanco que ha ocasionado la espantosa cifra de 50 muertos y decenas de heridos que se recuperan en los hospitales de ese pacífico y admirable país de 5 millones de habitantes, que ostenta, a pesar de todo, los más altos índices de democracia y calidad de vida del planeta.
    El viernes fatal, el australiano Brenton Tarrant, de 28 años, irrumpió con armas modernas en la mezquita Al Noor de Christchurch, principal ciudad de la Isla Sur del país, cuando el imán comenzaba el sermón, provocando una verdadera carnicería donde han muerto 42 personas que se encontraban orando, para luego dirigirse a la siguiente mezquita de Linwood, distante a apenas cinco kilómetros, donde ha ultimado a las 8 restantes víctimas, cifra menor debido a que un ciudadano afgano se le enfrentó, lo distrajo y finalmente lo obligó a huir. Pero lo más asombroso es que todas estas escenas el atacante ha tenido el desparpajo de transmitirlas en tiempo real por las redes sociales, ante la impotencia de las autoridades que no han podido impedir la matanza que se había anunciado minutos previos a su puesta en acción.
    Se sabe que el asesino era un conocido entrenador deportivo que tenía simpatías por los movimientos islamófobos en el resto del mundo, que había recorrido buena cantidad de países recogiendo información sobre el accionar de numerosos personajes de extrema derecha, ligados a la causa antiinmigracionista, cuyos nombres figuraban en las armas y las cacerinas que la policía ha encontrado entre las pertenencias del terrorista. Tampoco deja de llamar la atención un documento de más de 70 páginas, titulado El gran reemplazo, que el criminal distribuyó entre los correos electrónicos de algunas importantes autoridades del país, donde sustenta y trata de justificar su demencial acto, aduciendo que los inmigrantes buscan reemplazar a las poblaciones originarias de Europa y propiciar lo que él llama un “genocidio blanco”, es decir, un auténtico disparate.
    Este hecho viene a ser uno más, el más cruento tal vez, de los muchos que se suceden en diferentes rincones del mundo con una característica común: el que sus víctimas pertenezcan a las comunidades musulmanas diseminadas en numerosos países europeos, principalmente, así como en otros donde son visibles por su número e importancia. Este era justamente el caso de Nueva Zelanda, el país escogido por el criminal por ser precisamente el que menos temor despertaría entre su población hacia un ataque como este, y para provocar directamente un mayor impacto en cuanto a que ya ninguna nación podía estar a salvo de su salvaje accionar.
    En paralelo a los rebrotes de actos antisemitas en algunos países europeos, se extiende una ola de islamofobia en buena parte de Occidente, alentada por ciertas políticas restrictivas hacia la inmigración, que ponen su principal foco de atención en los países de población musulmana, especialmente medidas tomadas por el gobierno de Donald Trump en los Estados Unidos, seguido por una fila de mandatarios de corte neofascista que han impulsado una campaña de descalificación, discriminación, victimización y exclusión hacia grupos de personas provenientes de las zonas más candentes del Medio Oriente, allí donde el islam es la fe mayoritaria.
    Por eso no llama la atención de que exaltados militantes de esta deforme ideología de la muerte surjan en los lugares y en los momentos menos pensados, desatando el terror y la masacre como formas primitivas de lucha, amparándose en supuestos derechos de defensa de “su gente”, como reza en algunos pasajes de sus textos difundidos por este oligofrénico extremista de derecha.
    Debemos estar prevenidos para hacer frente a esta salvaje racha de amenazas a la convivencia global, donde irónicamente pululan individuos que pretenden construir muros, separar poblaciones, establecer guetos, evitar las migraciones en una época que debe estar signada precisamente por una apertura al cosmopolitismo y al encuentro fraterno de las comunidades y los hombres de todas las latitudes, y donde una misma aspiración debe hermanar a todas las culturas y a todas las tradiciones, el ideal de la libertad y la paz para toda la humanidad, sin las puertas al campo que ciertas mentes anacrónicas desean erigir entre nosotros.

Lima, 23 de marzo de 2019.

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