Últimamente se está difundiendo a la luz
pública un hecho que probablemente sea uno de los más depravados y execrables
que el ser humano pueda perpetrar, pues no lo hace como individuo y a solas,
sino cobijado cobardemente bajo el manto de la masa, de la horda: la violación
en grupo, con el agravante de que los malhechores tienen el desparpajo de,
luego o en simultáneo, propalarlo por las redes sociales virtuales que les
facilita la tecnología de estos tiempos, por lo que se hacen virales y
despiertan la curiosidad y el espanto de una colectividad que peligrosamente se
está acostumbrando a este tipo de actos bestiales y de un nivel de salvajismo pocas
veces visto por la opinión pública.
Motiva este comentario lo sucedido
recientemente en un distrito de la provincia de Ica, La Tinguiña, donde una
manada de siete energúmenos abusaron sexualmente de una joven de 19 años con
serios problemas mentales, aprovechándose del alto grado de vulnerabilidad de
la desdichada y como forma primitiva de saciar sus más animales instintos. Todo
el reprobable espectáculo lo grabaron con sus celulares y lo compartieron por
internet, como si de una hazaña se tratara, exhibiendo toda la miseria de sus
almas y la infinita bajura de su condición de seres humanos. Una prima de la
víctima recibió una llamada de los malhechores para chantajearla, amenazando
con difundir las imágenes de su fechoría por el ciberespacio si ella no accedía
a sus bestiales requerimientos, límite que la impulsó a plantear la denuncia
ante las autoridades. Cinco están capturados, mientras que los dos restantes
figuran como no habidos.
Un hecho similar se dio a conocer hace un
tiempo en España, donde igualmente un grupete de desarrapados mastuerzos forzó
sexualmente a una indefensa y joven mujer en las calles de la ciudad de
Pamplona, durante las fiestas de San Fermín. Los criminales se hacían llamar
precisamente La Manada, infatuándose de llevar ese nombre que describía
perfectamente su despreciable y ruin actividad. Fueron juzgados benignamente
por la justicia ibérica, ante la indignación mayúscula de la comunidad a la que
pertenecía la muchacha y del país entero, que no se explicaba cómo los jueces
podían ser tan pusilánimes y blandengues para castigar con tanta benevolencia
una agresión de ese calibre.
Otro caso parecido llega desde Argentina,
como para demostrar que, como dice el refrán, en todo sitio se cuecen habas. En
la ciudad costera de Miramar, provincia de Buenos Aires, un quinteto de
mozalbetes brutalizados por el alcohol y otras sustancias tóxicas, cometieron
estupro con una menor de apenas 14 años en la Nochevieja última. Hacía apenas
un poco más de un año que la adolescente Lucía Pérez había sufrido análoga
vejación, seguida de muerte, ataque que,
como es de suponer, desató la ira del país entero, que exigió de inmediato la
captura y el merecido castigo para los victimarios. Y ahora nomás, en la
localidad de Sebastián Elcano, en Córdoba, otra manada de siete homúnculos ha
violado a un joven de 25 años, diagnosticado con leve retraso en su desarrollo
cognitivo. Primero le dieron de beber, se hicieron pasar como sus “amigos” y
finalmente abusaron de él.
Son algunos de los casos que han saltado a
la prensa por la escabrosidad de los detalles, por su dimensión mediática y
porque el barómetro de la indignación ciudadana ha rebasado todo margen
regional. Pero hay un común denominador en todos estos asaltos contra la honra
y la integridad del prójimo que nos interpela como sociedad, como especie; pues
más allá de su ubicación geográfica, e independientemente de las
particularidades de cada uno de ellos, hay una evidencia incontrastable que no
podemos escamotear: que el ser humano, con todos los logros y avances que ha
conseguido en muchos terrenos de su desarrollo, también puede descender a
conducirse como un despreciable bicho infecto, capaz de las más bárbaras
iniquidades, a merced todavía de sus más viles pulsiones, propenso a caer a
cada instante en esa cueva paleolítica
que al parecer aún no ha abandonado del todo, demostrando en estos
tiempos de la llamada civilización global su estadio de primitiva evolución.
Lima,
3 de abril de 2019.
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