A raíz de los sucesos del jueves santo,
donde fue asesinada la joven periodista Lyra McKee, en los disturbios
ocasionados en Londonderry por los miembros del Nuevo IRA, ha vuelto a la
palestra de la atención mundial el resurgir de uno de los grupos terroristas
más sanguinarios del siglo XX, que mantuvo en vilo a la isla durante tres
décadas. Todo esto en medio, para más inri, de las arduas discusiones entre las
autoridades políticas del Reino Unido y de la Unión Europea sobre la situación
de Irlanda del Norte después del brexit,
salida que se viene aplazando agónicamente desde la fecha fijada inicialmente.
Resulta que la isla está dividida entre
Irlanda del Norte, que es parte del Reino Unido, y la República de Irlanda, que es miembro de
pleno derecho del proyecto comunitario. Fue escenario de una espantosa guerra
civil que se selló con los acuerdos de Viernes Santo del 10 de abril de 1998,
donde unionistas y nacionalistas, protestantes y católicos, aceptaron vivir en
armonía a través de un pacto que fue sometido a referéndum en las dos irlandas,
aprobándose por una importante mayoría de ciudadanos que vieron en el documento
una forma de detener la espiral de violencia y muerte que asoló la región
durante el último tercio del siglo pasado.
Lo importante es que ambos países mantienen
sus propias características políticas, económicas, sociales y culturales,
separados por una frontera imaginaria –como son por cierto todas las fronteras–,
presentándose la curiosa situación de que en determinado momento del recorrido
por las pistas que los unen, los carteles que anuncian el cambio de moneda y la
denominación de la distancia física revelan de qué lado se encuentra uno; pues,
mientras en la República de Irlanda, cuya capital es la bella ciudad de Dublín,
se usan los euros para las transacciones económicas, y las distancias se miden
en kilómetros; en Irlanda del Norte, llamada también el Ulster, y con capital
en Belfast, aún rige la vieja libra esterlina y las millas determinan las
trayectorias de vehículos de todo tipo y personas.
Entrampada la discusión en el Parlamento
británico sobre la mejor manera de administrar su salida de la Unión Europea,
con la impaciencia contenida de los funcionarios del continente, la situación
irlandesa se ha convertido en un auténtico nudo gordiano de los posibles
acuerdos o desacuerdos entre Londres y Bruselas. La amenaza de la vuelta a una
frontera dura, con señalizaciones, controles y barreras arancelarias, haría
volar por los aires una relativa paz de veinte años que ha mantenido a la isla
lejos del foco de la prensa, que hace apenas veinte años informaba de
atentados, asesinatos y todo tipo de actos violentos en el territorio insular.
En ese escenario, la vuelta del IRA
(Ejército Republicano Irlandés, por sus siglas en inglés), rebautizada como
Nuevo IRA en el año 2012, hace temer a la comunidad internacional un
recrudecimiento del diferendo que enfrentó a protestantes, que luchaban por
mantener la región bajo la jurisdicción de la corona británica, y católicos,
que aspiraban a la reunificación de las dos regiones bajo las banderas
republicanas. El antiguo partido del Sinn Fein, cuyo brazo armado fue
precisamente el IRA, tuvo una participación protagónica en las negociaciones y
en la firma de dichos acuerdos, por cuya razón se pudo desarticular a la banda;
sin embargo, se sabe perfectamente que todo proceso de paz es un arduo trabajo que
toma tiempo, aun después de su firma oficial. Es así que han surgido sectores
disidentes que han mostrado sus desacuerdos y están dispuestos a retomar la
lucha bajo métodos que muchos aspiraban a ver ya abolidos. Y es ahí
precisamente cuando se han suscitado estos disturbios callejeros que han
acabado con una vida totalmente inocente como la de Lyra McKee, quien observaba
los acontecimientos desde un lugar cercano a un carro de policía, cuando una
bala perdida le atravesó el cerebro matándola al instante.
Es importante que este absurdo hecho del brexit, por el que votaron
increíblemente los ingleses hace unos años, no tenga más secuelas mortales, y
eso pasa justamente por lograr un entendimiento, dentro de los márgenes donde
ello es posible, entre los negociadores que desde hace más de dos años discuten
sobre los detalles de la salida del Reino Unido de donde nunca debió hacerlo,
espoleado por estos mefíticos vientos neopopulistas que ya hacen estragos en
distintas regiones del mundo. Es nuestro deber, como ciudadanos del mundo,
detener los embates de una fuerza que cobra protagonismo aliada de un
neofascismo que, después de cien años de haber nacido, pretende volver a las
andadas, con las consecuencias que ya todos conocemos en la historia del siglo
XX.
Lima,
4 de mayo de 2019.
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